Opinión / Columnistas
De Maduro a Trump
Catalina Botero Marino
Abogada especialista en Derecho Constitucional y Derecho Internacional de los DD HH
@cboteromarino
Maduro o Correa son hoy símbolo del populismo iliberal que usa las reglas constitucionales para desoír los mandatos del constitucionalismo democrático. Las llamadas democracias iliberales se caracterizan justamente porque usando las reglas del juego de las mayorías, comprometen seriamente el contenido esencial de los regímenes constitucionales: los derechos humanos y la división de poderes. Sin embargo, se equivocan quienes piensan que se trata de un fenómeno “tropical” o característico de la izquierda.
Empecemos por el principio. Claro que son populistas y autoritarios. Basta verlos rodeados de una corte de fanáticos, insultando y reprimiendo a quienes los cuestionan y abusando sin escrúpulos de los recursos estatales para mantenerse en el poder. Han creado un poderoso aparato de propaganda destinado a promover un culto desmedido a la personalidad. Sus discursos están llenos de viejos estribillos que despiertan fuertes emociones y originan lealtades incondicionales. La tarea es generar la identidad líder-pueblo-patria. El simple cuestionamiento es traición y los traidores son enemigos del líder, el pueblo, la patria. Disuelven los controles, destruyen la independencia judicial y amordazan a la prensa.
Un día esos señores se van a ir, dejando atrás a países en ruinas, pues las democracias antiliberales terminan anulándose a sí mismas. Pero a la izquierda democrática en América Latina que no compartió ese modelo, le va a costar mucho recuperarse de la imagen de esos gobiernos. Un costo injusto para cualquiera que entienda que es tan absurdo decir que el populismo autoritario es característico de la izquierda como que la derecha es esencialmente militarista, antidemocrática y represiva. Malas caricaturas. En realidad son los extremos los que se confunden en un mismo modelo autoritario. El resto de los mortales, pese a los intentos de polarización tan útiles para el populismo, podemos convivir en paz y en democracia.
La otra idea equivocada es que se trata de un fenómeno tropical. Ciertamente las imágenes evocan a Trujillo. Maduro en su sudadera bailando la pollera colorada mientras en la frontera centenares de personas desamparadas atraviesan el río perseguidas por la guardia venezolana, con lo poco que pueden cargar a sus espaldas. O Correa, con su camisa autóctona hecha a la medida, gafas oscuras y sonrisa descompuesta, saludando a un público inexistente, mientras se pasea en su Hummer militar, sobre los escombros de las protestas indígenas disueltas con gases lacrimógenos.
Pero en realidad el populismo autoritario es un fenómeno global. Uno de los casos actuales más emblemáticos es el de
Donald Trump, el precandidato preferido del Partido Republicano en EE UU. Exitoso hombre de negocios, ha descubierto la rentabilidad electoral de la radicalización iliberal. Solo en las últimas semanas ha hecho propuestas inaceptables como prohibir la entrada de todos los musulmanes a EE UU, restablecer métodos de tortura como el waterboarding o controlar internet, sin mencionar las afirmaciones racistas y misóginas que le han dado la vuelta al mundo. Para él la culpa de todo la tienen “los otros”, los enemigos de su país y, como siempre, los medios de comunicación. Todo dicho con frases simples y efectistas. Es un caso claro de quien pretende servirse de la democracia para destruir sus cimientos desde una zona de confort en la que se siente a salvo de los efectos perversos de sus propias políticas. Un populista de manual.
Frente al auge de estos fenómenos no sobra leer y releer las constituciones democráticas. En esos libros, largamente escritos por cientos de miles de manos durante muchas décadas, está el antídoto contra el autoritarismo populista: democracia, sí, pero con límites al poder, alternancia en el gobierno y derechos humanos. Ahora que se recomiendan lecturas para el comienzo del nuevo año, me parece que habría que recomendar la lectura de la Constitución.
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