13 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 2 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

2016

12709

Catalina Botero Marino

Abogada especialista en Derecho Constitucional y Derecho Internacional de los DD HH

@cboteromarino

 

Es verdad que, por lo general, se conocen más las malas noticias que las buenas y que en el 2016 hubo algunas buenas noticias. Cuenta Jorge Espinosa que en esta Navidad en el Hospital Militar hubo un soldado herido en combate, mientras que en el 2011 había 424. Este es un ejemplo de la considerable disminución de la violencia como efecto del proceso de paz. También es cierto que gracias a la autonomía del Poder Judicial en países como Brasil fue posible desmantelar la mayor red de corrupción hemisférica de que se tenga noticia en el presente siglo. En algunos lugares – como Uruguay, por ejemplo- la pobreza ha disminuido. Y el año tuvo múltiples historias conmovedoras sobre los millones de personas que se dedican a salvar vidas y defender la dignidad humana en hospitales, campos de refugiados o cortes de justicia.

 

Pero esas noticias son opacadas por el panorama político global. En esta materia, el 2016 fue probablemente uno de los años más nefastos de nuestra historia reciente. Fue el reflejo más claro y contundente de un proceso que empezó hace varios años, pero que no había logrado cristalizar resultados tan dramáticos, como los alcanzados el año que acaba de pasar.

 

Las distintas crisis globales, especialmente la crisis financiera del 2008, la frustración de la llamada Primavera Árabe -con sus dramáticos efectos migratorios y humanitarios- y la sensible desaceleración económica aumentaron el desencanto de amplios sectores de la población con las élites políticas tradicionales. La falta de una respuesta adecuada del sistema político, sumada a la manipulación de emociones como el miedo y el resentimiento, han conducido a un notable debilitamiento de los principios y valores sobre los cuales se cimienta cualquier sociedad democrática.

 

En Alepo hay literalmente un genocidio que nos debería avergonzar como especie, pero en lugar de exigir a los gobiernos, cuando menos, acciones humanitarias, cambiamos de canal cuando aparece la noticia. La extrema derecha en Europa amenaza con poner en peligro las libertades básicas, disminuir drásticamente las políticas sostenibles de bienestar y eliminar cualquier gesto de solidaridad con personas que, escapando de la guerra, se están ahogando en el Mediterráneo.

 

Países que hace poco más de una década eran promesas democráticas como Hungría, Turquía, Filipinas o la India están en manos de gobiernos autoritarios que paso a paso destruyen los cimientos de la democracia. Venezuela, después de una de las bonanzas petroleras más importantes de su historia, tiene más pobreza y desigualdad que hace 10 años y atraviesa una verdadera crisis humanitaria por la escasez de medicinas y alimentos. En Ecuador y Nicaragua gobiernan demagogos que han desmantelado las pocas instituciones democráticas que estos países habían logrado construir. Trump gana en EE UU. Y movimientos xenófobos en Europa y homofóbicos en América Latina concentran cada vez más poder - y dinero- a costa de atizar el odio contra grupos minoritarios que sufren la crueldad del fanatismo.

 

Esto sin mencionar que Francia puede caer en manos de los ultranacionalistas, con lo cual el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas estaría integrado por personas con una notable capacidad para liderar políticas globales de represión y promover modelos económicos inequitativos que amenazan seriamente la propia sostenibilidad del planeta.

 

No me parece exagerado pensar que las democracias -las robustas y las más incipientes- están en riesgo ante las múltiples tentaciones populistas que en el 2016 obtuvieron algunos de sus más notables triunfos. Parece que combatir con argumentos y propuestas esa tentación autoritaria es lo único que puede ayudar a librarnos de ese mal. 

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