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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 18 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Colombia sénior (I)

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

Las recientes emisiones de un programa musical que a continuación de los “kids” concede la oportunidad a los “sénior”, para mostrar sus destrezas en el arte de cantar, me recordaron el estudio que en septiembre del 2015 presentó la Misión Colombia Envejece, bajo el auspicio de la Fundación Saldarriaga Concha y Fedesarrollo, en uno de cuyos apartes se lee: “Hoy (2015) en Colombia hay más viejos que antes: 5,2 millones de personas (el 10,8 % de la población) con 60 años o más y para el 2050 calculamos que serán 14,1 millones (el 23 % de la población)”.

 

A ello, adicioné el anuncio del Dane, según el cual, la expectativa de vida en Colombia se situaba, en el 2020, en 76 años de edad y se estima que, en el 2048, podría ser del orden de 79 años.

 

Que haya más adultos mayores en una comunidad –me dije– debería ser motivo de regocijo en términos de sabiduría y experiencia, máxime si aumenta la expectativa de vida.

 

Sin embargo, mientras mis coetáneos cantaban, la pregunta fue inevitable: ¿Estarán pensionados? ¿Lograron cotizar el número de semanas del régimen de prima media con prestación definida (RPM) o reunir el capital requerido para el reconocimiento de la pensión de vejez en el régimen de ahorro individual con solidaridad (RAIS)? ¿Qué ocurre con esos millones de mayores adultos que no acceden a una pensión ni a un empleo y sus familias carecen de recursos para cuidarlos o no tienen familia?

 

Y, entonces, no pude evitar traer a mi mente que la cobertura de la población colombiana afiliada al sistema de pensiones es muy baja y que la informalidad creciente genera, a su vez, precariedad en las afiliaciones y lamentables intermitencias en los periodos de cotización, de suerte que, cuando los que envejecen no alcanzan una protección pensional, las familias tienen que hacer ingentes esfuerzos para velar por sus mayores desprotegidos, dando paso a un fenómeno que es considerado uno de los factores más influyentes en la denominada transmisión intergeneracional de la pobreza, que muchas veces deviene en el abandono, la mendicidad o el rebusque, para hacer valer así la expectativa de vida.

 

Esta visión apocalíptica no es una mirada descriptiva a un dolor social ni un ejercicio de profecía autocumplida, sustentada en una obviedad: ¡Qué le vamos a hacer, esa es la pobreza, y así somos!

 

No. Es un llamado, en medio de una Colombia que envejece, a revisar nuestro sistema pensional actual: su sostenibilidad, la equidad entre lo que se cotiza y lo que se recibe, los niveles que ameritan socialmente el apoyo subsidiado y la ampliación urgente de su cobertura. Lo anterior, desde luego, sin perder de vista esfuerzos sociales como el programa Colombia Mayor y sus alcances o la institución jurídica de los beneficios económicos periódicos y, en fin, todo lo que pueda significar en el hoy una reactivación con mirada incluyente en materia de protección social.

 

Por ello, urge alinear de manera equilibrada y bien informada lo que existe en materia de regímenes pensionales para evitar que, al dramático panorama inicialmente mencionado, se adicione el colapso financiero del sistema, pues de nada sirve que se logre, por fin, llegar a la anhelada protección en la vejez, si el tratamiento que se recibe es inequitativo o si la estructura deficitaria de alguno de los regímenes termina imposibilitando la efectividad del amparo pretendido o si, reconocido el beneficio, este no llega.

No hay duda de que es un fenómeno que involucra empleabilidad, cobertura de la seguridad social, reactivación económica, políticas de inclusión social, sostenibilidad financiera y muchos otros temas, desde diferentes sabidurías y competencias. Pero es precisamente en este contexto que resulta de vital urgencia examinar nuestro sistema pensional vigente.

 

Así, por ejemplo, sabemos que existe un problema evidente por el traslado entre los dos regímenes, que surge en el sistema cuando el afiliado por mandato legal ya no puede trasladarse y, como cada régimen pensional tiene una cultura financiera diferente para la estructuración de la pensión de vejez, la deficiente información acerca de lo que conviene en cada caso ha traído como consecuencia, vía jurisprudencial, un desplazamiento de afiliados del RAIS al RPM que, afectado históricamente en la autodeterminación financiera de su sistema de reparto, se sobrecarga en medio de un panorama en el que el contraste entre lo que se recibiría en el RAIS y lo que puede reconocer el RPM, en algunos casos, es notablemente favorable en este último. Ello, mientras se enlista un proyecto de ley para hacer parcialmente posible el llamado “traslado exprés a Colpensiones”, como reconociendo la realidad del problema. 

 

Es en este punto que, sin pretender agotar un tema tan complejo, estimo necesario abrir a este llamado un nuevo episodio, para examinar con mayor detalle el galimatías, como una contribución a la urgencia de pensar una reforma pensional integral, para que todo el que envejece pueda “cantar” en este programa Colombia sénior en clave de calidad de vida, mientras sus familias celebran la posibilidad de poder construir para ellos similar beneficio rompiendo así la cadena intergeneracional de la pobreza.

 

Continuará…

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