Columnistas
Endeudamiento externo
Salomón Kalmanovitz
Economista e historiador
Los países dependientes de exportaciones primarias deben ahorrar durante los auges, porque la experiencia indica que estos no son duraderos. En el caso particular del petróleo, la necesidad se hace más acuciante frente a los cambios tecnológicos en curso, como la extracción por fraccionamiento que ha producido un exceso de oferta, pero, sobre todo, por su sustitución por electricidad u otros métodos en el transporte que también hacen prever una reducción de su demanda. El ahorro debe estar disponible para que la economía invierta en rubros que sustituyan las exportaciones primarias y mantengan el nivel de actividad durante las fases de precios bajos.
Colombia tuvo un pobre desempeño en la administración de su bonanza petrolera, haciéndolo mejor que Venezuela y Brasil. Ecuador, Perú y Chile hicieron grandes ahorros fiscales que han servido para mantener la inversión en infraestructura con recursos propios durante la “malanza”. Este ahorro sirvió además para impedir grandes fluctuaciones de sus tasas de cambio, mientras los países más díscolos sufrieron de apreciaciones fuertes seguidas de depreciaciones igualmente nocivas que dieron pie a inflaciones que recortaron el ingreso de sus poblaciones.
Una medida del grado de voracidad de los sectores público y privado de Colombia es el endeudamiento externo contraído a partir del 2002. En ese año, el saldo de la deuda externa pública era de 21.000 millones de dólares para alcanzar 42.000 millones de dólares, en el 2010, durante la era Uribe. Santos siguió con la tendencia, pero no duplicó el endeudamiento público, sino que lo aumentó en el 50 %, al alcanzar 65.000 millones de dólares, a septiembre del 2016; falta ver el saldo que legue en agosto del 2018.
Las razones fueron varias, siendo la más importante mantener impuestos bajos que imposibilitaron hacer el ahorro público correspondiente, incluyendo unas exenciones generosas para el sector minero energético y zonas francas. En efecto, la participación del recaudo tributario en el PIB cayó en varios puntos durante la segunda administración Uribe y las dos reformas de Santos han logrado aumentarla solo marginalmente. El descuadre que produjo la caída de los precios del petróleo tuvo que ser enfrentado con la tercera reforma tributaria de diciembre y solo cubre una parte del faltante, obligando a aumentar el endeudamiento para mantener un nivel de gasto público mínimo.
Mientras que el sector público se gastaba tanto la bonanza como la deuda contraída, el sector privado no se quedaba atrás. En el 2002, el financiamiento externo para las empresas fue de 15.000 millones de dólares, pero se triplicó al 2016, con 45.000 millones de dólares, primero con cierto temor de que se repitiera la negra experiencia de la crisis 2008-2012, cuando la devaluación llevó a muchos a la quiebra, para tomarse cada vez más confianza esperando que la bonanza fuera permanente. Hoy, muchas empresas están de nuevo estranguladas por el servicio de sus deudas.
El sector financiero siguió la misma pauta: septuplicó su endeudamiento de 2.000 millones de dólares, en el 2002, a 14.000 millones de dólares, en el 2016, que intermedian para prestarlo en pesos o también en dólares. Habría que examinar la procedencia de algunos de estos fondos, porque pueden provenir de paraísos fiscales, disfrazándolos de deuda.
En resumen, la bonanza externa propició comportamientos aventureros e irracionales de todos los agentes, que van a frenar el desarrollo del país hacia el futuro, todo lo cual se pudo evitar.
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