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Actualizado hace 10 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis


Una mirada al Contrato Social de Rousseau

26 de Septiembre de 2019

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José Andrés Prada Gaviria 

Abogado/traductor

Especialista en Derecho Comercial y Derecho de la Empresa Universidad del Rosario

 

Todos los días amanecemos con la intención y la idea de levantarnos y disfrutar de un buen día; sin embargo, el clima, algún traspiés en el camino o algún comentario de algún desconocido o compañero de trabajo puede hacernos pasar un mal rato, así sea momentáneo.

 

Sin alejarnos mucho de la explicación de la teoría de la evolución de Darwin, hay que entender que todos tenemos algo de animal dentro de cada uno de nosotros. Unos somos más primarios que otros, pero en el fondo tenemos las mismas necesidades (de cariño, de ser aceptados, de alimentarnos, de dormir, etc.) y a pesar de ello somos cada uno únicos e irrepetibles.

 

Esto me lleva a concluir que tal como lo pensaba en un principio un delincuente es delincuente por las vivencias o experiencias que lo llevaron a actuar de esa manera. Me explico, el contacto con lo ilegal, las malas compañías, un entorno desfavorable, el pasar hambre, etc. No obstante, últimamente me he convencido de que esto no es tan cierto del todo. Un buen hombre en un entorno desfavorable puede verse influenciado a seguir el mal camino, pero nada lo desvía a seguir por el buen camino, gracias a sus principios y valores. Tal vez, hay personas que no encuentran la posibilidad de elegir qué pasos seguir, pero un buen hombre seguirá firme con sus creencias y principios y por más que intenten doblegarlo seguirá por el buen camino.

 

Sin más preámbulo, Rousseau escribió entre sus obras más conocidas y reputadas el Contrato Social. En ella afirma que “la sociedad más antigua de todas es la familia, y la única natural, es la de una familia…”[1]. En su libro primero, del capítulo III, define la fuerza “como un poder físico (…) Ceder a la fuerza es un acto de necesidad y no de voluntad…”. “El más fuerte nunca lo es bastante para dominar siempre si no muda su fuerza en derecho y la obediencia en obligación”. Por lo tanto, concluye “que la fuerza no constituye derecho y en que sólo hay obligación de obedecer a los poderes legítimos”.

 

En el libro primero capítulo VI de su obra, titulado Del Pacto Social, él busca responder la pregunta de qué obliga a un hombre a obedecer a otro hombre o bajo qué derecho un hombre ejerce autoridad sobre otro. Él concluyó que solamente un contrato tácitamente y libremente aceptado por todos permite a cada uno obligarse a uno mismo a todos mientras conserva su libre voluntad[2].

 

“Este acto de asociación produce un cuerpo moral y colectivo, compuesto de tantos miembros como voces (…). Esta persona pública, que de este modo es un producto de la unión de todas las otras, tomaba antiguamente el nombre de Civitas y ahora el de República o de cuerpo político (…). Por lo que mira a los asociados, toman colectivamente el nombre de pueblo y en particular se llaman ciudadanos como partícipes de la autoridad soberana…”[3].

 

Su magna obra culmina señalando que la soberanía reside en el pueblo y que solo por medio de la implementación de un gobierno las personas logran cumpliendo un pacto social que sus derechos les sean respetados y puedan convivir en sociedad.

 

En la Facultad de Derecho nos enseñan dos grandes corrientes: el naturalismo y el positivismo. Palabras más o palabras menos la primera implica que los hombres nacen buenos y siguen sus principios, mientras que la segunda señala que los hombres no son buenos y deben regirse por normas para poder convivir.

 

Hoy, las instituciones (llámese familia, colegios, universidades, iglesia) atraviesan un momento de crisis. Cuando hacemos parte del colegio, nos regimos por los valores y principios que allí nos infunden. Algo similar pasa cuando pasamos a la universidad. No solo nos enseñan sobre determinadas materias, sino que seguimos los valores y principios de esa institución en especial. Sin embargo, cuando terminamos para entrar al mundo laboral, para muchos de nosotros, quedamos como en un limbo moral. Si bien es cierto las empresas son las que ahora rigen nuestro horizonte, en muchas ocasiones, cuando se es independiente quedamos de alguna forma desprotegidos.

 

La familia, los amigos son personas que nos pueden acompañar en el camino, pero no siempre pueden estar con nosotros todo el tiempo.

 

A lo que voy es que, de alguna forma, nuestra sociedad o nuestro país se encuentra en crisis. A diario leemos noticias sobre el desempleo y la inseguridad que aqueja nuestra sociedad. Todos vivimos bajo los estándares y/o modelos que nos imponen los medios de comunicación. Existen algunos segmentos de nuestra sociedad que son más susceptibles a ellos, como lo son los jóvenes. Esto sin mencionar la inequidad que existe en nuestro país. El consumismo y la necesidad de surgir hacen que la gente opte por el dinero fácil. La corrupción es algo del día a día y es un reflejo de esa necesidad por adquirir e incrementar el dinero y los bienes.

 

Todo lo anterior genera un malestar entre quienes no acceden a los bienes materiales de manera lícita, ya sea porque no les alcanza o porque sencillamente no pueden competir con ellos. Bandas de atracadores son el pan de cada día.

 

La inequidad, donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres incrementan ese malestar social e insatisfacción. Si bien los gobiernos de turno realizan políticas sociales, creo que en ello no está la solución. Con regalarle algo a las personas no se resuelve el problema social de fondo. Debe existir igualdad de oportunidades y de acceso a la educación para la población.

 

El punto está en que el contrato social de Rousseau pone en manos de un gobierno nuestra tranquilidad y convivencia. Pero ¿qué pasa cuando dicho contrato no es cumplido de buena fe por los ciudadanos? Es decir, para que cualquier contrato social o legitimidad del Estado funcione, es necesario que todas aquellas personas que están de acuerdo deben cumplir con un aporte mínimo. No intentar robar a los demás, cuidar los bienes públicos, no agredir a los demás, etc.

 

Solo así el contrato social funciona y el gobierno prospera. Si los ciudadanos no reconocen la autoridad ni están siendo debidamente representados y hacen lo que se les da la gana sin respetar las normas mínimas como aquellas contempladas en los derechos fundamentales de nuestra Constitución Política (el derecho a la salud, el derecho a la vida, el derecho a la igualdad, el derecho a la intimidad, el derecho al buen nombre, etc., por solo citar algunos), no hay una manera eficiente y legítima de prosperar como nación. Es como si no hubiéramos progresado como seres humanos a lo largo de todos estos años y estuviéramos saturados por un exceso de normas de papel, que son eso, nada más que papel.

 

Se habla de que un Estado ideal es uno que sanciona y pone ejemplo. Pero aquí se menciona que tal Estado sería un Estado peligrosista y que no garantizaría los derechos mínimos que profesa nuestra Constitución Política y nuestro ordenamiento interno. La verdad es que ni la ley se cumple, ni tampoco se avanza en el cumplimiento de los derechos mínimos. 

 

Es cierto que no hay sociedad perfecta y volvería a lo que se comentó al inicio de este escrito, el ser humano a pesar de diferenciarse del resto de los animales por su capacidad de razonar, muchas veces se comporta como un animal. El contrato social fue una solución práctica para remplazar el uso de la fuerza por un gobierno legítimo. Sin embargo, esto no se cumple a cabalidad en estas latitudes. Aquí con frecuencia reina la ley del más fuerte, del más vivo y del tramposo. Como si cumplir y realizar lo anterior fuera de admirar. La verdad eso genera intranquilidad y preocupación.

 

Así como jurídicamente se habla de inseguridad jurídica cuando un gobierno cambia las leyes a su conveniencia y cuando se le da la gana, la ley del más fuerte no genera confianza entre la sociedad.

 

Nuestra cultura es proclive al crimen y a la corrupción. Esto sin mencionar la vulnerabilidad de la población a lo anterior. A pesar de ello, hay esperanza, pues los medios nos muestran voluntad política de avanzar en algunos temas. Si bien los cabecillas, por poner un ejemplo, de los grupos delincuenciales son capturados, hay un listado de muchos más esperando delinquir. Lo cual hace que se convierta en un mal sin fin.

 

Mientras nuestros héroes sigan siendo los malos (como aquellos que se identifican con el guasón, o con Pablo Escobar) nuestra sociedad seguirá cometiendo crímenes.

 

De niños, los colegios y la familia son un pilar para nuestro desarrollo. Pero mi experiencia personal me señala que al terminar dichos programas académicos e ingresar al mundo laboral nuestro entorno a veces no es el mejor. Pero el problema no está en el trabajo o en la calle, sino en la calidad de las personas que nos rodean. Quisiera equivocarme, pero los índices de robo y la sensación de seguridad me dan la razón. Por eso, necesitamos que el Estado fortalezca sus campañas de educación (sobre los derechos mínimos de las personas y cómo los deben respetar) e intente recuperar el terreno perdido.

 

Además, pareciera existir una cultura por desearle el mal ajeno al prójimo. Escuché alguna vez en un programa de televisión en México contado por un boxeador de allá, que en ese país la gente no le daba ánimo, sino todo lo contrario. Buscaban cómo encontrarle el pierde. Algo así percibo en nuestro país.

 

Pareciera que viviéramos en el lejano oeste donde no hay ley ni orden. La fuerza no es buena cuando es utilizada para infringir la ley o los derechos de las personas. De allí la importancia de recalcar en los valores y principios. Bien lo dice Jesús, ámense los unos a los otros.

 

Sin un mejoramiento en el pensamiento y en la forma de obrar de las personas que habitan el país, no podremos avanzar en lograr una mejor calidad de vida.

 

[1] Rousseau, Juan Jacobo. El Contrato Social, tomado de https://www.marxists.org/espanol/rousseau/rousseau_cs.htm

[2] Enciclopedia Britannica, Jean-Jacques Rousseau, Tomo 26, pág. 1005, Robert P. Gwinn, Chariman, Board of Directors Charles E. Swanson, President Philip W. Goetz, Editor-in-Chief. Chicago, Auckland/Geneva/London/Manila/Paris/Rome/Seoul/Sydney/Tokio/Toronto, 1985.

[3] Rousseau, Juan Jacobo, Ob. Cit.

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