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Opinión / Ámbito del Lector

Ámbito del Lector


De la cárcel y sus barras bravas: opinión

21 de Junio de 2017

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Sala Edición 5 - Imagen PrincipalDiego Rengifo Lozano

Profesor universitario. drengifol@hotmail.com.

 

A menos de un año de la última declaratoria de emergencia carcelaria y a escasos meses de la llegada del papa Francisco al país, las iniciativas por descongestionar las cárceles no han pasado inadvertidas. En Colombia, el recurso a la solución penal es ya un rasgo cultural.  

 

Así como existen países que arreglan cualquier problema con petróleo, y es comprensible en la medida en que sus reservas y los precios internacionales lo permitan, hay otros que, a falta de este tipo de recursos, se inclinan por arreglarlo todo con “cárcel”, disponiendo no tanto de un adecuado sistema judicial y penitenciario, como de unos inagotables yacimientos de ganas.

 

Hace unos años, un informe de El Tiempo (El país detrás de las rejas) decía que si decidiéramos meter a todos los presos en un estadio de fútbol, necesitaríamos “copar dos estadios como el Metropolitano de Barranquilla” y aun así sería insuficiente para albergar a toda la población carcelaria. La inquietud que surgía en esas épocas, y aun hoy, sobre este tipo de comparaciones es dónde acomodar a los hinchas, y, aún más grave, a sus barras bravas, porque casos se han visto en que las voces más estridentes y comprometidas con “pagar cárcel” como si se tratara de un sacramento, son las que más amigos tienen en el estadio.

 

Ignorando tal vez que la penalización es un recurso de última instancia, sus adeptos procuran convertirlo en el mecanismo más expedito para solucionar cualquier problema, incluidos aquellos que admiten soluciones menos costosas para la sociedad. Esta tendencia implica serios inconvenientes, máxime tratándose de un país cuya infraestructura carcelaria es famosa por su precariedad, en los más variados sentidos.

 

Más allá de la crisis carcelaria declarada por el Ministerio de Justicia hace casi un año, la Corte Constitucional ha señalado repetidamente el deplorable estado del sistema penitenciario, no tanto en alusión a sus estándares de seguridad, sino, principalmente, en lo que atañe al respeto por los derechos humanos.

 

Con qué argumentos los adeptos a la solución penal y a la cárcel pretenden aumentos significativos en la magnitud de los castigos y el reforzamiento del Código Penal con nuevas modalidades delictivas cuando el sistema no ha podido garantizar siquiera la inocuización de los condenados. Los hay “operando” desde la cárcel y fuera de ellas, valiéndose de tecnologías como celulares o brazaletes electrónicos, dispositivos simples que, sin embargo, el sistema ha sido incapaz de controlar eficazmente.

 

Desafortunadamente, los problemas de la reclusión intramural en Colombia están más allá de los muros, a pesar de que sus casos más connotados sugieran dicha hipótesis. Lo atestiguan los modelos del “Tolemaida Resort” y sus paredes de oxígeno, y el de La Catedral, de Pablo Escobar, donde llegó a funcionar un tribunal de justicia exprés. Incluso, el modelo del exsenador Carlos Martínez, en La Picota, que le dio por ampliar su celda.

 

Pero lo más sorprendente es que, ante semejantes esperpentos, exista tanta cercanía y familiaridad con la solución penal. Hasta el ejercicio democrático más básico parece estar signado por la pena, porque para acceder a un cargo de elección popular, uno de los rasgos característicos, que en algunas regiones ya parece un requisito, es tener “familiaridad” en la cárcel dentro de los primeros grados de consanguinidad o afinidad civil. Prueba de esa relación familiar, signada por la pena, camina (sin ella) como cualquier ciudadano desprevenido, y no falta el que asegura haberla visto en forma de diputado, congresista, gobernador y otras dignidades. Eso para no hablar de aquellos casos en que la cauda electoral de un movimiento político aumenta con posterioridad a la condena de alguno de sus líderes (casi siempre por corrupción), porque ni siquiera la ciencia política o la criminología se han atrevido a dar luces sobre semejante abominación.

 

Por eso a la pregunta sobre el fervor con que, a pesar de las evidencias, se sigue honrando la solución penal y el tratamiento carcelario en el país, puede responderse con la misma determinación de nuestro más sonado emblema deportivo: Colombia es pasión. 

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