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18 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Ámbito del Lector


Parajusticia y morosidad judicial

22 de Noviembre de 2022

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Nota:
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La morosidad judicial es una pandemia, pero no podemos endilgarle su paternidad solo a los jueces y demás funcionarios. Desde la Constitución de 1991, se han adoptado varios planes de desarrollo para la Rama Judicial. El último de ellos tuvo como objetivo general posicionar a la Rama como un sistema independiente, moderno, con cultura de servicio y confiable para los ciudadanos, mediante el aumento de su capacidad para asumir plenamente la responsabilidad de emitir actos de justicia, para la resolución justa de las controversias y facilitar la convivencia pacífica entre los colombianos. Sus objetivos específicos fueron los de alcanzar el acceso, la eficiencia y la eficacia, la calidad, la transparencia y la autonomía, pero dichos planes solo son anhelos.

 

Los críticos son coincidentes en que la primordial causa de la congestión es el número reducido de jueces y la precaria infraestructura económica de la Rama. Se argumenta también que los despachos no cuentan con el personal suficiente y con los recursos logísticos indispensables para satisfacer toda la demanda que tiene la administración de justicia en la actualidad. Estas falencias, aunadas a los menguados salarios de los funcionarios, se convierten en el combustible y el comburente que prende y aviva los repetidos y justificados “paros” de la Rama.

 

En contraste con la misérrima situación que afronta la administración de justicia, últimamente viene afianzándose en Colombia la parajusticia y, aunque es indiscutible que la función judicial se creó para resolver los conflictos entre particulares, ocurre algo muy distinto cuando los involucrados en una litis pertenecen a las grandes elites económicas del país, cuando se enfrentan los “cacaos” o los pocos grupos económicos, ya que aquí las pretensiones son multimillonarias. Entonces, notamos que esta clase privilegiada acude a los tribunales de arbitramento que, de paso, se convierten en una clase de parajusticia, argumentando los privilegiados que no pueden dejar en manos de los jueces la solución de sus conflictos sin correr el riesgo de que estos se dejen seducir por fenómenos extraprocesales al momento de fallar.

 

Es cierto que el arbitraje es un procedimiento alterno para remediar conflictos, en el cual los árbitros, que asumen posiciones de terceros imparciales, con formación académica especializada en múltiples áreas del Derecho, resuelven la litis planteada mediante un laudo, que tiene idénticas connotaciones y efectos legales de una sentencia judicial.

 

Desplazada la administración de justicia para resolver controversias en donde los “cacaos” se disputan muchos millones de dólares, ya que estos los resuelve el “tribunal de arbitramento”, a la justicia ordinaria solo le queda por resolver, entre otras, demandas ejecutivas de poca cuantía, en donde la mayoría de las veces el actor o demandante es el sector financiero persiguiendo la casa o el apartamento de la infortunada clase media y baja que atraviesa el “Niágara” en bicicleta, bicicleta en donde cada pedaleo convierte al pobre en más pobre y al privilegiado en más poderoso.

 

Salta la desigualdad entre potentados y desposeídos hasta en el órgano que les administra justicia, por un lado, un tribunal de arbitramento integrado por árbitros pertenecientes a encumbradas elites y, por el otro, un poder judicial llevando a cuestas la indiferencia y el abandono estatal. Con ese sombrío panorama, es obvio que la primera sacrificada es la justicia, de la cual Francisco de Quevedo dijo: “Vinieron la Verdad y la Justicia a la Tierra; la una no halló comodidad por desnuda, ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo así, hasta que la Verdad, de pura necesitada, asentó con un mudo. La Justicia, desacomodada, anduvo por la Tierra rogando a todos, y viendo que no hacían caso de ella y que le usurpaban su nombre para honrar tiranías, determinó volverse, huyendo al cielo. Se salió de las grandes ciudades y cortes, y se fue a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida en su pobreza, fue hospedada de la Simplicidad, hasta que envió con ella requisitorias la Malicia. Huyó entonces de todo punto, y fue de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era, y ella, que no sabe mentir, decía que la Justicia. Respondían todos: ‘¿Justicia, y por mi casa?, vaya por otra’…”.

 

Kleber José Barrios Núñez, abogado penalista

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