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Actualizado hace 35 minutes | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Ámbito del Lector

Ámbito del Lector


En memoria de Tito Livio Caldas

17 de Agosto de 2016

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Nota:
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Cesáreo Rocha Ochoa, presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia

 

Conocí a Tito Livio Caldas en Ibagué en la época en que compartía actividades de compilación jurídica con Francisco Yezid Triana y, posteriormente, en Bogotá, cuando me vine a estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Ya graduado, volví a alternar con él en la Casa del Tolima, en la calle 34, abajo de la carrera 5ª de esta ciudad. Siempre pendiente de las cosas que ocupaba a la colonia tolimense que lo consideraba como uno de los suyos.

 

Viejo suscriptor de las obras de Legis, tuve la fortuna de alternar con él en varias ocasiones hablando de nuestro cotidiano drama nacional. Lo leía en sus escritos o selecciones que hacía como Director de la Revista Ciencia Política, con la colaboración de su hija Consuelo Caldas Cano.

 

No podré olvidar la enseña del texto que caracterizó tal medio de difusión intelectual: “No hay democracia sin un sistema real y efectivo de respeto por los derechos humanos. Y no hay un sistema así, que funcione realmente, como una institución consagrada, salvo en el Estado de Derecho, que es el Estado al servicio del hombre y subordinado al imperio de la ley”. O la frase de: “No puede haber democracia sin economía de mercado, ni economía de mercado sin democracia; sin ellas, a su vez el progreso es imposible”.[1]

 

Liberal prístino, en su mejor acepción, libre pensador auténtico por lo tanto ajeno a los oropeles de los dogmas y las teorías religiosas, que nunca compartió pero que no confrontó, dentro de su criterio practicante de la tolerancia y respeto por las ideas ajenas y contrarias. Vivió como pensaba, en vez de pensar como vivía. Sus moradas interiores eran pulcras, como las voces de su conciencia. Amigo y patrocinador de la investigación científica y vigía de su desarrollo social. Pocos visionarios e intelectuales como él son merecedores de la admiración de quienes tuvimos la suerte de arrimarnos a la grandeza de su espíritu, ese arcano inasible e inexplicable donde se produce el pensamiento. Que la huella de su paso perdure mientras quienes lo hemos acompañado en su trasegar sembremos su memoria y su ejemplo en nuestra descendencia y en las generaciones que nos sucedan.

 

 

[1] Ciencia Política. Revista trimestral para Colombia y América Latina, número 49, III y IV trimestres, 1.998, Bogotá.

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