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Volver a leer. A propósito de los 20 años de ‘Teoría Impura del Derecho’

En el marco de la discusión sobre volver a leer libros completos en nuestros salones de clase, la obra de Diego López, ‘Teoría Impura del Derecho’, envejece muy bien.

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Volver a leer. A propósito de los 20 años de ‘Teoría Impura del Derecho’

12 de Junio de 2025

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Jorge González Jácome
Profesor asociado de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes

A finales del año pasado The Atlantic publicó una columna en donde su autor resaltaba el hecho de que sus estudiantes universitarios de primeros semestres no estuvieran preparados para leer libros completos. De un lado, los estudiantes se quejaban de la carga de lectura excesiva y la imposibilidad de cumplir con sus tareas y, de otro, los profesores encontraban la ausencia de marcos de análisis que permitiera a los estudiantes –en el caso de las ficciones literarias– dar cuenta simultánea de los detalles particulares y de la trama e ideas generales de las obras. Así, cada vez es más difícil tener discusiones sofisticadas en los salones de clase de las universidades, llevando a que los profesores tuvieran que enseñar cuestiones básicas que responden a cómo leer.

Si bien esta es una queja que se repite generación tras generación (yo escuché lo mismo cuando estaba en un salón de clase como estudiante), actualmente la incapacidad que detectamos tiene que ver con que los libros están compitiendo por la atención de los estudiantes con una serie de redes sociales y aplicaciones que cargan en su bolsillo, a tal punto que estamos cerca de la discusión sobre prohibir o no aparatos electrónicos en los salones de clases universitarios.

Al leer este artículo, hablar con colegas y experimentar la agonía que ha sido dictar Teoría Jurídica en los últimos dos semestres enfrentando estos problemas, también creo que hay cierta responsabilidad nuestra (de los profesores y de nuestra cultura jurídico-académica en general) en esa imposibilidad de que los estudiantes lean libros completos y, sobre todo, de que se encariñen con ellos. De un lado, hay una abundancia de producción de literatura jurídica compilatoria y sin análisis. Esto no es nuevo, por supuesto, pero el asunto se vuelve hoy más dramático porque los colegios avanzan en aprendizaje por problemas o proyectos en sus últimos años de secundaria y los recibimos en las facultades de Derecho con “los ladrillos” de rigor.

De otro lado, y este “dedo acusador” lo dirijo hacia mí, las exigencias de producción universitaria rápida y urgente ha llevado a la lectura y escritura de una proliferación de artículos y textos que tocan pedacitos pequeños del Derecho en desmedro de relatos que nos permitan entender tramas generales. Miro mis programas de curso de los últimos semestres y encuentro esta estructura: múltiples artículos de diferentes corrientes asignados que, si no son amarrados por un relato que me esfuerzo por transmitir en clase, parecieran estar picando en muchos lugares disímiles. Y quizás el relato es claro para mí, pero no sé para los estudiantes. Como me lo decía una querida y sabia colega, cada año nosotros, los profesores, somos un año más viejos (tenemos un año más de lectura y reflexión) y los estudiantes siguen teniendo la misma edad. La brecha se amplía cada segundo.

En este panorama he vuelto a pensar en la senda de los libros monográficos y en usarlos para las clases. Leerse uno o dos libros al semestre, quizás, consolidar un relato de nuestras áreas. Los estudiantes no leen libros completos, en el caso de la academia jurídica, porque muchas veces no los asignamos porque creemos que tenemos una responsabilidad de enseñarles lo que más podamos de lo que hay “allá afuera”. Vale la pena bajar la velocidad y volver atrás, volver a pensar en la propuesta implícita que hace 20 años hizo Teoría Impura del Derecho de Diego López. La riqueza del libro, por ejemplo, para enseñar teoría jurídica, radica en que tiene una multiplicidad de capas que permiten trabajar diferentes hipótesis en un curso teórico, tanto a nivel de pregrado como de posgrado.

En primer lugar, el libro tiene una pregunta sobre qué significa el pensamiento teórico-jurídico en Derecho y por ello el texto adopta una noción de los estudios jurídicos críticos sobre la conciencia o el pensamiento jurídico. Pensar teóricamente el Derecho no es lo mismo que hacer filosofía del Derecho (o no necesariamente), sino que debe pasar por indagar la manera como los abogados piensan, cómo construyen sus argumentos, cómo entienden su rol interpretativo, cómo vislumbran la función del derecho en la sociedad. En segundo lugar, Teoría Impura tenía una apuesta geopolítica. ¿Qué significa hacer teoría jurídica en América Latina (o quizás en Colombia)? Acá el libro se ubica en discusiones sobre la globalización del pensamiento jurídico y las formas como teorías y sensibilidades jurídicas producidas fuera del Norte Global producían creativas relecturas del material jurídico foráneo. En otras palabras, en el Sur Global somos productores de teoría a pesar de que nos habían insistido que no lo éramos. Y, como se me acaba el espacio, solo digo un tercer aporte adicional, y es que Diego López nos borró las fronteras entre diferentes ramas del Derecho y nos invitó a que las sensibilidades teóricas fueran herramientas de comprensión y práctica de un derecho que no puede entenderse sin una mirada a las dogmáticas de cada área y a sus teorías subyacentes.

En el marco de la discusión sobre volver a leer libros completos en nuestros salones de clase, la obra de Diego López, Teoría Impura del Derecho, envejece muy bien. Es un libro que nos invitó a escribir con estas miradas panorámicas, con hipótesis múltiples y construcción de relatos que nos permitan darle sentido a nuestras experiencias como estudiosos y practicantes del Derecho. Esto no quiere decir que el libro no tenga hipótesis que quizá no sean precisas o que deban revaluarse. Lo que quiere decir es que regresar sobre su senda implica volver a comprender su generosidad con el lector y su fe implícita en que los libros (jurídicos) encontrarán sus lectores en la medida en que la escritura tenga el propósito transformar las comprensiones de nuestras propias vidas.

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