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Brutalismo comunicacional entre seres sintientes

En las relaciones entre personas, una verdadera educación en empatía debe dejar claro que no basta con evitar un lenguaje ofensivo.

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15 de Agosto de 2025

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Natalia Tobón Franco
Abogada de la Universidad de los Andes, con maestría en propiedad intelectual en Franklin Pierce Law Center

Colombia ha avanzado en la protección animal. En los últimos años se han dictado nuevas leyes y se han propuesto varios proyectos de regulación que no solo castigan con mayor rigor el maltrato, sino que también fomentan una relación más respetuosa y compasiva con los animales.

El camino comenzó con la Ley 84 de 1989, que estableció un primer marco legal para prevenir el maltrato animal. Años más tarde, la Ley 1774 de 2016 marcó un cambio profundo al dejar atrás la antigua concepción del Código Civil que consideraba a los animales como simples objetos materiales que podían ser objeto de apropiación y los reconoció como seres sintientes.

A esta evolución se sumó la Ley 2054 de 2020, que sancionó la tenencia irresponsable de animales de compañía y obligó a los municipios a crear, según su capacidad financiera, espacios como centros de bienestar animal, albergues o hogares de paso para recibir, esterilizar, rehabilitar y promover la adopción de animales abandonados o perdidos.

Más recientemente se promulgó la Ley Ángel (Ley 2455 de 2025), que establece sanciones penales, administrativas y policiales contra la crueldad animal, y la Ley Lorenzo (Ley 2454 de 2025), que impulsa la transición hacia tecnologías que reemplacen de manera progresiva el uso de perros en labores de seguridad y vigilancia.

Dentro de este proceso aparecieron dos leyes más. La Ley Kiara (Ley 2480 de 2025), que introdujo la regulación de los servicios para animales de compañía, incluyendo guarderías, hoteles, peluquerías, tiendas de mascotas, paseadores y atención veterinaria y la Ley “Esterilizar Salva” (Ley 2374 de 2024), que creó la Política Nacional de Esterilización de gatos y perros con financiamiento estatal.

En trámite se encuentra la Ley “Zoópolis”, que regula la tenencia de mascotas en propiedad horizontal; la ley que prohíbe el ingreso de instrumentos cortopunzantes, alcohol y menores de edad a las corralejas y la Ley “Yoko”, que busca convertir a Colombia en el primer país libre de grandes simios en cautiverio.

Mención especial merece la Ley de Empatía, que obligará a los colegios a incluir en sus currículos contenidos de protección animal para fomentar una cultura de respeto desde la infancia. Una filosofía similar debería inspirar la creación de una norma que enseñe a las personas a tratarse con empatía. En una sociedad como la colombiana, marcada por la desconfianza y la violencia, la empatía hacia todos los seres vivos es el único antídoto contra el maltrato que genera el “brutalismo comunicacional” que nos invade.

El brutalismo comunicacional es un concepto reciente que toma su nombre del brutalismo arquitectónico, corriente nacida a mediados del siglo XX y ligada a figuras como Le Corbusier, reconocible por el uso del cemento a la vista, las formas masivas y la ausencia de ornamentos. Hace poco este estilo tuvo un retrato cinematográfico en El brutalista, con Adrien Brody en el papel de László Tóth, un arquitecto judío-húngaro que sobrevive al Holocausto y emigra a EE UU después de la Segunda Guerra Mundial. La película obtuvo el Oscar al mejor actor, la mejor fotografía y mejor banda sonora original en el año 2025. 

En comunicación, la comparación con el brutalismo arquitectónico, corriente que muestra sus estructuras sin ornamentos y en bruto, describe discursos que se presentan del mismo modo, agresivos, crudos, con insultos abiertos y apelaciones directas a la emoción para provocar confrontación, algo muy común en las redes sociales y especialmente atractivo para muchos políticos.

La empatía no debe limitarse a las palabras, también exige acciones. Benito Juárez tenía razón al afirmar que “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. En el caso de los seres sintientes, es necesario que las personas comprendan que no basta con exigir respeto a los derechos de sus animales, sino que deben cumplir obligaciones como alimentarlos, vacunarlos, recoger sus desechos, mantenerlos limpios, llevarlos al veterinario y evitar que pasen largos periodos solos.

En las relaciones entre personas, una verdadera educación en empatía debe dejar claro que no basta con evitar un lenguaje ofensivo. También implica respetar los espacios comunes, recoger la basura, usar el agua con responsabilidad, no desperdiciar alimentos y prevenir ruidos que rompan la tranquilidad, como la pólvora o la música a alto volumen en lugares que requieren silencio. En última instancia, la empatía se refleja en acciones que otorguen respeto a todos los seres capaces de sentir dolor, placer o emociones, ya sea que se expresen con palabras, ladridos, maullidos o mugidos.

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