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25 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 6 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis


Sobre el impacto del covid-19: tal vez, Huxley y Orwell tenían la razón

14 de Abril de 2020

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Camilo Ramírez Gutiérrez

Miembro Fundador Instituto Internacional de Derechos Humanos-Capítulo Colombia

 

En 1932, Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, posteriormente, en 1948, George Orwell daría paso a su obra 1984. Ambos textos son considerados joyas de la literatura universal y la base de un género explorado por la teoría política y social que pretende comprender a las sociedades y al Estado. Las dos novelas se caracterizan por ser distópicas, es decir, por presentar narrativas que tratan de simbolizar futuros infelices para la humanidad y proponer una visión aterradora del porvenir de la existencia humana (o lo que, tal vez, para nosotros es el presente).

 

La propagación del covid-19 ha generado una crisis biológica de impacto global, cuya magnitud, según señalan algunos pensadores, tendrá incidencia sobre el modelo social, económico y político actual. Uno de ellos es el filósofo sur coreano Byung-Chul Han, quien señaló el exitoso mecanismo de contención ejecutado por varios países asiáticos como China, Corea del Sur, Japón y Taiwán. En dicho análisis, mencionó el alcance del poder de los Estados sobre la vida de la ciudadanía, en concreto sobre su vida privada, cuestión en la cual me propongo centrar este escrito.

 

Específicamente, el filósofo indicó que la clave exitosa del control de la pandemia en dichos Estados no fue el encierro -cuarentena-, cuya duración fue menor a la impuesta en los países de occidente, sino que la eficacia de las medidas estuvo centrada en dos factores, principalmente, estos son: (i) el poder tecnológico a través de dispositivos móviles, cámaras de identificación y lectura térmica en la ciudades, entre otros recursos, y (ii) la anulación de un bien preciado en occidente, como es la privacidad.

 

En relación con el segundo factor, resulta importante recordar que en dichos países el Estado tiene un acceso ilimitado a los datos personales, la información, los correos, los dispositivos móviles, etc., aspecto que permite un control uno a uno, para identificar quiénes pueden portar el virus y, por ende, propagarlo.

 

Como en la novela de Orwell, en ciertos países de Asia, “el gran hermano” es quien proporciona al individuo la existencia, en el sentido de que no solo controla el medio político y social en donde se desenvuelve, sino que también tiene la posibilidad de incidir sobre su identidad y sus temores, pues tiene medios de control que permiten un libre acceso a su círculo privado. Es interesante ver como Byung destaca la obediencia de los asiáticos respecto de las ordenes impuestas por el Estado, como una caricatura del mundo orwelliano.

 

Lo anterior, desde nuestra visión occidental, trasgrede las lógicas de la relación Estado–individuo, ya que este control sobre el sujeto trasciende los límites de lo que concebimos como contrato social, donde el derecho a la intimidad es “respetado” (no se deben obviar episodios como el del brexit y la elección de Trump, gracias al hackeo de personas por parte de los oligopolios de datos como Facebook-Cambridge Analytica). En tal sentido, la forma de control del virus ha sido a través del Estado de sitio, excepción o emergencia, según el caso, como en una sinopsis de la película V de Vendetta (2005).

 

El modelo autoritario en pro de la superación de la pandemia ha anulado a los organismos colegiados, como parlamentos y cortes, pues no han podido tener un papel activo por la coyuntura sanitaria, lo que ha dejado en varios escenarios un poder concentrado en cabeza del Ejecutivo, y, por tanto, ha generado un desbalance en el modelo institucional del Estado de derecho. En este punto, no debe olvidarse que los efectos de la pandemia han sido agravados por la desprotección que los modelos privados de salud han generado en varios países como EE UU, en donde, por ejemplo, en el estado de Nueva York han muerto 600 personas en un solo día.

 

Sin embargo, en el Estado de excepción occidental se pone en duda la autoridad de “el gran hermano”, si bien es aclamado por algunos para el control de la propagación (biopoder), existen dudas sobre sus alcances y la necesidad de un control fuerte, sumado a que, además, en medio del virus coexiste una virtualidad de libertad similar a la propuesta por Huxley. Así, Un mundo feliz se enfoca en que los individuos pueden acceder a la “felicidad” a través de la renuncia de la libertad primitiva, por medio de eslóganes, drogas y demás controles sobre la formación cognitiva del sujeto. Adicionalmente, moldea una realidad similar a la nuestra, en donde persiste un contexto social de castas, entre sectores sociales privilegiados y excluidos, que profundizan la brecha social para acceder a los recursos que llevan a la consecución de la “felicidad”.

 

Esto ocurre, porque como plantea Huxley, habitamos en medio de una infraestructura desigual, en donde la obtención de la “felicidad” o estabilidad en la crisis pandémica es una cuestión de clase social. En los últimos días, en el mundo se ha discutido la prolongación de las medidas de restricciones y contención, de forma más alta entre los países más desiguales y con sistemas sociales débiles, en donde estas medidas tienen un mayor grado de aceptación por parte de quienes tienen provisiones o siguen devengando un salario en medio de la crisis y pueden acceder a bienes básicos y de lujo, aquellos que tienen acceso a plataformas virtuales de entretenimiento y/o demás formas de entretenimiento del “mundo libre”.

 

En contraste, al igual que en el mundo de Huxley, a quienes rechazan la cuarentena, pues necesitan salir de sus casas para generar ingresos y asegurar su subsistencia mínima, se les ha llamado incivilizados y se les ha puesto detrás de una reja que, de la misma forma que en el libro, sirve para contener a los presuntos salvajes.

 

En este punto, al igual que la comunidad del año 2.540 de Huxley, en el escenario de la “clase privilegiada”, se nos proponen los valores de: comunidad, identidad y estabilidad, que evocan en el texto el Estado mundial. En donde también este “paraíso” implica que 10 personas controlen el mundo a través de la racionalidad de la ciencia -presentada como objetiva-, algo que no es distante a este momento, en el cual existen dos racionalidades hegemónicas en disputa, la del mercado y la científica, tal vez no bajo 10 controladores como sucede en la novela, pero si bajo el 1 % que representan aquellos que acumulan la riqueza total del mundo (Oxfan,2018).

 

Tal vez Huxley y Orwell tenían la razón, y venimos construyendo tanto en Asia como en occidente estas distopias.

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