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Actualizado hace 6 hours | ISSN: 2805-6396

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Al Margen


Menú de demandas

07 de Febrero de 2011

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Ilustración: Jorge Lewis

Es muy probable que a usted le haya pasado. Encontrarse un pelo en la sopa, en el arroz, en la ensalada o en la salsa de la carne. Pelos de tamaños y colores diversos. O una indefensa mosca, a veces aleteando, a veces ya agónica, en la crema de pollo o en el jugo de mora. También es común ver en los platos de cualquier restaurante toda la taxonomía de los insectos. Dentro de la gama de ingredientes sorpresa están, igualmente, grapas, curas y uñas. Y que conste que no se trata de la tan de moda cocina fusión.

 

 Usted no pidió ese aderezo ni ese condimento, pero tuvo que verlo, incluso saborearlo y, lo peor de todo, pagarlo, junto con la propina obligatoria incluida en la factura del restaurante, que ha adquirido el eufemístico nombre de “servicio voluntario”. El pago será justo: al fin y al cabo, a usted se le ha quitado el hambre. ¿A quién no, después de ver en el anhelado plato un intruso repugnante?

 

La escena no es exclusiva de la tradición gastronómica colombiana. Esto pasa en cualquier restaurante de cualquier país del mundo. Sin embargo, en las reacciones de los comensales y las consecuencias jurídicas de esos pequeños accidentes de cocina sí se notan las grandes diferencias culturales de las naciones.

  

En Colombia, un chasco así no trasciende más allá de unos gritos, discusiones entre el cliente y el administrador del restaurante, una disculpa y listo. Por mucho, la secretaría de salud sellará el negocio, por una semanita. Pero en países con más cultura litigiosa, como la estadounidense, la aparición de un objeto volador no identificado (OVNI) en un plato de comida puede llevar al restaurante a la quiebra, por una millonaria demanda.

 

Eso fue lo que le sucedió al restaurante McCormick & Schmick’s, en California (EE UU), por el OVNI alimenticio que encontró una clienta en su crema de almejas. No fue un pelo, una mosca o una uña. Fue un condón. Mientras degustaba su exquisita crema marinera, la señora masticó algo de textura similar a la de un marisco, que la llevó a pensar que se trataba de un calamar. Pero no. No era un sabroso molusco. Era un preservativo. Por estar empapado de la crema Condon Bleu, no se pudo establecer si estaba usado.

 

Dada la millonaria demanda interpuesta, a la cadena de restaurantes no le quedó otra alternativa que conciliar y firmar un acuerdo de pago, que incluyó una cláusula de confidencialidad, con el fin de no dañar el good will del negocio.

 

La crema de condones es la joya de la corona del menú de demandas contra restaurantes. Las que afectan al paladar son las más escandalosas, pero en estos lugares, las personas se exponen a muchos peligros. En Pennsylvania (EE UU), un restaurante fue condenado a pagar 113.000 dólares, por no usar el trapero: una visitante se cayó dentro del local, por pisar una bebida derramada en el piso, que ella misma le había arrojado a su pareja media hora antes de la caída, por una discusión amorosa.

 

Una cadena de cafés también fue obligada a pagarle una indemnización de 1,5 millones de dólares a un hombre cuyos genitales fueron aplastados por la defectuosa tasa del inodoro, en un local de Nueva York (EE UU). La esposa de la víctima exigió una reparación económica de 750.000 dólares, por haber sido privada de los servicios conyugales de su marido, ya que el accidente le produjo discapacidad sexual.

 

Para rematar, las disputas no solo se dan entre clientes y restaurantes, sino que también las hay entre los mismos negocios. Es el caso del restaurante Tapones al Corazón, en EE UU, que demandó, por plagio, a su competencia, llamada Parrilla Infarto, por ofrecer el mismo menú mortal: la hamburguesa cuádruple bypass.

 

La moraleja ha quedado clara: Colombia es un paraíso legal para los restaurantes. No se conocen, ni se conocerán, demandas entre los restaurantes de carretera denominados “palacios del colesterol”, por vender la fritanga de mayor riesgo cardiovascular. Tampoco hay noticias de líos entre el bar Ebrios y el bar Cirrosis, por vender la droga legal que más produce muertes y accidentes en el país.

(Fuentes: www.planetjoy.com y www.elcomercio.pe)

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