Mirada Global
El referendo en Escocia y el futuro de Gran Bretaña
31 de Enero de 2014
Daniel Raisbeck |
En la introducción a su famosa Historia de Inglaterra, Thomas Babbington (primer Barón) Macaulay (1800-1859) escribe que uno de los propósitos de su obra es demostrar cómo Escocia, “tras largos períodos de enemistad, fue por fin unida a Inglaterra, no meramente por medio de vínculos legales, sino con lazos indisolubles de interés y de afecto”.
Macaulay luego se refiere a los eventos que condujeron a la unión de los dos parlamentos bajo la Reina Ana en 1707. El autor considera que al nuevo reino de Gran Bretaña, regido bajo los principios de la monarquía protestante, parlamentaria y limitada que estableció la Revolución Gloriosa de 1688-1689, lo caracterizó “la autoridad de la ley y la seguridad de la propiedad privada”, virtudes que lograron ser “compatibles con un grado de libertad de discusión y de acción individual nunca antes conocido”.
De esta “propicia unión del orden y la libertad”, explica Macaulay, “surgió una prosperidad sin rival en los anales de los asuntos humanos”, permitiéndole a Gran Bretaña salir de “un estado de vasallaje ignominioso” bajo Francia y convertirse en el “árbitro entre los poderes europeos”. En ultramar, el Reino Unido logró que sus colonias americanas fueran “más fuertes y más prósperas” que las del Imperio Español, mientras que, en Asia, “los aventureros británicos fundaron un imperio no menos espléndido y más duradero que el de Alejandro Magno”. Como nota el historiador Niall Ferguson, “la Unión de los Parlamentos de 1707 fue también una unión de economías - y de ambiciones imperiales”.
En el 2014, el Imperio Británico, el cual evoca imágenes de bayonetas, salacots y croquet jugado sobre céspedes tropicales, es una mera reliquia de una era anterior, así sean aún palpables los fuertes vínculos lingüísticos, legales e institucionales que comparten antiguas colonias como Canadá, Nueva Zelanda, Australia e India, cuyas economías, junto a la estadounidense, se encuentran entre las más pujantes de la tierra. Sin embargo, por primera vez en más de tres siglos está en juego la unión política en la cual se basó la expansión del modelo anglo-sajón de gobierno que, como argumenta Ferguson, le dio su forma al mundo actual, a un grado mayor que cualquier otro sistema.
El referendo que se llevará a cabo en Escocia en septiembre de este año, en el cual los escoceses decidirán si su país “debe ser una nación independiente”, no surgió de manera espontánea. Desde 1707, hubo cierto resentimiento al norte del Río Tweed por los términos bajo los cuales se creó la unión. El Profesor Allan Maciness explica que, con tan solo 45 parlamentarios y 16 lores, la representación política escocesa en Westminster no era proporcional a su población. En parte, esto explica las insurrecciones jacobitas de 1713 y 1745, cuyo fracaso consolidó la unión de Gran Bretaña.
Por otro lado, la riqueza adicional que adquirió Escocia durante el siglo XVIII tras su unión con Inglaterra fomentó la impresión de libros y fortaleció el ya sólido sistema de educación primaria y las universidades, donde, según Adam Smith, la enseñanza era superior a la de Oxford y Cambridge. Esto condujo a la Ilustración Escocesa y, como escribe el periodista Arnold Kemp, al dominio del Imperio Británico occidental por parte de escoceses con una mejor preparación académica que la de sus “compatriotas” del sur.
En Escocia, los relatos de glorias pasadas obtenidas contra Inglaterra -tal como la Batalla del Puente de Sterling de 1297- nunca se extinguieron. Durante la segunda mitad del siglo XX, el nacionalismo escocés resurgió sobre todo gracias al descubrimiento de petróleo en el Mar del Norte en la década de los sesenta. La idea de que Escocia podría ser una nación independiente, siempre y cuando controlara sus propios recursos petroleros, vigorizó los argumentos de la “devolución”. En 1999, la mayoría de los escoceses aprobaron por medio de un referendo la creación de un parlamento propio con el poder de determinar el impuesto de renta.
El referendo de este año es la consecuencia del abrumador y sorprendente triunfo del Partido Nacional Escocés, liderado por el hábil Alex Salmond, en las elecciones parlamentarias del 2011. Una victoria para el lado independentista significaría el fin del Reino Unido de Gran Bretaña, un término que, como explica Ferguson, “fue propagado originalmente por Jacobo I para que los escoceses aceptaran la anexión a Inglaterra - y para que los ingleses aceptaran ser gobernados por un escocés”.
En septiembre, se determinará si los vínculos entre Escocia e Inglaterra siguen siendo tan indisolubles como una vez los consideró Macaulay.
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