Al Margen
El ladrón de calzones reales
14 de Febrero de 2011
Los acosos a las celebridades no son exclusivos de los tiempos de Hollywood. En la Inglaterra victoriana del siglo XIX, ya se tenía noticia de sujetos que asechaban a los famosos y se inmiscuían en su intimidad, con el mismo morbo con el que hoy suelen hacerlo quienes esculcan entre la basura de las superestrellas en busca de fetiches.
Edward Jones (mejor conocido por las autoridades de la época como Boy Jones) es el nombre de uno de los primeros acosadores de los que se tenga noticia en la historia. En 1838, cuando apenas tenía 14 años, este inquieto adolescente gozaba deslizándose entre las rejas del Palacio de Buckingham, para esconderse en los pasillos y hacer de las suyas en los aposentos de la reina Victoria.
Fueron varias las oportunidades en que lo logró. La primera vez, entró disfrazado de barrendero, pero fue descubierto por un portero y, tras una persecución, atrapado por la policía en la calle St. James. En esa ocasión, aunque aparentemente había robado ropa y un arma, fue absuelto por el jurado.
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Dos años después, tras el nacimiento de la hija de la reina, la princesa Victoria, Jones logró escalar un muro y entrar de nuevo en el palacio, sin ser detectado. La hazaña la repitió a los pocos días, durante la medianoche, cuando fue descubierto por una enfermera que estaba al servicio de la monarca y de su hija. Por ese hecho, fue arrestado durante tres meses, en una correccional.
Tiempo después, en marzo de 1841, Jones fue atrapado por la guardia del Palacio de Buckingham, en uno de los apartamentos reales. Esa vez fue condenado a tres meses de arresto y a trabajos forzados.
Dentro las hazañas de este escurridizo acosador, se cuenta haber logrado sentarse en el trono de la reina, dormir en una de sus camas, ingresar en sus apartamentos privados, leer sus cartas y hasta esconderse debajo de un sofá de su vestidor.
Pero tal vez el mayor de los logros de Boy Jones fue haber sacado unos portentosos calzones del guardarropa de la monarca, que intentó llevarse a su casa como recuerdo, escondidos dentro de sus pantalones. Tal como ocurrió en las oportunidades anteriores, el muchacho fue atrapado por la guardia.
“Suponiendo que él hubiera entrado a la habitación, cuánto miedo hubiera sentido”, escribió en su diario la reina Victoria, que entonces apenas bordeaba los 20 años. Tras el frustrado robo, Jones, a quien describían como un hombre feo, de boca ancha, frente pequeña y poco baño, fue condenado, nuevamente, a trabajos forzados.
Sus reiteradas acciones fueron juzgadas en secreto, para evitarle escándalos a la realeza. Finalmente, el Gobierno británico decidió sacarlo del país, para mantenerlo alejado de la monarca y de su familia.
Pero deshacerse del acosador no fue tarea fácil. Cuenta la historia que, primero, fue enviado a Brasil, de donde regresó al poco tiempo. Luego, fue obligado a realizar labores en un buque de guerra y, ante su reincidencia, fue deportado a Australia, de donde también volvió.
Tiempo después, un hermano lo convenció de que volviera a Australia, donde terminó ejerciendo como pregonero de la ciudad de Perth. Pero hasta allá lo persiguió su fama de acosador.
“Estaba muy molesto de que siempre se lo reconociera como el acosador de la reina y se sentía agobiado por los chistes, incluso en Australia”, cuenta Jan Bondeson, un profesor de la Universidad de Cardiff (Gales), autor del libro El acosador de la reina Victoria, que durante cinco años investigó la historia del ladrón de calzones reales.
(Fuentes: BBC Mundo, Página Siete y Wikipedia)
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