El testimonio del más allá: ¿puede una persona fallecida declarar en un juicio?
En Arizona, un juez admitió como prueba el testimonio póstumo de Christopher Pelkey.Openx [71](300x120)

13 de Junio de 2025
Cristian David Salazar Chavarro
Profesor de Derecho Disciplinario e informático
X: @CristianS05
“En otra vida, tal vez podríamos haber sido amigos”. Con estas palabras, pronunciadas no por un hombre vivo, sino por su réplica digital, comenzó el juicio más surrealista de los últimos tiempos.
En Arizona, un juez admitió como prueba el testimonio póstumo de Christopher Pelkey, asesinado tras una discusión con otro conductor en una vía de la ciudad. Su avatar –una simulación construida por su familia a partir de fotos y grabaciones– fue quien habló en el estrado.
El mensaje expuesto ante el juez Todd Lang, aunque mantuvo un tono de reconciliación y perdón respecto de su homicida, pareció influir en la condena de 10 años y medio de prisión para Gabriel Horcasitas, dictada inmediatamente después de que se escuchara esta inusitada declaración generada con la ayuda de la inteligencia artificial (IA).
¿Puede la justicia legitimar que un avatar post mortem hable en nombre de quien jamás podrá contradecir lo manifestado?
Aunque diversas culturas han contemplado la posibilidad de comunicarse con el más allá en el plano espiritual, hoy la tecnología tiende un puente literal entre la muerte y una “vida artificial” construida con las memorias del difunto; ello no solo despierta un debate filosófico sobre nuestra propia naturaleza humana, sino que impone al derecho un desafío sin precedentes. El testimonio “revivido” en el caso mencionado, a pesar de no haber sido valorado como un medio de prueba orientado a esclarecer el homicidio, sí se presentó con un propósito emocional, lo cual resulta aún más riesgoso.
En realidad, no estamos ante una prueba forense con una posibilidad de contradicción bajo reglas establecidas dentro del proceso, sino ante una simulación que, aunque en apariencia pudo estar bien intencionada, introduce una forma de persuasión ajena a los estándares probatorios tradicionales.
El desafío jurídico plantea diversas preguntas: ¿quién certifica que las palabras emitidas por el avatar representan fielmente su pensamiento? ¿Dónde trazamos la frontera entre memoria digital y fabricación de prueba? Ya no se trata de falsificar documentos, sino de “curar” –en el sentido técnico– versiones emocionales para lograr impacto procesal.
Los peligros de permitir declaraciones post mortem elaboradas por IA no se limitan a la manipulación emotiva. También abren un terreno incierto para la falsificación ideológica, la creación de mártires digitales y la “espectacularización” del dolor. Así como hoy tenemos deep-fakes, podríamos tener grief-fakes (falsos dolientes) creados para sostener narrativas victimizantes o heroicas, sin verificación alguna.
Desde la perspectiva del digital afterlife —ámbito que, como plantea Nambili Samuel en Virtual Immortality and Mind Uploading (LinkedIn, 2025), plantea dilemas éticos sobre la perpetuación digital de las personas mediante IA y macrodatos, abriendo un debate necesario en el campo de los neuroderechos: ¿qué ocurrirá cuando la ingeniería algorítmica reconstruya, con verosimilitud forense, las últimas horas de vida de una persona? Hablamos de un auténtico backup vital capaz de reanimar voz, gestos y recuerdos. La admisión de una prueba de esta magnitud obligaría a replantear el estándar probatorio de estos procesos, pues ya no se basarían en la percepción sensorial de los hechos, sino en la reconstrucción algorítmica de los recuerdos de sus protagonistas.
El caso Pelkey no es solo una anécdota curiosa, sino un hito jurisprudencial que marca el ingreso de los testimonios póstumos generados por IA en el proceso judicial. Y, como todo primer paso, exige ser evaluado con cautela, regulación y, sobre todo, profunda reflexión ética.
¿Puede un muerto hablar? La respuesta ha dejado de pertenecer al terreno de lo paranormal; hoy, gracias a la IA, se ha convertido en una realidad tangible.
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