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ETC / Mirada global


Rusia y Alemania: guerra, poder e intercambio

30 de Mayo de 2014

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Daniel Raisbeck

 

La relación entre alemanes y rusos ha sido determinante para la historia europea desde la época en que el término “zar” se refería a un poder monárquico evocador de los césares de Roma, más no a un cargo burocrático de segundo nivel en gobiernos americanos.

 

Iván IV el Terrible (1530-1584), el último de los Grandes Príncipes de Moscú y el primer Zar de los rusos, contrarrestó el significante atraso científico y tecnológico de Rusia frente a Europa occidental al continuar una política iniciada por su abuelo, Iván III (1462-1505): promoviendo el ingreso a Rusia de eruditos y técnicos europeos, pero primordialmente alemanes, de todo tipo: médicos, comerciantes, ingenieros, soldados, armeros, cañoneros[i].

 

Al incorporar mercenarios y artilleros extranjeros a los 300.000 hombres del ejército ruso- el zar duplicó el pie de fuerza de sus tropas para alcanzar este número- Iván el Terrible pudo convertir a su reino en una potencia real.[ii] Para lograrlo, tuvo que derrotar a los kanatos (reinos) enemigos de Kazán y Astracán, ciudades sobre el Río Volga que controlaban restos del Imperio Mongol establecido en el siglo XIII por el temible Gengis Kan[iii].

 

La captura de Kazán en 1552, de hecho, fue posible gracias a la destrucción de sus murallas con la labor de un dinamitero alemán de apellido Fülsterberg[iv]. Cuatro años después vino la toma de Astracán, con lo cual Iván IV pudo extender su reino hacia el sur hasta el Mar Caspio y sus alrededores[v].      

 

Tal fue la apreciación del primer zar por sus sujetos germánicos que impulsó la fundación en las entonces afueras de Moscú, a las orillas del Yauza, de un “suburbio alemán” (Nemetskaja Sloboda). En la colonia se establecieron cientos de trabajadores y comerciantes alemanes- aunque también de otras nacionalidades- quienes pudieron practicar libremente su religión y hacer del Hochdeutsch una lengua común[vi].

 

Unos dos siglos después, otro zar ambicioso, modernizador y expansionista, Pedro I el Grande (1672-1725), se dirigió precisamente a la Nemetskaja Sloboda para estudiar meticulosamente la técnica artesanal y militar de sus habitantes[vii]. Su experiencia ahí posiblemente inspiró su famosa Gran Embajada (1697-1698) a Prusia, Sajonia y otros países occidentales, al igual que su Manifiesto  de invitación a profesionales extranjeros del año 1702, gracias al cual llegaron a Rusia miles de constructores, maestros, científicos y artistas alemanes[viii].

 

Pedro el Grande se apoderó de la costa del Mar Báltico en la Gran Guerra del Norte contra Suecia (1700-1721)[ix]. Su eventual sucesora Catalina la Grande (1729-1796), quien conquistó la costa norte del Mar Negro, Crimea y el norte del Cáucaso al derrotar al Imperio Otomano, era prusiana de nacimiento (al igual que su esposo Pedro III), tal como lo indica su nombre: Sophie Friederike Auguste von Anhalt-Zerbst-Dornburg[x]. Aunque Catalina le hizo la guerra a Prusia durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763), también impulsó la migración de alemanes a los territorios recientemente conquistados[xi].

 

Hace un siglo, Rusia y Alemania, unificada por la singular habilidad de Otto von Bismarck, se enfrentaron en una guerra mundial que conllevó al asesinato del último zar, acto cúspide de una revolución con la cual Rusia intentó gobernarse según los preceptos de un filósofo nacido en la Provincia Prusa del Rin: Carlos Marx. La derrota alemana ante Rusia en la Segunda Guerra Mundial fue seguida por la ocupación soviética de Berlín oriental y la sumisión de la República Democrática Alemana frente al Kremlin durante medio siglo.

 

El derrumbe del Muro de Berlín y por ende de la Unión Soviética se produjo bajo Mijaíl Gorbachov. Como argumenta el autor Christian Neef, la política de Gorbachov de contracción imperial representa- para la mayoría del pueblo ruso-la antítesis[xii] del liderazgo esperado de un dirigente de la “tercera Roma”. Así se perfiló Moscú tras la caída de Constantinopla en 1453 durante el reino de Iván III, quien agregó el águila bizantina al escudo de armas moscovita, contrajo matrimonio con la sobrina del último emperador de Bizancio, Constantino XI Paleólogo, y tomó los pasos iniciales para que Moscú se estableciera como Patriarcado de la Iglesia Ortodoxa en 1589[xiii].    

 

Otro es el caso de Vladimir Putin. Sus incursiones militares en Chechenia, en Georgia y ahora en Ucrania, cuya capital Kiev es considerada la “ciudad madre de todos los rusos”, lo sitúan en la tradición de Iván IV, a quien Josef Stalin admiraba profundamente, de Pedro I y de Catalina II.

 

Tal como estos líderes, Putin, quien habla alemán y trabajó como agente de la KGB durante varios años en Dresde, ha consolidado su poder con ayuda germana: su amigo Gerhard Schröder, ex Canciller de Alemania (1998-2005), ha estado asociado con Gazprom, la poderosísima compañía petrolera rusa, desde que abandonó la política en su país natal a mediados de la década pasada.   

 

Fuentes

G. Bönisch, “Der Wille zur Macht”, en Der Spiegel Geschichte 1 / 2012.

 

Eisfeld, Tausend Jahre Nachbarschaft: Russland und die Deutschen: Múnich, 1988.

 

U. Klußman, “Iwan IV: Der zornige Zar”, en Der Spiegel  Geschichte 1 / 2012.

 

C. Neef, “Schluss mit der Romantik”, en Der Spiegel 15 / 2014.

 

H.H. Nolte, Der Aufstieg Russlands zur europäischen Großmacht: Stuttgart, 1981.

 

M. Schreiber, “Peter der Große: Genie, Stratege, Barbar”, en Der Spiegel Geschichte 1 / 2012.

 

A. Yaskorski, “Deutsche Siedlungen im Südkaukasus”, en Iran & the Caucasus, Vol. 5, (2001), pp. 133-138.

 

www.Migrationsmuseum.it 

 

http://wwwg.uni-klu.ac.at/eeo/Orthodoxie_Russland

 

 

 


[i] www.Migrationsmuseum.it 

 

[ii] Klußmann

[iii] Klußmann

[iv] Yakorski, 133

[v]  Klußmann

[vi] http://www.migrationsmuseum.it/

[vii] Yakorski, 133

[viii] Yakorski, 133 y Schreiber

[ix] Schreiber

[x] Bönisch

[xi] Yakorski, 133

[xii] Neef

[xiii] Nolte

 

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