ETC / Mirada global
El poder del notariado
19 de Septiembre de 2014
Daniel Raisbeck |
Al relatar su rutina diaria, el autor romano Plinio el Joven (ca. 61-113 d.C.) escribe: “en la mañana llamo al notario y le dicto lo que he formado en mi mente. Luego se va, lo llamo de nuevo y una vez más lo despacho”.
Según el historiador de Oxford Fergus Millar, la referencia de Plinio demuestra que, originalmente, los notarios eran “taquígrafos empleados de manera privada para anotar lo que dictaba su maestro”. Pero gradualmente avanzaron en la escala social.
Al principio del siglo IV d.C., los notarii son mencionados por primera vez como secretarios imperiales. Bajo Constantino I (307-337 d.C.) ciertos notarios actuaron como emisarios personales del emperador (Millar). Desde entonces la profesión mantiene su considerable poder en Europa continental.
Durante la Edad Media, los papas y los emperadores sacro-romanos nombraban a los notarios, quienes certificaban documentos legales a través del viejo continente. Pero hubo excepciones.
En Inglaterra, el Arzobispo de Canterbury ha estado autorizado desde el siglo XIII para nombrar notarios públicos, cuyo número actual se aproxima a los 900 en ese país y en Gales.
Aunque tal número es ínfimo en dos naciones cuya población conjunta es de 56 millones de habitantes, se debe resaltar que el papel de los notarios ingleses y galeses se limita en gran medida a “autenticar y certificar firmas y documentos para el uso en el exterior”. El resto de las funciones que ejercen los notarios en Colombia, por ejemplo, tal como solemnizar los contratos de compraventa de inmuebles, las cumplen en Inglaterra los abogados (solicitors), muchos de los cuales tienen la facultad de tomar juramentos.
Tal descentralización de las funciones notariales existe también en EE UU, donde hay más de cuatro millones de notarios, lo cual equivale a más del 1,25 % de la población total. Dado que un notary public estadounidense es “una persona nombrada por el gobierno del estado, responsable de atestar la firma de documentos importantes y tomar juramentos”, resulta que cualquier individuo -no sólo un abogado- puede actuar como notario; la mayoría de los Estados exigen únicamente la diligencia de un formulario y el pago de una inscripción.
Un notario europeo (continental) citado por la revista The Economist (TE) comenta con desdén que, en EE UU, entre los notarios se encuentran hasta “carniceros, panaderos y productores de velas”. Pero esto es sin duda algo positivo.
Hasta hace dos años la ley italiana limitaba el número de notarios a 5.000; en Francia, donde el notario puede vender su capacidad al pensionarse, el tope legal es de 9.000. Ya que en estos países el Estado elimina la competencia al fijar los precios de las transacciones notariales, los notarios se encuentran entre los profesionales mejor remunerados (TE).
Pero por rentable que sea para algunos pocos, tal cartelización bajo el amparo estatal no es positiva, ni para el ciudadano ni para la economía.
Mientras que en EE UU los costos notariales varían entre 50 centavos y 10 dólares por transacción, los muy superiores precios en Colombia, donde existen menos de 900 notarías para cerca de 50 millones de habitantes, prueban que acá, como en muchos países de Europa continental, los notarios se han convertido en “burócratas remunerados en exceso que demoran el efecto de transacciones simples e inflan su costo”, como describe The Economist a estos funcionarios “en el peor de los casos”.
Esto, sin embargo, ignora el hecho de que, en el “capitalismo de compadres” colombiano, las notarías se utilizan frecuentemente -desde la misma cúpula del Estado- como un medio para pagar deudas políticas.
El notario ideal, sin embargo, es un “facilitador” del libre mercado, ya que asegura eficientemente el respeto a los derechos de la propiedad, los cuales constituyen la base misma de una sociedad libre (TE).
En Colombia, pasar de un notariado de señores feudales a uno de facilitadores no sería sencillo dada nuestra herencia hispánica. No en vano llegaron los primeros notarios a Las Américas españolas en las carabelas de Colón.
No obstante, hay esperanza: en países latinoamericanos como Costa Rica y Guatemala existen sistemas notariales descentralizados, donde prácticamente todos los abogados son o pueden ser notarios. Sin duda es ese el ejemplo a seguir.
Por el bien de la libertad económica, es preferible que los notarios sean más semejantes a los que conoció Plinio que a aquellos que creó Constantino.
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