ETC / Mirada global
Cuando los alemanes gobernaron Inglaterra
26 de Agosto de 2014
Daniel Raisbeck |
El centésimo aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial coincide con otro aniversario determinante para la historia europea.
El primero de agosto de 1714 murió la reina Ana, la última monarca de la Dinastía de los Estuardo y, tras la unión de los parlamentos de Inglaterra y Escocia en 1707, la primera gobernante de Gran Bretaña. Su gobierno le dio continuidad a la Revolución Gloriosa de 1688-1689, la cual se basó en el protestantismo, la propiedad privada y la libre discusión. Estos elementos los salvaguardó el reino conjunto de María II de Inglaterra (muere en 1694), hermana mayor de Ana, y su esposo Guillermo III de Orange (Holanda), a quien Ana sucedió tras su muerte en 1702.
Con Ana en el poder, Gran Bretaña se convirtió en una potencia europea tras la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), durante la cual el duque de Marlborough, ancestro de Winston Churchill, le brindó varias derrotas a Francia y frenó las ambiciones expansionistas del rey Luis XIV.
Pero la muerte inminente de Ana, una viuda sin hijos sobrevivientes, causó una gran incertidumbre, ya que reanudó la rivalidad política que habían causado dos guerras civiles durante el siglo anterior.
Por un lado estaba la facción Whig, compuesta de liberales que apoyaban los principios de la Revolución Gloriosa. Sus rivales eran los tories jacobitas, conservadores que habían favorecido al católico Jacobo II, el padre de Ana y María II. Tras gobernar tan solo tres años, Jacobo II fue derrocado en 1688 a causa de su activismo católico.
Henry St. John, primer vizconde de Bolingbroke, era el líder de los tories y, como Secretario de Estado, había promovido a varios jacobitas importantes a posiciones de poder. Como nota el autor Matt Ridley en la revista The Spectator, su meta era que el trono lo asumiera el hijo de Jacobo II, el católico Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, quien gobernaría como Jacobo III.
No obstante, Bolingbroke perdió el pulso contra el líder Whig, el duque de Shrewsbury, a quien Ana, tan solo días antes de su muerte, nombró Lord Tesorero, una posición determinante dentro del Consejo Privado. De tal manera, los Whig pudieron asegurar una mayoría en el gabinete.
Al fallecer la reina, Shrewsbury anunció la sucesión del familiar protestante más cercano a Ana: Jorge I (1714-1727), hasta ese momento Príncipe Elector del Estado alemán de Braunschweig-Lüneburg o Hannover.
Jorge I no asumió su nuevo trono con facilidad. Por un lado, había docenas de familiares católicos de Ana con un vínculo de sangre más cercano al poder real, pero excluidos por su religión, el primero siendo el pretendiente Jacobo III. Por otro lado, el fundador de la Dinastía Hannoveriana era el segundo rey extranjero de Inglaterra en menos de 25 años. Sus enemigos jacobitas intentaron explotar el hecho de que era un germano-parlante, para deslegitimarlo frente a la opinión pública.
En 1715, Jorge I y sus tropas suprimieron la revuelta que surgió en Escocia con el fin de instaurar a Jacobo III. Treinta años después, su hijo, el rey Jorge II (1727-1760), de igual manera derrotó a la última rebelión jacobita de la historia de Gran Bretaña.
Según el autor Harry Mount, la monarquía británica ha sobrevivido hasta hoy, mientras que sus grandes pares continentales perecieron porque los hannoverianos no optaron por el absolutismo, sino que “aceptaron la supremacía del Parlamento y últimamente defirieron su poder al de los gobiernos Whig”.
Esto lo refleja no solo el sistema de gobierno británico, sino también la arquitectura de la isla. Mount escribe que “mientras Francia, Austria, Italia y Alemania acogieron las salvajes y retorcidas florituras y la decoración ostentosa del barroco tardío y el rococó, la corte Whig”, con el patronazgo Hannoveriano, “optó por los diseños sobrios romanos del Palladianismo: templos residenciales pulcros y sencillos que se extendieron en miles de estancias campestres” británicas.
Jorge I no fue un monarca sobresaliente. Según Winston Churchill, era un “rigorista alemán monótono sin brillo en la mente y con gustos burdos”. Pero fue el rey apropiado para que Gran Bretaña mantuviera su unión y para que el líder del Parlamento, sir Robert Walpole (1721-1742), asumiera las riendas del gobierno como el primer Primer Ministro de su país.
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