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Actualizado hace 15 minutes | ISSN: 2805-6396

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Al Margen


Consultorios y derechos de autor

17 de Abril de 2012

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Ilustración: Jorge Lewis

 

Malas noticias para los que aborrecen la música de consultorio. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de concluir que la difusión de esas melodías, para algunos tan detestables como el ruido de una fresa odontológica, no viola los derechos de autor.

 

Con este precedente, los que tenían fe en que la justicia humana se apiadaría de ellos, ya que la divina no lo ha hecho, pierden una de sus últimas esperanzas: que el régimen de protección de los derechos de autor y conexos los libre de tener que padecer, además de sus dolores físicos, el sonido de una ocarina, el piano de Richard Clayderman o el violín de André Rieu.

 

La instancia internacional resolvió una demanda de la Società Consortile Fonografici (algo así como la Sayco-Acinpro de Italia) contra la Asociación Nacional de Dentistas Italianos, en la que se pedía que estos profesionales tuvieran que pagar por “ambientar” sus consultas con esas tonadas.

 

Según el fallo, como ese tipo de difusión no supone una comunicación al público, la società no podía exigir una remuneración. En estos casos, explicó, no hay un carácter lucrativo y la audiencia es muy limitada. De hecho, para que proceda el pago de derechos de autor, el público debe estar constituido por un número indeterminado de destinatarios potenciales e integrado por un número considerable de personas, explica la sentencia.

 

Pero, a menos de que se trate de una EPS pública, los pacientes de estos consultorios son pocos. Además, no son usuarios activos, sino pasivos. Les toca oír a Enya o a Yanni a la fuerza. Y los menos afortunados están obligados a escuchar las versiones acústicas de los clásicos de los Beatles, reducidos a su mínima expresión: Back to the USSR en flauta traversa, Yesterday en xilófono o Hey jude en organeta.

 

El asunto puede ser grave. Por ejemplo, la última vez que una tía que sufría de vértigo fue al otorrino, tuvo que escuchar, completo, el Bolero de Ravel. La pobre vomitó sin parar. Y a un amigo azotado por la migraña le tocó oír una suerte de sinfonía celta en la que las gaitas se enfrascaban en una lucha por dar la nota más aguda. Salió de ahí directo al siquiatra.

 

La sentencia del tribunal dice que los pacientes disfrutan esa música, independientemente de su voluntad. La verdad es que algunos la soportan en contra de su voluntad. Si en algo le sobra razón al fallo es en que la difusión de fonogramas no es inherente a la actividad médica, pues las personas acuden a una consulta con el único fin de ser atendidas, no de ser entretenidas.

 

Esa es la razón fundamental para que los consultorios no paguen derechos de autor, de acuerdo con la justicia europea. Claro que, como una cosa es Dinamarca y otra Cundinamarca, sería mejor que los médicos locales se curen en salud, apagando sus sistemas de sonido, para evitar que les caigan las sociedades de gestión colectiva.

 

Así, ganan el bolsillo de los galenos, la salud mental del amigo con migraña y el oído de la tía con vértigo.

 

(Fuente: euroalert.net)

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