Columnistas
Paz efectiva
17 de Octubre de 2012
Julio César Carrillo Guarín Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial.
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Razón tiene Savater cuando afirma que nacemos humanos, pero no por el hecho de nacer humanos ya lo somos, y que ser humano es un reto.
También resulta una verdad irrefutable que a lo largo de los tiempos el pulso entre el amor y el odio, la generosidad y el egoísmo, la paz y la guerra y tantas opciones que hacen péndulo entre la bondad y la maldad, lo correcto y lo incorrecto, lo transparente y lo oscuro, son variables que demuestran la existencia de la libertad como signo de lo humano.
En esta perspectiva, ¿cuál es la ruta que queremos seguir? ¿Qué historia de vida estamos escribiendo?
Por eso, cada vez que de tiempo en tiempo se acomete la empresa de promover paz política, pareciera ponerse de moda una aspiración, que lejos de ser una novedad, constituye un derecho y un deber siempre actuales.
No porque haya un proceso de paz en curso es que surge el deber y el derecho de cumplirla (C. P., art. 22). La paz no está en La Habana ni en Oslo, no es algo distante, no es algo que no nos competa.
No hay duda que un esfuerzo por adelantar diálogos en este sentido tiene que ser bienvenido en cualquier tiempo y lugar. Pero mientras ello ocurre, conviene preguntar: A nosotros, los componentes del tejido social, quienes construimos cotidianidad, los que no nos sentamos en la gran mesa de diálogo: ¿qué estamos haciendo en esta dirección?, ¿qué nos corresponde hacer?
Dentro de esta perspectiva y dirigiendo la mirada al universo de las relaciones laborales, la coyuntura presente constituye una oportunidad para recuperar sentido acerca del valor siempre actual del ser humano en el trabajo, y de la necesidad de hacer del trabajo una oportunidad para crecer con el otro y hacer crecer a otros, en un marco de respeto, reconocimiento y solidaridad.
Todo acuerdo de paz es un punto de partida y mientras ello ocurre, es indispensable apostarle a la renovación de lo humano en las relaciones cotidianas, desde nuestro ser interior, auscultando bondades para promover bondad.
En lo laboral, ello implica renovar lo cotidiano en el trabajo, para materializar paz efectiva sustentada en lo justo, lo prudente, lo correcto. ¡Renovemos! Recuperemos la idea de que las relaciones obrero-patronales no son un campo de batalla; que la diversidad es sana y enriquece; que quien se afilia a un sindicato no es un desleal; que quien ejerce el derecho de asociación sindical no debe usarlo para expresar odios, sino para construir vida; que la subordinación
no es para dar curso al autoritarismo; que el otro es un ser humano para tejer productividad y no alguien para maltratar; que no solo hay derechos, sino también deberes.
Por qué no apostarle, cada vez más, a la cultura del encuentro y la participación, que recupera para el Derecho del Trabajo una noción viva en la que el diálogo es un camino y las exigencias técnicas son una razonable manera de promover lo igualmente bueno para todos.
Por qué no cambiar el discurso gastado de lo que confronta, con la tranquilidad de que cambiarlo será un buen negocio de paz real.
Por qué no ensayar desde las pequeñas-grandes realidades: no a las diligencias de “descargos” para perseguir, sí a las sesiones para construir verdad; no a comités para pedir o reclamar sin aportar, sí a los espacios de diálogo para evaluar vida laboral y sugerir; no a las negociaciones colectivas que destruyen armonía, sí a las mesas de diálogo que tejen mejoramientos sobre lo razonable, recuperando la esperanza siempre vigente de ser felices; no a la ambición de directivos sindicales que manipulan las bases para su propia comodidad, sí a los que hacen valer su liderazgo desde el buen ejemplo; no a esos empleadores que por causa del balance olvidan al ser humano que trabaja y lo asimilan a la máquina, sí a los que construyen con ellos cooperación.
En fin, no a todo lo que promueva guerra, odios, resentimientos, arrogancias, soberbias; sí a todo lo que pretenda inclusión, justicia, respeto, responsabilidad, comprensión, exigencia razonada.
Si en su empresa esto parece imposible porque la guerra es histórica, es el momento para pensar en jornadas del perdón y de la reconciliación, para que “victimas” y “victimarios”, desde cualquier perspectiva de la relación de trabajo, vuelvan a conectar miradas en torno a lo que es del interés de todos.
Nada más cercano a lo jurídico que una aspiración a un tejido social armónico. No a un Derecho como “conjunto de normas” presentadas en forma de “costal técnico” sin sentido. Sí a un Derecho como ciencia orientadora de libertades que procura, con lo normativo, tejer bondad en las zonas donde los hombres cruzan sus proyectos, con la esperanza de alcanzar el sueño posible de un encuentro con el otro, para colaborar con el reto de ser humano entre humanos.
No esperemos a Oslo. Veamos qué hay que hacer hoy, en el próximo segundo, como empleadores, trabajadores, directivos empresariales o sindicales, para materializar paz efectiva.
¿En qué debemos cambiar?
La respuesta está en el corazón de cada uno desde los afectos más profundos. La norma jurídica ayuda a canalizar este propósito. No es perfecta, pero ayuda. Lo aseguro.
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