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Especial Derecho Laboral y Seguridad Social


¿Ganaron las mujeres con la ampliación de la licencia de maternidad?

La mayoría de las mujeres de las capas bajas de la población está en la informalidad y pertenece al régimen subsidiado o, peor, no tiene cobertura del Sistema de Seguridad Social.
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07 de Febrero de 2017

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Lina Buchely

Directora del Programa de Derecho de la Universidad Icesi.

Ph. D en Derecho de la Universidad de los Andes

 

No hay una respuesta única. Los sectores que promueven la ampliación de la licencia de maternidad hablan de un beneficio directo para las mujeres (como un todo homogéneo). Esto es falso. Las mujeres somos diversas y no hay una política pública que pueda favorecernos a todas, pues solo favorece a las madres. Esta es una medida que sí genera efectos positivos para las mujeres trabajadoras de las clases medias y altas que pertenecen al régimen contributivo y planean tener bebés en el corto plazo. Pero, para ser beneficiaria de la medida, se necesita ciertamente tener un trabajo formal vigente, satisfactorio y bien remunerado.

 

Colombia es un país desigual. La mayoría de las mujeres de las capas bajas de la población está en la informalidad y pertenece al régimen subsidiado o, peor, no tiene cobertura alguna del Sistema de Seguridad Social. Pero, además, cada vez es más frecuente mujeres trabajadoras de las capas medias y altas (sector al que beneficiaría la política) que deciden no ser madres o que su proyecto de vida está amarrado a otros objetivos más allá de la maternidad. A esas mujeres tampoco les favorece esta política. Tampoco favorece a los hombres que, cada vez más, reclaman equidad en la distribución del trabajo de cuidado de sus hijos, dejando paulatinamente ese rol que socialmente se les ha asignado como “meros proveedores” de dinero a las familias, muy lejanos de las preocupaciones de las madres. 

 

Los beneficios de la política de la ampliación de la licencia de maternidad son, entonces, diferenciales. El debate sobre la equidad de género se ha sofisticado durante los últimos 20 años en nuestros contextos y ya hablamos de efectos “no esperados” o consecuencias “cruzadas” de las políticas públicas. Esto implica, entonces, entender que esta norma entra a jugar con otras regulaciones paralelas que, con distintas fuentes, determinan la manera en que entendemos la maternidad y las responsabilidades derivadas de ella.

 

Nuevas familias

 

Ampliar la licencia para que las madres estén más tiempo con sus hijos y estos sean más sanos, o esperar que el beneficio marginal de la política sea tener “ciudadanos más sanos porque han consumido más leche materna” (como lo dice la autora de la propuesta) es trabajar por un modelo de familia que tiene un compromiso concreto con una singular manera de organizar el mundo. Y esto no está mal, pero está lejos de ser “universal”. La maternidad promovida de las licencias es una maternidad individual, solitaria, exclusiva. Un modelo de maternidad que tiene en la mujer un actor central para responder, organizar, cuidar lo que entendemos por familia.

 

Pero una mirada a nuestra realidad nos habla de maternidades y familias distintas a la monoparental y heterosexual. Tengo varios ejemplos para esto: las madres comunitarias, que cuidan niños de sus vecinas para que ellas trabajen en oficios (no siempre remunerados formalmente); las solidaridades familiares que crean cadenas de mujeres que cuidan a sus sobrinos, nietos o primos, para su familiar trabajadora, y las redes de mujeres profesionales que venden el trabajo de cuidado para que otras mujeres puedan conservar sus trabajos o sus profesiones mientras garantizan el bienestar de sus hijos. Seguramente, al menos uno de estos modelos de “maternidad” le resultará cercano, por lo que pensar en la “madre” como el sujeto biológico que da la vida, y condicionar beneficios a esa particularidad resulta, al menos, limitado.  

 

Lo bueno es que esta discusión ha abierto el debate. En esa apertura, creo que lo fundamental es entender que no existe un modelo único de regulación y de que ningún modelo es bueno per se. Podríamos, por ejemplo, inventar ciudades, lugares de trabajo, espacios privados donde socialicemos el trabajo de cuidado y todos seamos responsables por “los hijos”: centros de desarrollo infantil, parques, bibliotecas. Dejarles solo a las madres la responsabilidad de que el mundo sea mejor puede resultar desproporcionado.

 

Podríamos también incluir o incentivar directamente a los hombres a sumarse al trabajo “materno”. Las licencias parentales, que benefician a un grupo familiar y no exclusivamente a la madre, son otro camino posible para ello. Pero, además, ya todos estamos alerta frente al lugar común que beatifica cualquier propuesta que una “las madres con los hijos”. Ya lo dijo -muy honestamente, por lo demás- el Presidente de Fenalco: la licencia de maternidad le causa un perjuicio grande a las mujeres. Detrás de ese “beneficio” se esconde lo que podríamos llamar un “regalo envenenado”. Así que el debate, por ahora, deja claras varias cosas: (i) no todas las mujeres somos madres, (ii) no todas las mujeres somos iguales y, sobre todo, (iii) no siempre todos “ganamos” con la maternidad. Las mujeres, como las maternidades, somos múltiples, diversas y heterogéneas. 

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