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Superhéroes, Derecho y justicia: una relación problemática

15 de Noviembre de 2017

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Sandra Gómez-Carreño Galán

Revista Abogados, Consejo General de la Abogacía Española

 

Por regla general, la labor principal de los superhéroes es la de preservar la paz y defender a los habitantes de sus respectivas ciudades o planetas de amenazas ex-ternas provenientes de villanos de toda condición. Pero ¿qué ocurre cuando, para salvar una ciudad, los superhéroes destruyen edificios o producen víctimas colaterales? ¿Es lícito que personajes ocultos bajo otra identidad se adelanten a los mecanismos judiciales y policiales para preservar la paz y la armonía, o para prevenir un mal mayor? Lejos de ser un mero entretenimiento, las historias de superhéroes plantean debates y dilemas legales e incluso filosóficos que se intentarán desgranar en este PUBLICIDAD artículo. Siendo conscientes de que es imposible abarcar todo este universo, especialmente ahora que los cómics han llegado masivamente al público a través al cine, nos centraremos en algunos de los ejemplos más conocidos.

 

¿Qué es un superhéroe? El ideal de justicia y la elección del “bien”

 

Para comenzar a entender de qué estamos hablando, es necesario acotar qué es un superhéroe. Técnicamente, se trataría de individuos que están dotados de un superpoder, sea este de nacimiento –presente en casos de personajes venidos de otros planetas, como Superman–; seres “mitológicos” como Thor o La Mujer Maravilla –el primero un dios nórdico y ella una princesa guerrera–; por accidente o de manera inducida –Spiderman, Hulk, Capitán América, Jessica Jones, Daredevil…; gracias a elementos externos que les ayudan a potenciar ciertas capacidades; o simplemente habilidades aprendidas y perfeccionadas con la práctica –Batman, Iron Man, Doctor Extraño y Viuda Negra, entre otros. Si bien esta última categoría no es estrictamente de superhéroes sino de héroes a secas, ya que carecen de superpoderes por ellos mismos, la mantendremos bajo la misma definición.

 

En todo caso, lo que todos tienen en común son capacidades excepcionales y que, superados diferentes conflictos internos, deciden luchar por la justicia y decantarse por defender “el bien”. Como contrapunto se encuentran los que definiríamos como villa-nos de los cuales cada superhéroe tiene una némesis –o varias–; suelen ser individuos que, a pesar de tener usualmente poderes especiales propios o externos, di-versas circunstancias y dramáticos debates internos les hacen enfrentarse a “los buenos” y pretender sembrar el caos, la venganza y la injusticia.

 

Lo que queda claro es que los superhéroes encarnan en el imaginario colectivo el ideal de justicia, de un mundo perfecto donde ellos, por sí solos, pueden acabar con los problemas de la sociedad, defenderla de las amenazas presentes e incluso futuras y no encontrar obstáculos en ese camino, más allá de los producidos por el enfrentamiento con el villano de turno. Pero en la mayoría de los casos, este ideal se estrella con la legalidad. Los superhéroes no son precisamente los más escrupulosos con las normas establecidas, por mucho que sus acciones vayan siempre encaminadas –y normalmente lo logren– a que triunfe “el bien”.

 

 

¿El fin justifica los medios? justicia, moral y Derecho

 

¿Es moralmente aceptable que para conseguir un bien mayor se salten algunas normas? En caso afirmativo, ¿existirían límites? El debate no es menor porque trasciende el universo de los superhéroes para convertirse en un tema de calado universal. Pero, ciñéndonos al tema, no se puede dejar de mencionar la archiconocida frase que Ben, el tío de Peter Parker (Spiderman), le dice a este: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

 

Y lo cierto es que los superhéroes cuentan con un amplio grado de tolerancia en sus acciones por parte de la sociedad y las autoridades, no solo porque esas acciones suelen ser beneficiosas en su balance final, sino porque además se les debe una cierta “gratitud” por haber decidido dedicar sus habilidades a hacer el bien, en lugar de utilizarlas para su propio beneficio. De hecho, hay ejemplos –Spiderman, Superman o Batman– en los que cansados de los problemas que les causan sus superpoderes y sus actividades, deciden dejarlos a un lado para vivir como ciudadanos normales. Su decisión causa grandes perjuicios al resto de la humanidad, por lo que finalmente –a veces reclamados por gente que anteriormente les había reprochado sus acciones– deben volver a salvar el mundo y renunciar a los placeres de la vida anónima. ¿Es este sacrificio suficiente para otorgarles cierta manga ancha en su proceder? La respuesta, generalmente, suele ser afirmativa.

 

Lo cierto es que, normalmente, los superhéroes suelen colaborar con la policía y con las autoridades, pero sus métodos no son del todo ortodoxos. De hecho, es habitual que detengan sin orden judicial, allanen moradas, utilicen la intimidación e incluso la agresión física, o persigan sin detenerse ante nada. Pese a que en el mundo real, el de los ciudadanos sin poderes especiales, la obtención de pruebas o testimonios con estas prácticas no sería aceptada ante un tribunal –e incluso podría acarraearles una denuncia por abuso de autoridad o vulneración de derechos fundamentales–, estas “faltas” de procedimiento suelen ser vistas como un mal menor tanto por las autoridades competentes en sus respectivos mundos como por los espectadores y/o lectores de cómics. Pero no estamos hablando de personas normales en situaciones normales, ¿o sí?

 

La dicotomía ciudadano/superhéroe. ¿Valen las mismas normas?

 

En el caso de los superhéroes nacidos en la Tierra, detrás de esa identidad existe un ciudadano que, con más o menos éxito, vive una doble vida. Y es aquí, en su vertiente más humana, donde las reglas que no se le aplican como superhéroe si le afectan. Es el caso de Peter Parker/Spiderman o Bruce Wayne/Batman, quienes al ser descubiertos sufren todo el rigor de la ley. Veamos un ejemplo. En la película Batman Begins de Christopher Nolan, Batman –uno de los héroes más atormentados– tiene toda la intención de matar al asesino de sus padres cuando queda libre por declarar en contra del jefe de la mafia. Nuestro personaje se presenta entonces en el juzgado con una pistola y nada que perder, pero la mafia se le adelanta. El remordimiento que esto le causa, unido a los reproches del amor de su infancia, Rachel, por haber intentado obstaculizar a la justicia, lo llevan a un viaje en la búsqueda de sí mismo que desemboca, tras un largo periplo, en la creación de su alter ego del hombre murciélago y en buscar la justicia y “limpiar” su ciudad.

 

En la mayoría de los casos se comportan como ciudadanos ejemplares y tienen serios cargos de conciencia si no actúan según marcan las normas. Sin embargo, en cuanto se enfundan dentro de su máscara o su traje, sus estándares desaparecen y el único límite lo marca la moralidad, no las normas jurídicas. Así pues, si hay que saltárselas para conseguir dar un escarmiento a quien lo merece, no tienen mayor problema. Es

decir, se comportan como justicieros que si necesitan obviar las leyes para conseguir lo que ellos consideran justo, lo hacen. En ocasiones, incluso, las normas legales suponen un “obstáculo” para la consecución de sus fines y el triunfo del bien sobre el mal.

 

 

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Matt Murdock, el nombre detrás de Daredevil, abogado de día y justiciero de noche. Las trabas que encuentra en los juzgados durante su actividad profesional las “arregla” por la noche enfundado en el traje del diablo sin miedo.

 

 

El límite de los superpoderes: el ejemplo de ‘Civil War’, ‘Watchmen’ y ‘X-Men’

 

¿Por tanto, deberían existir unos límites a la acción de los superhéroes, aunque se asuma que estos puedan tener unas normas algo más laxas que los ciudadanos de a pie debido a su labor?

 

A esta pregunta han contestado multitud de historias, ya no solo por intentar doblegar bajo las mismas normas a individuos con poderes especiales y personas normales –algo que se ha demostrado ser bastante difícil–, sino porque en ocasiones las acciones de los superhéroes no se limitan a los criminales y villanos, sino que causan tanto daño y temor a la población civil que las autoridades se ven obligadas a tomar cartas en el asunto y obligar a los superhéroes a someterse a la ley o a convertirse en unos parias perseguidos por la misma.

 

El ejemplo más claro es el del grupo Los Vengadores. Aunque se trata de una extensa colección de cómics con tramas mucho más complicadas, nos centraremos en Civil War. Esta tercera película de la saga del Capitán América y continuación de la segunda entrega de Los Vengadores plantea este asunto con sencillez. Veamos: debido a los daños colaterales de la actividad de este grupo en anteriores misiones, las autoridades instauran los “Acuerdos de Sokovia”, que establecen que los superhéroes necesitan ser supervisados y controlados, por lo que se exige a los miembros del grupo que respondan ante las Naciones Unidas, además de crear un consejo de administración que determinará cuándo van a necesitarse sus servicios. Las posiciones en torno a esta nueva ley generan un conflicto interno que divide al grupo en dos bandos y desata su enfrentamiento. Por un lado, el liderado por Steve Rogers –Capitán América–, que propugna la libertad de acción de los superhéroes; y por otro, Tony Stark –Iron Man–, que apoya la decisión de la clase dirigente arrepentido por acciones pasadas.

 

En esta misma línea, la novela gráfica de culto Watchmen, creada por Alan Moore, se desarrolla en una realidad donde los superhéroes se vuelven impopulares entre la policía y el público, ya que sus acciones han cambiado el curso de grandes hitos históricos. Esto lleva a la promulgación de una serie de leyes en 1977 que los prohíben, salvo que operen como agentes aprobados por el gobierno. El asesinato de uno de ellos desata una serie de acontecimientos que se desarrollan en un ambiente muy hostil para los individuos con poderes.

 

Finalmente, también merecen ser mencionados en este apartado los X-Men. Si bien no son superhéroes al uso sino “mutantes” –personas normales que han nacido con dones o poderes extraordinarios–, sí que eligen actuar. Para hacer el bien, siguen a Charles Xavier, el profesor con poderes psíquicos que los recluta para educarlos y enseñarles a controlar sus poderes. Para enfrentarse al resto de la humanidad y proteger a los mutantes son liderados por Erik Lehnsherr, Magneto, mutante con poderes electromagnéticos. Lo que tienen en común y los une de manera temporal es la hostilidad general de los humanos “normales”. Las leyes promulgadas en su contra, que incluso les ofrecen una “cura” para eliminar sus peculiaridades, los estigmatizan y los obligan incluso a ocultarse, como si su mutación fuera algo negativo.

 

Tras este análisis, se concluye que el Derecho y los abogados son más que necesarios, incluso en la ficción, para mantener el orden establecido y hacer cumplir la ley. Incluso el villano entre los villanos, el Joker, tendría derecho a un abogado para defenderse.

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