Columnistas
Zapatero a tus zapatos
13 de Junio de 2011
Andrés Flórez Villegas Socio Esguerra Barrera Arriaga Asesores Jurídicos
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Los problemas que arrastra el periodismo colombiano no son de comunicación, sino de injusticia y de ética profesional. Nunca se había tenido más medios que hoy. Nunca se había tenido tantos periodistas como hoy. Nunca se había dispuesto de más instrumentos tecnológicos como hoy. Y, sin embargo, nunca habíamos asistido a una degradación del periodismo como la que tenemos actualmente.
Los males del periodismo colombiano son patentes. Por un lado, los periodistas profesionales son desplazados por remedos de periodistas que ejercen la profesión sin garantías de ningún tipo y sin formación en la materia de ningún estilo. Basta que tengan desfachatez, osadía y poca ética, para que las empresas de medios los acojan con entusiasmo y les pongan un micrófono o una cámara al frente.
A los verdaderos profesionales del periodismo, sin embargo, se les ofrecen salarios ridículos, sabiendo que miles de aficionados, prestos a generar escándalos, esperan atentos para introducirse. ¿Qué pasaría con la ingeniería, la medicina o la arquitectura, si cualquiera pudiera ejercer estas profesiones? Pues en el periodismo está ocurriendo, y los efectos los estamos constatando todos los días.
Me llama la atención que los jóvenes admiran y quieren ser como aquellos que manejan programas periodísticos en los medios, particularmente los de radio matutinos. ¡Qué tristeza! No se dan cuenta que el éxito de esas personas se debe a que le dan a la audiencia lo que no necesita: infamias, rumores, escándalos y confesiones íntimas.
Muchos de estos seudo periodistas, por otra parte, se han sometido a los poderes dominantes: dinero, política y fama. Se arrodillan contra los tres poderes, para poder ser el cuarto poder. A cambio de ello, las empresas de medios que los contratan les pagan abultados sueldos con tal de que produzcan audiencia, que es lo que les genera dinero. Que la sociedad sea peor por su cuenta, no les importa.
Mientras las infamias, rumores, escándalos y confesiones íntimas son el pan de cada día, se atropellan los derechos de miles de personas. No hay espacio para que los jueces juzguen, pues los medios se ocupan de esta tarea y lo hacen con la mayor frivolidad y superficialidad posible.
¿Y el derecho a la rectificación donde queda? En letra muerta. Se trata de un artículo en la Constitución Política que rara vez se respeta y que los jueces, por miedo a los medios, no garantizan. Haga el ejercicio: ¿cuándo ha visto usted a un periodista diciendo que al final la persona a la que le hicieron un escándalo en realidad era inocente? ¿Cuándo ha visto que una rectificación se haga en condiciones de equidad, con la misma extensión y decibeles que la noticia errónea? Eso simplemente no existe.
Como bien me decía un amigo en estos días, en Colombia las noticias equivocadas se publican en primera página y las rectificaciones, si bien le va a la víctima, en los clasificados. Y eso con suerte.
A los seudo periodistas se les olvida –o nunca aprendieron– que las informaciones judiciales no pueden estar basadas en especulaciones sobre hechos inciertos ni en conclusiones deducidas por ellos mismos, pues se corre el riesgo de tergiversar los hechos, tornando la información en falsa o engañosa, lesionando el buen nombre, la honra, la intimidad o la dignidad de personas o instituciones.
En este tipo de asuntos, los medios de comunicación deben limitarse a hacer la exposición objetiva de lo acaecido, absteniéndose de efectuar análisis infundados y de inclinar, sin evidencias, las opiniones de quienes reciben la información.
Hacer que el lector, oyente o televidente considere verdadero algo que no ha sido probado en un juicio, haciendo uso de titulares, comentarios, interrogantes o inferencias periodísticas, equivale a mentir, y si al hacerlo el medio de prensa involucra a personas en concreto de manera irresponsable, no hace uso del derecho de informar, sino que viola la presunción de inocencia, el buen nombre y la intimidad del afectado. Puede que los jueces no estén dispuestos a declararlo o los seudo periodistas a admitirlo, pero es así.
Mientras todo lo anterior pasa, los verdaderos periodistas están mordiendo el polvo. Deben estar por ahí, tristes viendo cómo se manipula a la audiencia y se explota el morbo. A esos, los verdaderos periodistas, les toca morderse la lengua cuando tienen trabajo. Y cuando no lo tienen, les toca estar dispuestos a bailar al mismo son o a dedicarse a otra cosa.
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