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Actualizado hace 18 minutes | ISSN: 2805-6396

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Cultura y Derecho


Y ahora, los indicadores

11 de Abril de 2014

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com 

@AndresMejiaV

 

 

 

Están en todas partes. Aparecen diariamente en los periódicos, en las revistas, en la radio, en la televisión y en las redes sociales. Quienquiera que se interese por las noticias, o que consulte alguno de los mencionados medios, se encontrará con ellos tarde o temprano: “Y ahora, los indicadores económicos”.

 

Los indicadores económicos para juzgar el desempeño de la economía, para compararla con otras, para evaluar el resultado de tal o cual política, e incluso para reclamar la caída de un ministro o para establecer la ineptitud de un presidente.

 

Y en ellos fundamentamos no solo juicios, sino decisiones. Y está bien que así sea, pues es deseable que nuestras actuaciones se orienten mediante algún parámetro. Pero cabe observar que nuestra confianza en estos números es casi ciega, y de algún modo asumimos que, al igual que la temperatura que arroja un termómetro, o la medida de presión atmosférica que nos daría un barómetro, los indicadores económicos constituyen medidas muy directas y objetivas de la economía. Nadie hace una pausa para reflexionar sobre su verdadera naturaleza (y tal vez es mejor así, pues no pueden detenerse las decisiones de la vida cotidiana).

 

Pero hay alguien que sí hizo esa pausa. Se llama Zachary Karabell, y el resultado de su reflexión está consignado en un fascinante libro aparecido hace tan solo tres semanas, y el cual lleva el título The Leading Indicators (Simon & Schuster, feb. 11, 2014), título que aprovecha la manera usual de presentar los indicadores en los medios, y que por tanto podríamos traducir como Indicadores Principales. Publicado originalmente en inglés, su rápido éxito asegura una pronta traducción al español.

 

Zachary Karabell, economista doctorado en la universidad de Harvard, ha pasado su vida entre la academia, las letras y las finanzas. Ha sido profesor de universidades como Harvard y Dartmouth College, y es autor de varios libros sobre historia económica reciente. Ha trabajado también como investigador y estratega en varios fondos de inversión.

 

El libro de Karabell es fascinante precisamente porque se propone examinar aquello que nadie examina. Y de cierta manera contiene tres perspectivas diferentes: la del historiador, la del analista crítico y la del reformista. Por ello el lector encontrará en el libro historias, reflexiones y propuestas.

 

Los indicadores son ante todo construcciones humanas, y la mejor manera de verlo es entender cómo surgieron. Su creación, por cierto, es bastante reciente: la mayoría de indicadores que hoy utilizamos no tienen más de cien años. Y fueron necesidades históricas las que llevaron a crearles.

 

El autor narra, por ejemplo, cómo durante la Gran Depresión, al calor de los debates políticos sobre la crisis, surgió la necesidad de medir con un número cuál era la situación del empleo. Años después, por causa de los mismos debates, se planteó la necesidad de medir cuánto producía una economía, y cómo ese valor cambiaba de año a año. Tenemos ahí el origen de dos grandes indicadores: desempleo y producto interno bruto.

 

Y aunque en la física también se podría argumentar que las magnitudes son creaciones humanas, tal vez no lo sean tanto como estas. El autor pone énfasis en el hecho de que las magnitudes económicas se basan en definiciones que de cierta manera han sido consensuadas. Por ejemplo, para medir el desempleo primero hay que establecer definiciones de quién se cuenta como desempleado y quién no. Para medir el producto interno bruto, por ejemplo, fue necesario debatir si en él entrarían ciertas actividades que no se pueden medir a precios de mercado, como el trabajo doméstico realizado por amas de casa.

 

Esta historia humaniza los indicadores, pero no llega al punto extremista de descartarlos por completo. Ellos son inmensamente útiles desde una perspectiva práctica: son el mejor -o el menos imperfecto- de todos los instrumentos que tenemos para saber cómo marcha una economía, y cómo debemos basar nuestras decisiones.

 

Lo anterior no obsta para proponer reformas. Como bien dice el autor, lo que interesa a las sociedades actuales no es lo mismo que nos interesaba durante la Gran Depresión o durante la Segunda Guerra Mundial. Y además, es necesario ajustar las definiciones a las nuevas realidades de la economía. El autor usa para ello el caso de las innovaciones electrónicas manufacturadas en China pero concebidas en EE UU. La contabilidad del comercio internacional nos obliga a considerarlas como producción china, pero la realidad de la economía mundial muestra que, en todo ese proceso, el punto más importante y de más valor fue la generación de la idea.

 

De modo que tras los indicadores hay mucho qué ajustar, pero también una bella historia para disfrutar.

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