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Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


Universales éticos

16 de Agosto de 2017

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Antonio Vélez M.

 

Los teólogos cristianos, siguiendo a Tomás de Aquino, consideran que existen mandatos éticos, expresión de la voluntad de Dios, y que existen enviados especiales con la tarea de transmitírnoslos. El etólogo Konrad Lorenz, al referirse a Immanuel Kant, reflexiona así: “Acaso se hubiera espantado él, que todavía no conocía la evolución del mundo de los seres vivos, al ver que consideramos la ley moral que llevamos dentro, no como algo dado a priori, sino como un efecto de la evolución natural, como lo eran para él las leyes del Universo”.

 

Pues bien, las sociedades hacen explícitas esas leyes naturales, que pasan luego a la formación de los jóvenes, independientemente de la religión que se profese. Por eso, son universales los mandatos éticos o “tablas de la ley” que ordenan, entre otras cosas, no matar ni hacerle daño al prójimo, amar y respetar a los padres, amar a los hijos, no fornicar con los parientes más cercanos (rechazo al incesto)… Además, castigar con severidad a los infractores de dichos mandatos.

 

Sin embargo, en muchas otras cosas los humanos mostramos una faceta negativa, demoníaca. Somos altruistas con los nuestros, aquellos que nos rodean, y lo justificamos: “la caridad comienza por casa”, y hasta le donamos un riñón a un hijo o a un hermano, pero no al vecino, ni siquiera se lo vendemos. Somos duros y avaros con los distantes, es decir, portamos genes egoístas. Además, somos envidiosos, codiciosos, xenofóbicos y vengativos, aunque nos enseñen a evitar estos feos sentimientos. En fin, nacemos con algunas programaciones para el bien, y otras para el mal, que después maduran y se desarrollan en el ambiente que nos corresponda. El balance entre esas dos fuerzas nos indicará la proporción de ángel y demonio que portamos.     

 

Conviene advertir que algunos de los imperativos morales mencionados no son patrimonio exclusivo del hombre. La evolución ha hecho que las especies animales de alto rango evolutivo respeten, para su supervivencia, un conjunto de mandamientos, que podrían muy bien rotularse de éticos. Y por ser estos mandatos de capital importancia para la supervivencia de la especie, están programados en el ADN y así no depender de los débiles e irregulares mecanismos de transmisión cultural. Las especies superiores, por ejemplo, sin contar con catecismos ni pastores edificantes, acatan un conjunto de mandamientos: se respeta la vida de los coespecíficos (no hay leones en el menú de los leones), se obedece a los padres y a los mayores, se cuida con atención a los pequeños, a veces se socorre al familiar necesitado...

 

La especie humana no fue una excepción a estas reglas. Para que el hombre primitivo haya podido tener el éxito evolutivo que tuvo, debió contar necesariamente con un conjunto de normas morales innatas y, obviamente, anteriores a todas las religiones, reglas implícitas que le permitieran llevar una vida social en armonía con sus congéneres y con su hábitat. Ahora celebramos la racionalidad, y lo hacemos pese a que las investigaciones sicológicas sugieren la primacía del corazón sobre el cerebro: es decir, que el comportamiento humano responde ante todo a juicios emocionales, y solo secundariamente a procesos conscientes, racionales.

 

Aún no conocemos en qué zona cerebral reside la moral natural. Sin embargo, ciertas lesiones del cerebro se traducen en comportamientos amorales. Cuando se produce una lesión temprana en la llamada corteza prefrontal ventromedial, el sujeto afectado, al crecer, muestra síntomas que hacen pensar en una consciencia moral trastornada: sus criterios éticos no se ajustan a los normales, presenta una seria incapacidad para relacionarse con los demás y una gran facilidad para entrar en conflictos. Y las lesiones en el hipotálamo pueden derivar en síntomas que van desde la apatía y la depresión, hasta la excitación, la hiperactividad motora e, incluso, a que el sujeto sufra episodios sicóticos y maniacos.

 

Sin embargo, alegrémonos pues los factores culturales son también importantes modeladores de nuestros criterios éticos. La existencia de los varios miles de religiones conocidas, cada una con su conjunto particular de normas morales, su casi infinita variedad de dioses, y su séquito de fieles irrestrictos, nos demuestra la importancia que tiene el factor cultural en la implantación de los patrones morales que rigen la vida de los humanos. 

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