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Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Cultura y Derecho


¿Una nación perezosa?

07 de Junio de 2017

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

 

Puede parecer contradictorio que se diga que EE UU, país usualmente considerado como el más poderoso del mundo, aquel que posee la economía más grande y desarrollada, y que exhibe numerosos indicadores de poder como su gran fuerza militar, se ha vuelto una nación perezosa. Pero esa es precisamente la tesis que afirma y desarrolla el economista Tyler Cowen en su nuevo libro, aunque para ser exactos el término que él usa es el de nación “complaciente”. Complaciente en tanto acomodada, en tanto carente de voluntad para asumir grandes desafíos, y complaciente en tanto no solo parece conforme con su situación, sino que parecería querer profundizarla aún más. The Complacent Class (La clase complaciente) acaba de ser publicado en inglés (St. Martin’s Press), y su éxito ha sido tal que seguramente muy pronto estará en español.

 

La tesis no carece de antecedentes. El ensayista David Brooks, por ejemplo, viene advirtiendo hace años que a los norteamericanos se les acabó la energía y la voluntad de realizar grandes esfuerzos colectivos. Otros comentaristas han aludido a la masificación de una cultura de la ganancia fácil, apuntalada por la cantidad de estupideces que circulan en el mercado de la autoayuda, y de acuerdo con las cuales para lograr algo basta quererlo, o pedírselo a Dios. Cosa que contrasta con el espíritu de trabajo duro abnegado que sirvió para edificar la mayor economía del mundo. 

 

Tyler Cowen ve la enfermedad de la complacencia como un mal que ya se ha extendido por casi todos los ámbitos de la vida social. Los estadounidenses tienen una aversión cada vez mayor al riesgo, dice: y de ello es testimonio la generación de los “millenials”, la cual ha sido erróneamente vista como caldero de creatividad e innovación: las cifras muestran que esta bien podría ser la generación con un ritmo menor de emprendimiento (la creación de nuevas empresas está en uno de sus niveles más bajos). La nación estadounidense muestra también signos de una cierta pereza intelectual, manifestada en la cada vez mayor supresión de los temas difíciles y de las cuestiones controversiales, en pos de mantener un discurso siempre correcto: incluso las universidades, que deberían ser centros de polémica donde ningún tema esté vedado, se han vuelto especialmente hostiles al debate intelectual en los temas difíciles.

 

Otro aspecto que menciona el autor es la cada vez menor disposición de los estadounidenses a ver que sus puntos de vista o sus modos de vida sean confrontados: cada vez más, la gente se junta con gente similar; el de derecha con el de derecha, y el de izquierda con el de izquierda; las relaciones entre diferentes niveles sociales, que eran tan típicas de los norteamericanos (tan propias de su otrora admirable desdén por las jerarquías), han ido poco a poco cediendo espacio a una sociedad más homogénea. De ello Cowen culpa en parte a las redes sociales, y a otras tecnologías que nos permiten ser muy rápidamente selectivos en nuestras relaciones: oigo lo que quiero oír, veo a quien quiero ver, y así puedo permanecer en mi zona de comodidad. Cowen deplora el hecho de que las lecturas de los norteamericanos jóvenes se ubiquen más en la placidez de una Jane Austen, que en los desafíos intelectuales y morales de un Dostoyevski, que cautivaron a otras generaciones.

 

Hay partes del argumento que suenan menos sólidas. Como cuando el autor menciona, a manera de ejemplo adicional, el crecimiento que ha tenido la prescripción de drogas para la depresión, cosa que él interpreta como una tendencia en favor de una suerte de tranquilidad medicada. Habría que considerar, sin embargo, la posibilidad de que dicho incremento se deba a una comprensión cada vez mayor de la naturaleza fisiológica de los trastornos mentales, y al rompimiento de tabús en cuanto a los mismos (ahora la gente busca más ayuda que antes). También en cuanto al papel de las redes sociales, creo que el autor puede exagerar un poco: el hecho de que LinkedIn conecte hoy más fácilmente a empleadores con trabajadores (ejemplo que él menciona) no tiene nada de complacencia en el mal sentido: es una herramienta que facilita y hace más eficiente un cierto proceso. 

 

Cowen ve un desenlace para todo esto, y lo ve cerca. Considera que este estadode cosas no se puede mantener por mucho tiempo, y que, más temprano que tarde, la sociedad estadounidense será sacudida por una serie de eventos impactantes que marcarán el fin de la complacencia. Predice, por ejemplo, que vendrán nuevas olas de criminalidad (de hecho, cree que ya están empezando); también vendrá una gran crisis fiscal; ve también venir una crisis urbana, producida por la cada vez mayor segregación espacial; desaceleración económica, conflictos sociales y graves disfunciones institucionales. Es inevitable pensar si la elección de Donald Trump, evento que ocurrió cuando el autor estaba terminando el libro, no es un indicador de que ese gran sacudón ya empezó. 

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