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Actualizado hace 3 hours | ISSN: 2805-6396

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Cultura y Derecho


Ucrania: lecciones universales

14 de Marzo de 2014

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com 

@AndresMejiaV

 

 

 

Escribo esta columna sentado frente al televisor, observando en los canales internacionales el tenso desarrollo de la situación en Ucrania. Observo, por ejemplo, un incidente en el cual unos soldados sin identificar, pero que evidentemente son rusos, apuntan sus armas a un grupo de soldados ucranianos que marchan hacia ellos sin armas, con banderas de su país y entonando lo que parecen ser himnos patrióticos. Sobreviene un intercambio fuerte de palabras en el cual los rusos amenazan con dispararles. Curiosamente, uno de los ucranianos exhibe una bandera soviética y pregunta al ruso si sería capaz de dispararle, lo cual sugiere no solo que persiste un respeto por la época de la URSS, sino que ese es un valor compartido entre ambos ejércitos.

 

Me perdonarán los lectores si esta columna llega tarde, y al leerla ya ha sucedido el desenlace en Ucrania, cualquiera que él sea. Escribo sobre este tema porque él constituye una magnífica oportunidad de observar nociones sobre la guerra, sobre el ser humano y sobre el ser humano en guerra. Lecciones que son universales y, por tanto, quedan como enseñanza para esta y para futuras crisis.

 

Curiosamente, pese a tener valor universal, estas lecciones son de cierto modo contraintuitivas: cuando el ser humano enfrenta una tensión prebélica, lo que le dice su intuición que haga es todo lo contrario. Hay que bajar, entonces, a las profundidades de la psicología y de la historia para entender por qué, frente a un conflicto, nuestras acciones instintivitas no hacen más que agravarlo.

 

El primer error que cometemos al enfrentar una situación como la de Ucrania es considerar únicamente nuestro punto de vista y el de quienes nos son afines. Rara vez se hace el ejercicio de tratar de ponerse en el lugar del adversario para entender por qué hace lo que hace. Muchas guerras se habrían evitado con este sencillo esfuerzo. Aclaro que esto no es un ejercicio moral: no se trata de justificar acciones, sino de entender por qué ocurren.

 

Así, en Occidente se ve a Putin como un tirano agresivo. Yo hice el ejercicio de tratar de ver la perspectiva rusa. Ella arranca del sinsabor que constituye el hecho de que uno de sus territorios históricos, donde por cierto nació el pueblo ruso, hoy esté separado. Se observa también cómo, al Oeste, la mayoría de países pertenecen a una alianza militar rival llamada la OTAN, de la cual solo me separan Ucrania y Bielorrusia. Veo ahora que, durante años, las potencias de la OTAN han estado reclutando países del antiguo bloque oriental para que se les unan. Y veo que ahora esas mismas potencias son las que apoyan la revolución en Ucrania. Es fácil ver cómo, desde ese punto de vista, son los rusos quienes se consideran amenazados.

 

Segundo error: investigaciones psicológicas, como las de Jonathan Renshon y Daniel Kahneman, han encontrado una tendencia humana que suele conducir al agravamiento de los conflictos. De acuerdo con esos estudios, los humanos observamos las acciones particulares del adversario y, a partir de ellas, extrapolamos y construimos una teoría sobre la naturaleza de este. Es decir, si por ejemplo vemos en nuestro adversario un acto que parece agresivo, damos un paso más allá y concluimos que él es agresivo, su naturaleza es la agresividad. Esta tendencia achica el ámbito para el entendimiento común.

 

Tercer error: cegados por el orgullo y por el temor, ignoramos las consecuencias del escalamiento de un conflicto y tendemos a actuar de modo tal que eso sucede: tendemos a escalar los conflictos. Vi hace unos minutos a un exdiplomático norteamericano sugerir la movilización de tropas hacia países vecinos. Frase que surge, muy probablemente, del sentimiento de que ante una presunta agresión la mejor respuesta es demostrar fuerza. Pero una vez se elige ese camino, se crea una situación en la cual un mínimo error puede desencadenar una gran tragedia, desenlace ante el cual claramente habría sido preferible buscar un acercamiento.

 

Por ejemplo, hace cien años, en 1914, un vago sin importancia asesinó al heredero del Imperio Austrohúngaro. Las potencias de ese entonces iniciaron una serie de gestos escalonados de fuerza y orgullo. ¿En qué culminaron? En una hecatombe que durante cuatro años arrasó con toda Europa, produjo colosales sufrimientos y casi extermina a la población masculina de varios países. Fue la Primera Guerra Mundial, horror que jamás quisiéramos repetir. Pero que algún día repetiremos, en la medida en que las imperfecciones de nuestra psicología sigan nublando la inteligencia.

 

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