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Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


Tonterías de famosos

25 de Julio de 2014

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 Antonio Vélez

Antonio Vélez

 

 

 

 

 

El aprendizaje temprano se lleva a cabo en la infancia y juventud, cuando el cerebro está en formación, cuando aún no se ha mielinizado la corteza prefrontal, el sitio donde residen la razón y el juicio, y, por tanto, sin la posesión de los útiles filtros, indefensos ante la mentira y el engaño. Pero es de una potencia deslumbrante. Así aprendemos el idioma materno, con algunos errores; la religión, cualquiera que sea; las costumbres gastronómicas, la filiación política, los criterios estéticos y éticos, las reglas sociales…

 

Y eso también les ocurre a personajes que figuran en la historia por sus aportes, por su pensamiento lúcido, por su inteligencia. La razón es que esas cosas aprendidas tan temprano perduran de una manera sorprendente, y aunque más tarde seamos capaces de reflexionar acerca de ellas, no las podemos cambiar aunque nos suenen absurdas. Dicen, con razón, que la educación recibida en edad temprana es el mejor “lavado de cerebro” que recibimos.

 

Johann Wolfgang von Goethe, poseedor de una cultura enciclopédica, se opuso a que se usase el microscopio, puesto que creía que lo que no se podía ver con los ojos desnudos, era porque no se debía ver. Benjamín Franklin, inventor de las lentes bifocales y del pararrayos, creía en la rencarnación, así que después de su muerte regresaría y podría corregir y perfeccionar su obra. Sobre su tumba hizo grabar: “Yace aquí, pasto de los gusanos, Benjamín Franklin, impresor. Se diría que las hojas de su libro están rotas y su encuadernación deteriorada; pero la obra no se perderá porque va a reaparecer, según se cree, en una nueva edición revisada y corregida por el autor”. Era, además, vegetariano…

 

El poeta británico John Keats se quejaba de Newton pues había destruido el encanto poético del arco iris al explicar la descomposición de la luz. Alfred Russell Wallace,  padre de la teoría de la evolución, junto con Darwin, frecuentaba sesiones de espiritismo. Wallace aceptaba, sin avergonzarse lo más mínimo, los burdos trucos que los charlatanes usaban para engañar a los incautos que buscaban conectarse con el más allá. Terminó escribiendo artículos en defensa del espiritismo, participando en controversias e incluso invitando a colegas científicos a participar en sesiones espiritistas.

 

Nikola Tesla, genial inventor, se gastó una fortuna en proyectos locos, como el de construir instrumentos para comunicarse con los extraterrestres. Aseguraba haber establecido contacto con los marcianos, lo que le costó cierto descrédito en los círculos científicos, aunque lo convirtió en el favorito de los periódicos sensacionalistas.

 

Hay también estupideces colectivas: los marxistas de extrema cayeron en extremos como el de declarar, en la Enciclopedia Soviética, que la teoría de la relatividad era incompatible con el materialismo dialéctico. Stalin se opuso al arte, a la literatura, a la música y a la biología “burguesas”, y ordenó que los pintores soviéticos debían pintar solo una realidad que tuviese contenido social. Los nazis destruyeron todo lo que consideraron arte o cultura judía, mientras que los fundamentalistas gringos se oponen a la enseñanza de la evolución.

 

El expresidente Ronald Wilson Reagan le temía al anticristo, con razón, pues sus nombres y apellido tenía cada uno seis letras, y su dirección en California era 666 St. Cloud Road. Dando muestras de su gran inteligencia la hizo cambiar a 668. George Bush no se quedaba atrás: negó que existiese calentamiento global, prohibió destinar fondos para la investigación de células madre y así atrasó a su país en ese campo, forzó al National Cancer Institute a decir que el aborto causaba cáncer de seno y obligó al Centro para Control y Prevención de Enfermedades a retirar la información puesta en la red acerca de la eficiencia del condón. La verdad es que nunca brilló por su inteligencia.

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