Al Margen
Teleacosadores
13 de Noviembre de 2012
- “Buenos días, señor Pedro, ¿cómo se encuentra usted el día de hoy?”. (La cara le cambia a uno cuando levanta el teléfono y escucha esa cortés, pero forzada frase).
- “Bien, gracias” (contesta uno, con mayor esfuerzo todavía).
- “Me alegra mucho, señor Pedro. Lo estamos llamando de la gerencia comercial del Country Bank, para ofrecerle nuestro portafolio de serv…”.
- “Mira, muchas gracias” (interrumpe uno, con hipócrita cortesía), “no estoy interesado en servicios financieros; de hecho, hace siete años soy cliente de ustedes”.
- “De acuerdo, señor Pedro” (continúa la voz autómata), “como usted es un cliente preferencial para nosotros, en esta oportunidad, por el excelente manejo que le ha dado a nuestros productos, queremos ofrec…”.
- “Mire” (vuelve uno a interrumpir, con una molestia tan evidente como ineficaz para deshacerse del interlocutor), “creo que no me ha entendido. No estoy interesado en servicios financieros; de hecho, ya tengo todos sus productos”.
- “Correcto, señor Pedro”, insiste el obstinado, “¿podría saber por qué no le interes…”.
- “¡Porque no!” (vuelve uno a interrumpir, ya sobresaltado), “¿No le digo que ya tengo de todo? (en ese momento, los compañeros de oficina voltean a mirar con disimulo)
- “¿Ya tiene nuestra tarjeta pref…”. (arde Troya).
- “!Sí, sí, la tengo, ¿No han mirado la base de datos?!” (un colega se levanta de su silla y mira sobre la división del cubículo).
- “De acuerdo, señor Pedro, ¿conoce usted alguna persona que pueda estar interes…”(es el momento de desquitarse con el que se levantó del puesto a fisgonear).
- “No, no conozco a nadie” (vuelve uno a interrumpir), “y mire, estoy muy ocupado, así que me disculpará, pero debo colgar”.
- “Muchas gracias por su amabilidad, señor Pedro, recuerde que habló con…” (¡clic!).
La escena es común en hogares y lugares de trabajo. El mismo guion puede aplicarse a llamadas de empresas de seguros, de telefonía celular, de fondos de pensiones y cesantías, de servicios de turismo compartido... Y parece escrito por el mismo autor.
La entonación de cada línea, incluso, es la misma. Uno no sabe si los que llaman son robots o gente de verdad. Hasta los nombres se parecen. Es imposible recordar con quién se habló. Y lo peor: es imposible que ellos recuerden que ya hablaron con uno. O más bien, nos les interesa. A la final, uno no es más que una cifra en el presupuesto de ventas.
La situación se repite, por lo menos unas tres veces por semana. Y es insoportable. No hay manera de deshacerse de ella.
Pero un inglés ya lo logró. Un héroe. Todo un ejemplo para seguir. Se trata de Richard Herman, un hombre común y corriente que, asediado por este tipo de llamadas, decidió cobrarles a los “teleacosadores” 16 dólares por cada minuto de su tiempo.
Herman le hizo esta advertencia a una compañía de seguros que, por supuesto, no le paró bolas. Pero el hombre estaba hablando muy en serio: después de varias llamadas, envió una factura por 312 dólares, que la empresa se negó a cancelar, argumentando que no habían registros del número telefónico de Herman en su base de datos.
Sin embargo, el astuto inglés había garbado todas las llamadas y, con esta prueba, acudió a la justicia. Un tribunal británico le dio la razón: los “teleacosadores” tuvieron que pagarle a Herman 312 dólares por el tiempo perdido y la electricidad consumida, y 40 dólares más por costos judiciales.
Más que justicia, poesía para quienes han tenido que soportar, casi a diario, ese fingido e interesado “cómo se encuentra usted el día de hoy”.
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