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Actualizado hace 10 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades Y…


Somos más inteligentes ahora

28 de Febrero de 2014

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Antonio VélezAntonio Vélez M.

 

 

 

 

Aunque el CI (IQ para los de habla inglesa) como medida de la inteligencia tenga sus deficiencias, la verdad es que se seguirá usando hasta encontrar algo mejor. Con sus defectos, sigue siendo una medida útil de la inteligencia; por ejemplo, predice el éxito profesional y académico. El filósofo neozelandés James Flynn hizo un estudio exhaustivo del CI, con el fin de saber si la población, en general, había cambiado en este aspecto, y llegó a una conclusión bien importante: somos mucho más listos ahora que hace un siglo.

 

Como el CI promedio debe ser de 100 puntos, los analistas han estado aumentando la dificultad de las preguntas con el fin de mantener ese promedio, tal como si la población se estuviese volviendo más inteligente con el paso del tiempo. Flynn visitó aquellos lugares en que se ha usado el índice por un tiempo largo y así poder conocer las tendencias. Pues bien, en 30 países, y a partir de la Primera Guerra Mundial, momento en que se empezaron a hacer las pruebas en masa, las puntuaciones han ido aumentando consistentemente con el paso de los años. El fenómeno fue bautizado como efecto Flynn.

 

La ganancia es importante: un promedio de tres puntos por década. En consecuencia, si varios adolescentes de ahora viajasen en el tiempo hasta 1950, tendrían un CI medio de 118. Y un poco más atrás, en 1910, su CI sería de 130, lo que superaría al 98 % de sus contemporáneos. En consecuencia, si aceptamos el efecto Flynn, una persona típica de hoy es mucho más inteligente que el promedio de 1910. O al contrario, si un sujeto de inteligencia promedio viajase desde 1910 hasta hoy, tendría un humilde coeficiente de 70, en la frontera del retraso mental. Pero bien sabemos que el mundo de esa época no estaba formado por idiotas, ¿entonces?

 

Parece que lo que ha impulsado el efecto Flynn, observable con el paso de algunas décadas, reside en los entornos culturales. Un responsable evidente es la educación. A lo largo del siglo XX, en el mundo entero los niños pasaron cada vez más tiempo en la escuela. Para tener una idea, pensemos que en 1900, un norteamericano adulto promedio recibía siete años de estudios, y una cuarta parte de la población pasaba apenas cuatro años en la escuela.

 

En esa época, se leía sin entender muy bien lo leído. Sí, sí es verdad: muchos reclutas de la Primera Guerra Mundial fallaban en un test de inteligencia básica porque, aunque hubieran asistido varios años a la escuela y hubiesen aprendido a leer, el ejército les pedía que entendieran e interpretaran lo leído, destreza que para muchos era imposible. Flynn sugiere que, a lo largo del siglo pasado, el razonamiento científico se trasladó de la escuela al pensamiento cotidiano, de tal suerte que cada vez había más personas que manejaban símbolos en vez de objetos. Además, sugiere Flynn, la mentalidad científica se metió en el discurso cotidiano en forma de abstracciones e instrumentos de análisis que, una vez asimilados, permitieron a las personas manipular sin mucho esfuerzo relaciones abstractas.

 

Ante las críticas al CI, sus defensores han demostrado que hay consistencia en los resultados: esto es, que si a un individuo se lo somete a pruebas de matemáticas, lógica o comprensión de lectura, y puntúa bien en uno de ellos, lo hace también en los otros. Se sabe que unas personas son mejores que otras en matemáticas, mientras que otras lo son en lenguaje, pero al compararlas con la población en su conjunto, las dos facultades, y cualquier otra relacionada con el concepto de inteligencia, tienden a ir emparejadas.

 

La inteligencia general, medida por el CI, es muy heredable, y casi no se ve afectada por el entorno familiar, aunque sí por el entorno cultural. Lo más probable es que el CI refleje, aunque sea levemente, los efectos conjuntos de varios genes, cada uno de los cuales aporta un poco al buen funcionamiento cerebral.

 

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