Curiosidades y…
Sinestesia y creatividad
15 de Marzo de 2012
Antonio Vélez |
Para aquellas personas que padecen una extraña anomalía conocida como sinestesia (una de cada dos mil), un estímulo visual puede desencadenar una sensación olfativa, y el tacto puede experimentarse como sonido, o el sonido como visión... La verdad es que esos raros sujetos, en su mayoría varones, experimentan la vida cotidiana de manera poco común y parecen habitar un mundo misterioso, en las fronteras entre la fantasía y la realidad. En la sinestesia más frecuente, los sonidos evocan simultáneamente la visión de colores. En otras, menos comunes, se producen sensaciones táctiles al escuchar sonidos, o se perciben sabores al ver determinados objetos, o se sienten olores al tocar una superficie. A tales personas les queda posible “olfatear” un amarillo o “saborear” un triángulo.
Francis Galton habló por primera vez de la sinestesia en 1880, pero sin comprenderla y sin que nadie se interesara en su trabajo. Ahora sabemos que se debe a una disposición anormal de ciertas conexiones nerviosas entre áreas cerebrales, aunque también puede producirse de manera transitoria después de consumir ciertas drogas. Quizá la vecindad de dos zonas cerebrales dedicadas a la percepción propicie cierta intercomunicación entre ellas, por invasión de territorio ajeno. Recientemente se ha propuesto otra solución: un desbalance de neuroquímicos en algunas regiones del cerebro, pues se sabe que las zonas cerebrales vecinas se inhiben mutuamente por medio de esas sustancias, así que al romperse el equilibrio, las dos regiones pueden intercambiar información.
Fueron sinestésicos Rimski-Korsakov, Liszt, Faulkner, Joyce y Nabokov. Samuel Jonhson decía que el rojo representaba el sonido de una trompeta, mientras que Baudelaire escribió un soneto en que describe correspondencias entre perfumes, colores y sonidos. Rimbaud veía colores en las cinco vocales, y ciertas impresiones conceptuales las convertía en visuales. Vasili Kandinsky, a propósito de una representación de Lohengrin en Moscú, escribió: “Los violines, los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Mentalmente veía todos mis colores, los tenía ante mis ojos”. Richard Feynman se refería a una de sus ecuaciones de esta manera: “Con jotas de un moreno luminoso, enes de un ligero violeta azulado y equis marrones oscuras”. Olivier Messiaen percibía colores al leer una partitura, y estos le sugerían sonidos musicales. Es posible que Alexander Scriabin fuera sinestésico: decía que la nota sol bemol era violeta, y llegó a describir el sentimiento de color que le producían ciertas piezas musicales. Su obra Acorde místico incluye las instrucciones para un juego de luces que debe proyectarse en la sala durante la interpretación.
Algunos opinan que la sinestesia, más que un defecto puede ser una cualidad, pues viene asociada a una memoria notable, a una rica imaginación, a una gran facilidad para la metáfora y a un alto coeficiente intelectual, lo que explica su estrecha relación con la creatividad, especialmente en los campos de la literatura, la música y las artes plásticas. Tal vez el hecho de percibir un estímulo en varias modalidades puede llevar a la creación de novedades, debido a que para la mayoría de los mortales, ese mundo perceptivo “atravesado” es completamente ajeno al de sus experiencias.
A las percepciones sinestésicas, un neurólogo las ha llamado fósiles cognitivos vivientes, pues, conjetura, es posible que sean un recuerdo de cómo percibían los primeros mamíferos. No es absurdo, entonces, pensar que todos los humanos poseemos un leve residuo sinestésico de nuestro pasado animal, de allí que con frecuencia usemos expresiones como las de un color “chillón”, una voz “dulce”, una amistad “cálida”, una inteligencia “brillante”...
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