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Se equivoca Abelardo
16 de Marzo de 2015
Fernando Pico Zúñiga
Abogado de la Pontificia Universidad Javeriana. Candidato al Máster en Derecho de la Empresa y de los Negocios de la Universidad de Barcelona.
Twitter: @fpicoz
Muchos dicen ser abogados, pocos logran verdaderamente serlo. Colombia, un país en el que brotan “abogados” como arroz, donde debajo de cada piedra parece habitar un “jurista” o, como diría Ángel Ossorio, ¿lo ha leído, Abelardo?, todo el mundo es abogado mientras no pruebe lo contrario, sufre paradójicamente de una crisis judicial de grado colosal.
Es incomprensible, ¿verdad? Los abogados, los llamados hombres de leyes, que están investidos para defender la justicia, la igualdad, la buena fe, los valores supremos de la ley y el Estado, son, en muchas ocasiones, en nuestro país, seres que, antes que contribuir, dilatan y ocultan el avance y peso de la ley y la justicia, ya por demás rezagada, debido a problemas de diferente orden.
Por eso, me atrevo a pensar, Abelardo, que son los propios abogados unos de los principales causantes de los males que achacan a la justicia. No todos, por supuesto, caería yo en la falacia de la generalización precipitada y sería no reconocer los excelentísimos JURISTAS, esos sí en mayúsculas, que ha tenido el privilegio de conocer Colombia. Sin embargo, y por desgracia, sí existe un número importante de llamados “abogados” que, con acciones fuera de las reglas de la ética, esas que acusa usted “están fuera del Derecho”, desprestigian y degradan cada vez más la profesión que compartimos. Créame, muchas veces desde que son estudiantes de la Ciencia Jurídica.
Múltiples son los tratadistas que contradicen su posición, Abelardo. Hasta el ius positivista más célebre, Hans Kelsen, ha reconocido que el Derecho es el reflejo de la moral social, “un orden jurídico positivo corresponde generalmente de hecho las ideas morales de un determinado grupo o estrato, especialmente el dominante”. Por eso me temo, Abelardo, que su ética personal no le permita reconocer la moral colectiva que es fundamento del Derecho colombiano. Que usted no la reconozca no quiere decir que no exista o no sea aplicable.
Me parece oír nuevamente las palabras, como ley escrita, de uno de mis profesores universitarios, quien recitaba, casi de memoria, este pasaje de El alma de la toga: “Suele sostenerse que la condición predominante de la Abogacía es el ingenio. El muchacho listo es la más común simiente de Abogado, porque se presume que su misión es defender con igual desenfado el pro que el contra y, a fuerza de agilidad mental, hacer ver lo banco negro. Si la abogacía fuera eso, no habría menester que pudiese igualarla en vileza. Incendiar, falsificar, robar y asesinar serían pecadillos veniales si se les comparaba con aquel encanallamiento; la prostitución pública resultaría sublimada en el parangón pues, al cabo, la mujer que vende su cuerpo puede ampararse en la protesta de su alma, mientras que el abogado vendería el alma para nutrir el cuerpo. Por fortuna, ocurre todo lo contrario. La Abogacía no se cimienta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia. Esa es la piedra angular; lo demás, con ser muy interesante, tiene caracteres adjetivos y secundarios”.
Por eso, en definitiva, creo, Abelardo, que la crisis judicial es una máscara de la enorme crisis ética y moral que aqueja a este país, pero particularmente a ciertos individuos de él. Ya hasta los llamados “abogados” comienzan a decir que el Derecho no responde a la moral, y las personas parecen creer que son más importantes que las instituciones que representan en el Estado.
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