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Actualizado hace 8 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica Literaria


Schopenhauer aún vive

04 de Mayo de 2011

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Juan Gustavo CoboJuan Gustavo Cobo Borda

 

 

 

 

 

 “Uno de los grandes maestros de la lengua alemana, caso insólito entre los filósofos alemanes anteriores a él, muchos de los cuales son casi ilegibles por razones lingüísticas, inclusive para los alemanes mismos”: así presentaba a Arthur Schopenhauer (1788-1860) el filósofo colombiano Danilo Cruz Vélez en su libro Tabula rasa (1991).

 

Pero ahora Rüdiger Safranski, en un libro fundamental: Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía (Tusquets, 2008), nos ofrece una biografía-ensayo donde la vida y el pensamiento de esta figura marchan unidas, en una iluminación complementaria. Safranski es un experto en estos retratos, como lo certifican sus libros, en la misma editorial, sobre Nietzsche, Heidegger y el poeta Schiller, y el nacimiento y auge del idealismo alemán, que nos lleva de Hegel a Marx, al hacer que las ideas encarnen en personas.

 

Tal es el caso de Schopenhauer, hijo de un mercader y de una mujer mucho más joven, que aburrida con su vida se convertiría en escritora de novelas, diarios y libros de viaje. El joven Arthur sería un burgués rentista que en ciudades como Danzing y Hamburgo medía la importancia del comercio entre los conflictos que enfrentaban a la monarquía prusiana con la Francia revolucionaria.

 

Los libros de cuentas y las letras de cambio serían sus iniciales cartillas de estudio, pero muy pronto comprendería que hay otras deidades, a las que rendiría culto.

 

Kant había roto el hechizo de la metafísica y vaciado de contenido la fe tradicional. Por esa fisura, él introduciría su aporte, que debe tanto a Platón como a Kant, y que culminaría en su obra capital: El mundo como voluntad y representación, de 1819. Su reconocimiento, como él mismo lo previó, sería tardío. Sus impacientes cartas a su editor Brockhaus no obtenían más que amargas respuestas: en 1828, de los 800 ejemplares de la primera edición todavía quedaban en el depósito 150.

 

Se enfrentaba a fuertes rivales como aquellos que llamaba “tres grandes charlatanes”: Fichte, Schelling y Hegel, y su interés por el budismo y las filosofías orientales no le garantizaban mayores créditos en el ámbito tan jerarquizado de la universidad alemana.

 

Era un mundo de ciudades pequeñas, como Weimar, que en 1800 solo tenía 7.500 habitantes, pero en la cual también el consejero privado Goethe se dedica a estudiar el color, impulsar el teatro, animar las tertulias, como la de la madre viuda de Schopenhauer, y oír tocar a su puerta los húsares franceses de Napoleón. La historia, en definitiva.

 

La revolución y el ascenso luego del corso al trono de Francia marcaría con fuego la época hasta el punto de que la destitución de Fernando VII por Napoleón en España daría pie a nuestra independencia.

 

 

Schopenhauer  

La otra cara del asunto sería el olímpico Goethe casándose el mismo día de la Batalla de Jena, 14 de octubre de 1806, con su ama de llaves, Christiane, con quien hacía 18 años convivía y tenía un hijo. Desorden y orden: las divisiones tajantes entre nobles y burgueses en el teatro de Weimar no se borrarían tan fácil. En todo caso, el conflicto y dualidad de Schopenhauer con su madre lo marcaría toda la vida, al igual que con su hermana. Encontraría en su madre una contradictora de cuidado: “Eres fastidioso e insufrible y considero penoso en extremo el vivir contigo”. Así le escribía ella, y no menos irónicas y sarcásticas eran las respuestas del hijo.

 

Por todo ello, Schopenhauer abandonaría Weimar por Gotinga, “alejándose de la voluble y parlanchina Madame Schopenhauer”, como la describió un contemporáneo.

 

Estaba, por fin solo, estudiando, paseándose con un perro de aguas, almorzando en un café, donde con frecuencia terminaba peleándose con los otros contertulios, y comprobando luego en Berlín que no tenía oyentes para sus clases de filosofía, que en tono provocador había puesto a las mismas horas de las concurridas lecciones de Hegel.

 

Pero él tenía un refugio y una religión: el arte y su pesimismo. Esas “pulsaciones de la música divina que no han cesado de sonar a través de los siglos de barbarie”. Ese “eco inmediato de lo eterno” lo sostendría, mientras esos hijos de pastores protestantes y funcionarios ascendían por el cielo de la filosofía. Esa “desalmada” manera de pensar llamada optimismo y esa arrogancia de querer mejorar el mundo no eran lo suyo. La voluntad que nos lleva a movernos y actuar no termina por hacernos querer lo que deseamos. Apenas si subsiste la compasión y una “mística práctica”, pues si la conciencia nos hace libres nunca nos absuelve del todo. “Una filosofía entre cuyas páginas no se escuche las lágrimas, el aullido y el rechinar de dientes, así como el espantoso estruendo del crimen universal de todos contra todos, no es una filosofía”.

 

Pero la suya sí lo fue y aún nos anima a conocerla mejor, a través de este libro tan logrado.

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