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Actualizado hace 7 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades Y…


Sacrificios humanos

16 de Mayo de 2014

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Antonio VélezAntonio Vélez M.

 

 

 

 

 

La forma más tenebrosa y absurda de violencia es el sacrificio humano: la tortura y la muerte de una persona inocente para saciar la sed de sangre de una deidad abstracta, inventada por la ignorancia, dioses situados lejos de este mundo. Se cree que con el sacrificio o con la oración puede crearse un vínculo entre el hombre y los seres superiores. Hay también un intento de soborno para que actúen a favor nuestro, cuando no es que tratamos de apaciguarlos, de calmar su ira santa y obtener el perdón.

 

El sacrificio se remonta a épocas del mundo en que los ritmos y los accidentes de la naturaleza no se comprendían, así que las sequías intensas, las lluvias torrenciales, los terremotos, los volcanes y, en general, las grandes tragedias naturales no eran más que mensajes del más allá, manifestación tangible del estado de ánimo de los dioses. En México, por ejemplo, se sacrificaban niños, para que sus lágrimas provocaran la lluvia: se calcula que entre 1440 y 1524, los aztecas sacrificaron más de un millón de inocentes.

 

La siembra y la cosecha son hechos vitales que aparecen asociados con los ritos: arrojar al surco y de cierta manera las primeras semillas, no arrancar todos los frutos de un árbol... Se trataba de sacrificar una parte de lo que se tenía para satisfacer a los dioses. Los aztecas hacían sacrificios humanos decapitando a una joven antes de recoger la cosecha de maíz. Y los sacrificios inútiles, a la par con las hambrunas, se fueron volviendo más crueles.

 

Religión y sacrifico parecen haber ido de la mano. Para la época en que surgieron las grandes civilizaciones, la práctica del sacrificio estaba muy difundida. En 1975, el arqueólogo británico Peter Warren excavó un pequeño edificio que formaba parte del complejo de Cnosos, en Creta, construcción que se remonta al año 2000 a. C., y centro principal de la civilización minoica. Warren encontró huesos de cuatro niños, con marcas dejadas por el cuchillo al separar la carne de los huesos. Se concluyó que los pequeños debieron morir sacrificados. Y en India, los sacrificios humanos se practicaron hasta el siglo XIX.

 

Con el fin de satisfacer la exigencia de sus dioses, los aztecas iban a la guerra para conseguir prisioneros, a los que luego sacrificaban, mientras que los gond, etnia del centro de India, criaban a sus hijos específicamente para ese fin. Las matanzas de inocentes solían combinarse con otras costumbres supersticiosas. En Gales, Alemania, India, Japón y China, al construir un fuerte, un palacio o un templo, se escogía a una víctima y se la enterraba en los cimientos, pues creían que así mitigaban el descaro de meterse en el sagrado recinto de los dioses. Otra costumbre no menos bárbara de algunos pueblos primitivos consistía en arrojar a la viuda a la pira funeraria del esposo. Unas 200.000 mujeres tuvieron esta muerte salvaje e inútil, entre la Edad Media y 1829, fecha esta última en que se prohibió la bárbara práctica. Una costumbre parecida se practicó en Sumeria, Egipto, China y Japón, y consistía en el sacrificio funerario: cuando moría un rey, su séquito y su harén eran enterrados con él.

 

Por lo general, el sacrificio humano ha ido precedido de la tortura. Los aztecas bajaban a sus víctimas a una hoguera, luego las alzaban medio asadas antes de que muriesen, y les arrancaban el corazón aún palpitante (espectáculo recreado en Indiana Jones y el templo maldito, como sacrificio a Kali, dios hindú). Los dayak de Borneo causaban la muerte de la víctima haciéndola sangrar lentamente usando para ello cuchillas o agujas de bambú.

 

Para cualquier persona civilizada estas historias suenan mentirosas, exageradas. ¿Por qué los dioses necesitaban tanta sangre y dolor? La respuesta es simple: la estupidez humana, que no tiene límites. Por eso seguirá corriendo sangre para satisfacer a dioses inventados.

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