14 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 22 minutes | ISSN: 2805-6396

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Crítica Literaria


Rufino José Cuervo

01 de Marzo de 2011

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Rufino José Cuervo

Juan Gustavo Cobo Borda

 

 

 

 

 

Su padre fue Vicepresidente de Colombia; uno de sus hermanos, Alcalde de Bogotá; su profesor de alemán y más asiduo corresponsal desde Europa era el autor de La gramática chibcha, Ezequiel Uricoechea, quien ganaría el título de Catedrático Honorario de la Universidad Libre de Bruselas, por su conocimiento de la lengua árabe, a causa de la cual moriría solo en Beirut, a los 46 años, donde se fue a profundizar su estudio. Todo eso lo cuenta Enrique Santos Molano, en un erudito y muy conmovedor libro titulado Rufino José Cuervo. Un hombre al pie de las letras, publicado por el Instituto Caro y Cuervo. El Ministerio de Cultura ha designado el 2011 como el año Rufino José Cuervo.

 

En un país de incesantes guerras civiles, asonadas, golpes de Estado, cuatro presidentes escribieron gramáticas (Miguel Antonio Caro, Marco Fidel Suárez, José Manuel Marroquín y Santiago Pérez), y Cuervo, quien publicó una Gramática latina en asocio con Caro, viviría a fondo las contradicciones del momento. En 1830 un esclavo se escapa de la finca sabanera de su padre. Era un esclavo de “color oscuro y estatura regular”, de 16 a 18 años de edad. O el mismo Cuervo que lavara botellas para envasar la cerveza con la cual montaron una fábrica con su hermano Ángel, que les permitiría irse a vivir a París con una renta equivalente a 457 libras esterlinas.

 

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Rufino José Cuervo

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Se alejaría así de los debates sobre proteccionismo o libre-cambio, de figuras avasalladoras y complejas como Tomás Cipriano de Mosquera y Rafael Núñez, del fraude electoral y la violencia sectaria, y pudo entregarse, en la soledad del monje que todos los días asiste de madrugada a misa, a darle bases científicas al idioma español, a ser el “iniciador de la filología neolatina en todo el territorio de la lengua española”, como le escribió uno de los 200 corresponsales científicos con quienes mantuvo puntual intercambio epistolar sobre temas tan intrigantes como las diferencias, y buen uso, del afrancesado biberón y el muy bogotano tetero.

 

El prestigioso Cuervo se sustentó, en primer lugar, en sus Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano (1872), que reharía y complementaría toda la vida, hasta su muerte en París, en 1911, cuando trabajaba en su sexta edición. En esos 30 años que pasaría en París, Cuervo lleva adelante su más ambiciosa obra: el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, que empezaría en 1872 y que no pudo concluir. El segundo tomo, cuya impresión lo desvela en París, va por la letra D. Pero gracias a trabajos como este, y su edición de la gramática de Andrés Bello, Cuervo será “el encargado de volver a enseñar a la antigua madre-patria la historia de su lengua”.

 

Fernando Vallejo, en marzo del 2007, en el número 76 de la revista El Malpensante, publicó su conferencia en la cual canonizaba a Rufino José Cuervo como santo colombiano que no conoció el rencor ni la envidia, no tuvo puestos públicos y amó como un iluso el idioma español. Ese idioma, según Vallejo, que cambia y se empeora: “En el siglo XIX el castellano se estaba afrancesando, hoy es un adefesio anglizado”. Quedaba entonces su diccionario inconcluso que mostraba el uso que le habían dado a las palabras los escritores más notables, durante 10 siglos, desde sus raíces griegas, árabes y latinas. Rescatadas esas joyas de ediciones deficientes, hechas en España, que carecían de rigor científico, y que quizás contribuyeron, junto con su neurastenia, sus catarros permanentes y la muerte de su hermano Ángel, a ir abandonando poco a poco ese proyecto único, por su demencial desmesura, solo concluido un siglo después de su muerte. Pero como lo dijo el propio Cuervo, quien dejó en su testamento una partida para honrar al mejor tipógrafo de Bogotá, “lo que ayer fue disparate es hoy elegancia”. De ahí la utilidad del libro de Santos Molano para recordarnos, en cronologías, en conceptos de otras voces, en investigación y aciertos, esta figura única, poseída por la ambición de un sueño desmesurado: comprender el idioma en las páginas alfabéticamente ordenadas de un libro.

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