11 de Diciembre de 2024 /
Actualizado hace 5 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica Literaria


Rodrigo Rey Rosa (1958)

20 de Junio de 2017

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Nota:
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Juan Gustavo Cobo Borda

 

Ningún lugar sagrado (1998), Caballeriza (2006), Severina (2011) y Fábula asiática (2016) son algunos de los libros del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa donde los cuentos se enlazan con novelas cortas. Además, la editorial Almadía de México publicó una selección, hecha por el autor, de 17 cuentos que, con el título de Siempre juntos y otros cuentos (2008), nos revela la variedad de registros con que este escritor, nacido en 1958, ha hecho de su vida viajera la alquimia creativa de su ficción.

 

Cuentos sobre niñas perdidas en el zoo o con enfermedades terminales demuestran su tierna empatía con criaturas que, al asomarse a la vida, ya la intuyen cancelada. Otro buen puñado de estos relatos transcurre en Nueva York, primera etapa de su trashumancia para estudiar cine. Son cuentos despojados y certeros que a punta de concisión nos transmiten atmósferas ambiguas de cárceles particulares convertidas en lucrativo negocio, sicoanalistas que lo escuchan en largos monólogos sobre su país centroamericano, la violencia que ha padecido (torturas, asesinato de un obispo) y algo muy específico de Rey Rosa: las muchas etnias indígenas, sus lenguas propias, su compenetración con la naturaleza, su presencia insoslayable, muda, terca, mineral, que sobrevivirá a todos. También estarán en sus textos las clases altas, con finos caballos de paso y nubes de guardaespaldas vestidos de oscuro y pistolas asomándose mientras el secuestro o la tortura tejen sus infernales redes. La madre de Rey Rosa fue secuestrada, y él tuvo que llevar el rescate, tal como lo documenta otro de sus impactantes cuentos.

 

Una novela como Severina nos sitúa, en cambio, en el centro de un amour fou. El librero que se enloquece sin remisión por una bella ladrona de libros, en una persecución cada vez más delirante, donde se mezclan Borges y el Corán y sus habituales recuerdos del mundo árabe, del periodo que pasó en Marruecos, donde conoció a Paul Bowles, quien tradujo sus primeros cuentos al inglés.

 

Tales son algunos de los atisbos de este autor que vale la pena seguir en su fecunda capacidad inventiva, que nos llevará desde lo ancestral del mundo maya (jade y cuchillos de obsidiana) hasta la ciencia ficción en que Isis, la Nasa y satélites ya muertos intercambian sus guiños silenciosos sobre un planeta de violencia irracional.

 

Pero volveremos siempre, como él lo hace, a su matriz ineludible: esa Guatemala que revisó en los archivos policiales de torturas, delaciones y secuestros, donde ominosas dictaduras militares persiguen y reprimen disidentes, etnias indígenas, defensores de derechos humanos o líderes ecológicos asesinados y que registra en su cámara. Más allá está ese diálogo universal de culturas que ha sido su marca de fábrica y que lo han llevado a recibir el Premio Miguel Ángel Asturias de su país, a dialogar en sus textos con otros escritores centroamericanos como Horacio Castellanos Moya y a ver cada uno de sus breves y hondos libros traducidos a muchas lenguas y reseñados con admiración en EE UU, Francia, España y Alemania y a confesar, incluso, que uno sus textos más logrados, el de las cárceles privadas, lo desarrolló en Cali (Colombia), donde acompañó a su mujer de entonces, una destacada bailarina. Un enigma más para enriquecer el retrato de este creador de muchos rostros. 

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