Columnistas
¿Quién cuida a los cuidanderos?
27 de Noviembre de 2013
Andrés Flórez Villegas Socio de Esguerra Barrera Arriaga Asesores Jurídicos
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¿Quis custodiet ipsos custodes? Es una locución latina corrientemente traducida como ¿quién vigilará a los vigilantes?, ¿quién guardará a los guardianes? o ¿quién vigilará a los propios vigilantes?
La frase, que normalmente se cita en latín, proviene de las Sátiras de Juvenal, el autor romano de los siglos I y II de nuestra era. Aunque en su uso moderno la frase se aplica de manera universal a cualquier entorno donde hay alguien encargado del control, en el contexto de la obra de Juvenal se refiere a la imposibilidad de la aplicación de la conducta moral en las mujeres cuando sus guardianes son corruptibles.
Juvenal acuñó la frase para referirse al problema de asegurar la fidelidad matrimonial. Para este autor, no tenía sentido que un esposo pusiera a guardianes a cuidar la fidelidad de su esposa. Los guardianes en algún momento traicionarían su mandato y serían la causa de la infidelidad.
El mismo problema esencial luego fue planteado por Platón en la República, su obra sobre el gobierno y la moral. La sociedad perfecta, tal como la describe Sócrates, el personaje principal del libro, se basa en obreros, esclavos y comerciantes. La clase guardiana está para proteger a la ciudad. La cuestión que se le presenta a Sócrates es la misma: ¿quién guardará a los guardianes? o ¿quién nos protegerá de los protectores?
La respuesta de Platón a esta pregunta es que los cuidanderos se cuidarán a sí mismos. Para el autor, hay que hacerle creer a los guardianes que son mejores que aquellos a quienes prestan su servicio y que, por tanto, es su responsabilidad vigilar y proteger a los inferiores. Afirma que hay que inculcar en ellos una aversión por el poder o los privilegios, y ellos gobernarán porque creen que es justo que así sea, y no por ambición.
En el uso moderno, ¿quis custodiet ipsos custodes? se emplea para definir el problema fundamental de cómo controlar a los que controlan, asociándola frecuentemente con la filosofía política. La frase es utilizada para reflexionar sobre una cuestión trascendental: ¿dónde debe residir el poder último? La forma en que las modernas democracias tratan de resolver este asunto se encuentra en la separación de poderes. La idea es nunca dar el poder en última instancia a un solo grupo. Por eso se supone que las ramas del poder y los organismos de control sirven de frenos y contrapesos, de manera que nadie abuse de sus funciones.
El dilema de quién cuida al cuidandero cada vez cobra más relevancia en nuestro país. Los enormes excesos que vemos de parte de la Contraloría y de la Procuraduría ponen sobre el tapete la pregunta: ¿Alguien cuida a esos cuidanderos o se trata de ruedas sueltas que pueden estar amenazando la democracia y el Estado de derecho?
La Procuraduría, por ejemplo, está en capacidad –y lo está ejerciendo de qué manera– de destituir a funcionarios elegidos por elección popular. Mientras la población de un departamento o municipio elige democráticamente a una persona para que sea su cabeza, la Procuraduría puede dar por terminado el mandato mediante un simple acto administrativo. Lo que opine el pueblo elector no importa.
En el caso de la Contraloría, estamos frente a una entidad que acusa, persigue y condena en público a personas que ni siquiera han sido objeto de un juicio fiscal. A punta de comunicados de prensa y declaraciones a medios se pone en duda la honorabilidad de la gente. Se perdió de vista que esta entidad ejerce sus funciones en procesos reglados y no filtrando supuestas chivas o ambientando futuras decisiones.
En el caso de la Contraloría parece, además, existir un objetivo claro: que al cuidandero nadie lo ronde. O si no pregúntele al Fiscal General lo que le está pasando por tratar de cumplir con su deber de investigar los hechos que han sido materia de denuncias penales, a la Auditora por tratar de hacer su trabajo o a los vecinos de vivienda de la funcionaria.
La triste realidad de nuestros órganos de control parece demostrar que Platón estaba equivocado. Aunque las cabezas de estos órganos se creen mejores que la ciudadanía a quien deberían servir –de eso a nadie le puede caber duda– es evidente que no hay límites a lo que hacen. Nadie cuida a los cuidanderos y estos terminan haciendo lo que a bien tienen.
Las entidades de control en nuestro país están tan mal diseñadas y tienen tanto poder que sus cabezas son protagonistas diarios, al punto que definen la agenda nacional. ¿Hay que convocar o no a elecciones para elegir a un nuevo Alcalde de Bogotá? ¡Pregúntenle al Procurador!
En la actualidad el Procurador y la Contralora son –increíblemente– más poderosos que cualquier ministro o que el mismo Presidente de la República. Y es que los funcionarios no pueden mover una hoja sin que les llegue un control de advertencia, les anuncien hallazgos fiscales o les llegue su pliego de cargos. Mientras tanto, a los cuidanderos nadie los ronda, ni tienen límites distintos a los que dictan sus ambiciones.
No sé cuál sea la solución al excesivo poder de la Contraloría y la Procuraduría. Probablemente no sea eliminarlas como sugirió algún columnista, pero sí hay que limitar severamente sus funciones y la forma en que actúan. Mientras esto no se haga, continuaremos bajo la dictadura de los cuidanderos y con un Estado paquidérmico.
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