Obras del Pensamiento Político
‘Política’ de Aristóteles
02 de Diciembre de 2011
Ana Isabel Rico y Andrés Mejía Vergnaud
Twitter: @AndresMejiaV
Hablamos en la entrega pasada de un maestro: Platón, a quien damos ese título no solo por el magisterio que ha ejercido sobre toda la civilización, sino porque de hecho era un educador. Tenía en Atenas un establecimiento llamado Academia, por cuya puerta –en la cual, según se dice, un letrero advertía “Que no entre aquí quien no sepa Geometría”– pasaron numerosos alumnos. Entre ellos uno muy peculiar, porque de ser el alumno más destacado de la Academia llegó él mismo a ser maestro, y a ejercer tal condición de la misma manera que lo había hecho Platón: como educador en una institución por él mismo fundada, y como luminaria de la civilización. Ese destacado alumno se llamaba Aristóteles.
Tal vez sea justo rotular a Aristóteles como el primer gran científico de la historia de la humanidad. Aunque hubo algunos antes de él que hicieron numerosos avances y descubrimientos, el Estagirita –nombre comúnmente dado a este filósofo– fue el primer gran científico sistemático. A quien quiera comprobarlo le bastaría mirar una selección de tratados de historia de ciencias específicas: de la Física, de la Economía, de la Biología, de la Lógica. Encontrará al inicio siempre a Aristóteles, tal vez en el segundo capítulo, después de que se hable de los precursores.
La política y las ciencias sociales no serán la excepción. Después del colosal República de Platón, la siguiente obra de gran importancia en el recorrido de la historia es Política de Aristóteles.
Maestro y alumno en este caso exhiben una pequeña diferencia. Platón era un diestro de la literatura: sus obras no solo han de leerse por el interés sustantivo que tienen: son también bellas y cautivadoras en su forma. No le conocemos ese talento a Aristóteles, y su obra suele ser de más difícil lectura. De esto hay una razón: la mayor parte de las grandes obras de este maestro –quien incluso fue tutor de Alejandro Magno– consisten de apuntes de clase tomados por sus discípulos en el Liceo, la institución educativa que él dirigió. A estos discípulos, como veremos, no solo se debe el registro de las ideas que exponía su maestro mientras caminaba por los jardines (método usual en el Liceo): a ellos debemos también la preservación de la obra de Aristóteles. Veamos algo de esta historia.
Aristóteles poseía una impresionante biblioteca, la cual incluía por supuesto sus propios escritos. Al fallecer, la lega en su testamento a su sucesor y discípulo del Liceo, Teofrasto. Este, llegado el momento, la hereda a su vez a un discípulo suyo, Neleo de Escepsis, de quien se dice conservó los manuscritos de Aristóteles y vendió parte de la biblioteca del Liceo al rey Ptolomeo Filadelfo.
De este momento en adelante los acontecimientos no son muy claros. El hecho concluyente es que durante un par de siglos se pierde el rastro de los manuscritos; se dice que los herederos de Neleo los escondieron en una cueva para que no fueran robados y puestos en una biblioteca rival a la de Alejandría. En el siglo I d.C. un rico coleccionista los compra, y dado el deterioro de los mismos, ordena copiarlos. Los originales, se dice, son enviados posteriormente a Roma, pero no por el rico coleccionista, sino por el general romano Sila, quien ha tomado la ciudad y envía los objetos más notables a Roma. Allí son cuidadosamente copiados y estudiados por un grupo de expertos.
Con el tiempo comienzan a multiplicarse los estudiosos de la obra de Aristóteles; este espíritu se conserva incluso tras la caída del imperio romano, y se mantiene no solo durante la temprana Edad Media, en donde se hace moneda corriente componer comentarios a la obra de Aristóteles en latín, sino que se fortalece en los siglos XIII y XIV, con nuevas traducciones y estudios hechos directamente del griego. Los sabios árabes y judíos de la España medieval son en gran medida responsables de la conservación y transmisión de la obra aristotélica. En el siglo XV y XVI se hacen traducciones de la obra de Aristóteles por primera vez a lenguas como el italiano, francés y español. Política tiene su primera publicación en lengua castellana en 1584 y es hecha por el español Pedro Simón Abril.
Si afirmamos que Política versa sobre la política, no estaríamos al parecer diciendo nada nuevo. Pero si recordamos que Aristóteles entendía a la política o politeia como una actividad excelsa, a la cual debían dedicar sus mejores esfuerzos quienes tenían derechos ciudadanos, es más comprensible el espíritu de lo que queremos destacar: Aristóteles plantea en Política una serie de reflexiones acerca no solo de la necesidad de ejercer los derechos ciudadanos, sino que destaca que es destino de los humanos ser ‘animales políticos’, seres biológicos cuya vida en comunidad tiene la condición de ser política. Para entender esto, debemos tener presente que, para Aristóteles, el análisis de la naturaleza de toda cosa existente pasaba por analizar su “fin”, es decir, el objetivo hacia el cual se dirigía en su desarrollo como cosa existente. A este enfoque se le llama teleológico.
Política se compone de ocho libros (para nosotos lectores contemporáneos, estas unidades son asimilables a nuestros capítulos).
En el libro I nos expone que nuestra naturaleza es vivir en comunidad, pero destaca que la comunidad por excelencia es la comunidad política o polis. Nosotros asimilamos como equivalente de ‘polis’ el término ‘Estado’. Y expone Aristóteles que esta comunidad tiene un fin: el bien común.
En el libro II, señala que el egoísmo no puede ser un rasgo que prevalezca dentro de una comunidad. Si el fin u objetivo de la misma es el bien común, este se vería amenazado si prospera el excesivo amor por sí mismos entre los ciudadanos. Aristóteles destaca que quien no vive dentro de una comunidad honrando este propósito está procediendo como un animal, de forma incivilizada.
El libro III es muy polémico, pues en él expone Aristóteles que solo los hombres que vivan de acuerdo con su razón y ejerciendo sus derechos son miembros de la polis. Por esta razón, ni esclavos ni animales forman parte de la polis. Este tipo de consideraciones repudian al pensamiento moderno, el cual parte de la igualdad de todos los seres humanos; pero solo para tener presente el contexto, cabe recordar que las sociedades de la época eran en su mayoría esclavistas, y Atenas no era la excepción: esto se manifestaba, entre otras cosas, en la creencia de que ciertos seres eran esclavos por naturaleza.
En el libro IV Aristóteles nos muestra que los buenos ciudadanos son los ciudadanos virtuosos. La virtud es una especie de hábito, debe practicarse: la justicia, por ejemplo, es una virtud, y por eso no se puede decir que se es justo, si no se le practica, si no hacen actos justos. El libro V se dedica a estudiar las causas de las revoluciones y la pérdida de estabilidad en los diferentes regímenes políticos que Aristóteles conoce, destacando el lugar central que juegan las causas socioeconómicas en tales eventos. En el libro VI analiza diferentes formas de gobierno, incluida la democracia, en relación con el análisis de lo que puede entenderse como ‘libertad política’.
Los libros VII y VIII los dedica a exponer por qué la decisión sobre cuál es la mejor politeia es algo que presupone saber cuál es la mejor forma de vida, cuál es el tipo de vida que es más deseable llevar. La respuesta de Aristóteles nos mostrará que para él la felicidad del individuo y la de la polis no pueden separarse, y dependen ambas del ejercicio de la virtud.
El mensaje y legado de la obra de Aristóteles es claro: es una invitación a vivir mejor, entendiendo que nuestra vida es esencialmente política y supone el ejercicio de nuestros derechos, y deberes, ciudadanos de la mejor forma posible.
Los invitamos a que nos sigan acompañando en este recorrido por las grandes obras del pensamiento político universal. Por razones prácticas tendremos que dejar por fuera muchos libros, y concentrarnos solo en aquellos reconocidos por la posteridad como grandes clásicos. Pasaremos, entonces, a La ciudad de Dios, de San Agustín, obra que inaugura el pensamiento político cristiano, y que es referente crucial en el estudio de las utopías.
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