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Actualizado hace 34 seconds | ISSN: 2805-6396

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Al Margen


Pocilga presidencial

30 de Noviembre de 2011

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Ilustración: Jorge Lewis

No es la Casa Blanca, ni el Palacio de Nariño ni el de Miraflores. Tampoco la casa del Presidente de Zambia, el país más pobre del mundo. Es la porqueriza que el taxista George Kiberu les construyó a sus cerdos, con los carteles ya desleídos de la última campaña presidencial en Uganda.

 

Recursivo y practicante implícito del reciclaje, el taxista ugandés decidió limpiar las calles de Kampala, la capital del país, de los carteles viejos que aún mostraban el rostro del actual presidente, Yoweri Musevini, cuando apenas era candidato.

 

Techo y paredes del chiquero dedicado a la cría de porcinos estaban atiborrados de la cara del presidente Musevini. Además, dada la nutrida cantidad de anuncios electorales, el taxista despegó y recolectó un número suficiente, para usarlos como bandejas en las cuales les sirve la comida a sus chanchos.

 

Pocos humanos se dan el gusto de comer junto al Presidente de su país. En cambio, los cerdos de Kiberu lo tuvieron, hasta que lo arrestaron por insultar a la Presidencia y lo obligaron a despegar la propaganda electoral del chiquero y a no reincidir en semejante agravio contra la majestad presidencial ugandesa.

 

Si eso pasa en Uganda, ¿qué podría pasar en un país como Colombia, en el que todavía vemos en calles, muros, terrazas, balcones, puertas, ventanas, cables de la electricidad y cabinas telefónicas los rezagos de nuestro pasado electoral y democrático? Justo aquí, donde también abundan los hogares y las fincas que crían marranos al por mayor.

 

Hay que reconocer que en las capitales colombianas la valla alta y vistosa desplazó al descolorido cartel de poste. Por estos días poselectorales, ya no están las de las campañas de triunfadores y derrotados, sino las de gratitud de quienes serán nuestros alcaldes. Nos dan las gracias por haberles dado, por cuatro años, un trabajito con buen salario.

  

 

Sin embargo, así como en algunos lugares se sigue viendo la paloma de la paz de Belisario, modelo 1984, continúan en el recuerdo los grandiosos carteles, con sus respectivos lemas, de nuestros expresidentes. Demasiado papel, que bien pudo servir para construir y decorar las pocilgas de las más grandes salsamentarías del país.

 

Como alarma que impida la entrada de ladrones, serviría el famoso cartel de la campaña presidencial del 2002, el de la seguridad democrática: “Mano firme, corazón grande”. Con seguridad, se espantarían abigeos, narcoterroristas y apátridas. Para recibir a los visitantes, no hay duda: “Bienvenidos al futuro”.

 

Para los muros de los cuchitriles hay avisos de sobra. Todos tendrían el fin de alimentar con falsas esperanzas a los lechones, para las fiestas navideñas. El de Belisario decía “Sí se puede”, pero no pudo con el M-19 ni con la toma del Palacio de Justicia. Y para conservar la iluminación del hogar porcino, estaría el “Mandato claro”, de López Michelsen.

 

De las proclamas de las últimas elecciones también hay mucha materia prima para la construcción de establos, corrales y similares. Si se trata de identificar a los miembros de la piara por su nombre, se pueden despegar los carteles amarillentos del candidato del Polo a la alcaldía de Bogotá, que aún se ven en las calles de la capital: ¿Quién es Aurelio? (a todas estas, ¿alguien finalmente supo quién era?).

 

Lo cierto es que la creativa estrategia del ugandés no solo sirve para descontaminar visualmente a las ciudades del guayabo electoral, sino que puede entrar a hacer parte de las nuevas tácticas de “guerra sucia”. ¿A alguien se le habría ocurrido despegar los carteles del contendor político para ponerlos en la casa del perrito o en la jaula de la lora?

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