Crítica literaria
Pedro Gómez Valderrama (1923-1992)
19 de Julio de 2016
Juan Gustavo Cobo Borda
Cuarenta y siete cuentos escribió Pedro Gómez Valderrama. Juegan ellos con sucesos históricos o literarios comprobados y a partir de los cuales el autor fantasea con posibilidades imaginarias. Podemos así ver a Cervantes, Bolívar o Santander, Stendhal o el Marqués de Sade, Napoleón o Lincoln en su entorno habitual, en el despliegue de sus actos, pero asomándose a imprevistos abismos.
El asesinato del presidente norteamericano se replica cien años después en un palco donde una pareja de adúlteros son abatidos por el marido traicionado. Gómez Valderrama conserva el esquema de la tragedia a la cual añade erotismo e ironía.
En tal sentido, su erotismo es un tanto decimonónico, con su cuota de pecado y culpa, pero su verdadera utopía es la Edad Media. Brujas en el aquelarre y al centro, cual tótem, el macho cabrío. O el Diablo que toca el laúd y hechiza a una condesa. Pero ese diablo es Niccolò Paganini, genovés, que trasciende las eras, de 1187 al fascismo italiano. Todos esos viajes tienen su origen en la imaginación de Jorge Luis Borges, que nos enseñó a dilatar unos minutos para convertirlos en un año y así cumplir un deseo. Historia, entonces, literatura y el museo que cerradas las puertas suelta la reprimida lujuria de los personajes pintados, tal como sucede en el Louvre o en los cuadros del Bosco.
Es un informe largo de 1960, Los infiernos del Jerarca Brown, donde un negro viaja desde Chicago a París o Londres para trabajar en la Casa Arena. Como lo escribe el autor: “Hay momentos en el relato en que parece que la leyenda se mezclara con los hechos históricos” (271). Y en este recuerdo están todos los personajes, hechos y espacios de la novela de Mario Vargas Llosa El sueño del celta (2010). Roger Casement, los indios bora exterminados, la selva que pierde y alucina a los que intentan dominarla. La verdad es también sobrecogedora como la ficción. El escueto microcosmos del cuento le permite cruzar tiempos y espacios. Pero el diablo omnipresente está tanto en Cartagena de Indias de nuestros días como en la Escocia de 1598 bajo la forma proverbial del gato negro. Brujos y hechiceros, reuniones en lo más oscuro del bosque, Pedro Gómez Valderrama se deleita en esos conciliábulos lunares, en esas hogueras encendidas entre la superstición y el fanatismo.
El abogado que era Gómez Valderrama encontrará en los códigos, en Andrés Bello y Cesare Beccaria nuevos sustentos para expandir la mirada, reescribir lo que fue y detectar ángulos hasta entonces no contemplados.
Las cabalgatas atropelladas, los personajes disímiles en el interior de una diligencia, la alquimia y los pintores del Renacimiento, la Belle Epoque y la adormilada provincia colombiana, curas y manuscritos: tal el mundo que ama Gómez Valderrama, visto desde un palco de teatro, donde el gemido del orgasmo no apaga del todo el estruendo del disparo.
Ahora, en Más arriba del Reino, sus cuentos completos publicados por la Universidad de los Andes en el 2016 y con prólogos de Pedro Alejo Gómez y Josefina Pizano, se corrobora lo que en una carta de julio de 1962 le dijo Alejandra Pizarnik: “Es usted uno de los escritores de América Latina que más me interesan”.
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