Curiosidades y…
Pecados capitales (I)
18 de Julio de 2017
Antonio Vélez M.
Durante el largo y lento trasegar evolutivo, la selección natural, con el fin de incrementar la eficacia reproductiva del Homo sapiens, descubrió e incorporó en su dotación genética, hace ya muchos siglos, ciertas características sicológicas que en sociedades primitivas, formadas por parientes cercanos, pudieron tener ventajas evolutivas; sin embargo, en la superpoblada vida moderna, muchas de ellas se han convertido en trabas para lograr una perfecta organización social. Algunas son tendencias pecaminosas modernas que en un pasado remoto constituyeron virtudes biológicas. Pecados aún incrustados en nuestros genes y, por lo mismo, difíciles de contrarrestar usando el ejemplo y la enseñanza. Difíciles de domesticar. Salvo escasísimas excepciones, se pueden reprimir a veces, pero no erradicar.
El escritor y premio Pulitzer Robert Wright anota: “Veamos, por analogía, los antiguos siete pecados capitales. La gula, la avaricia, la lujuria, el orgullo, la pereza y la soberbia tienen un gran potencial para causamos problemas. No obstante, puede considerarse que cada uno ellos es una exageración de características que son útiles y a veces necesarias para sobrevivir”. Y son mucho más de siete: agresividad, egoísmo, nepotismo, promiscuidad, codicia, abuso del poder, corrupción administrativa, sed de venganza, odio, deseo exagerado por el estatus, cobardía, hipocresía, prejuicios, xenofobia, injusticia, fariseísmo...
El Homo sapiens no es un dechado de virtudes, pero sí lo es, mirado desde el punto de vista biológico evolutivo. Por desgracia para nuestros deseos, desde la perspectiva evolutiva, algunos vicios y pecados son virtudes. En verdad os digo, el reino de este mundo no pertenece a los buenos. Por eso se ha inventado, creen algunos, el reino celestial, en el que las cosas se invierten. Se dice que en la carrera de la evolución, los chicos buenos terminan de últimos, o no terminan la competencia.
Por desgracia para los que piensan bien del hombre, la evolución premia, por lo regular, aquellas características que le renten dividendos reproductivos, muchas veces marchando en contra del bien común. Para la evolución, fue más importante una característica que redundara en el bien individual, que una que beneficiara a la mayoría. Porque los genes son egoístas (si lo duda, pregúnteselo a Richard Dawkins). Y justamente una buena parte de los criterios éticos humanos civilizados se basa en controlar ese egoísmo natural, sancionando los comportamientos que marchen en contra del bien colectivo. De allí que muchos mandatos se muevan en contravía con nuestro diseño (se está explicando, entiéndase bien, no justificando).
Las prisiones, los códigos penales y muchos preceptos religiosos (amenazan con el infierno) se han elaborado pensando precisamente en frenar las tendencias naturales del hombre, pero la verdad es que los logros obtenidos no entusiasman a nadie. En realidad, están en deuda con la humanidad, pues esperaríamos que los controles fuesen más efectivos. Y, pregunta el escéptico, ¿por qué alguien, supuestamente egoísta, estaría interesado en regular la conducta de los humanos por medio de leyes, si esas mismas leyes se devolverían contra el mismo promotor al regular también su propia conducta? La respuesta es simple: porque de esa manera se controla a los demás, que son mayoría, y eso les conviene a las minorías que establecen las leyes y son dueñas del poder. El hecho de controlar el colectivo les permite sobrevivir sin demasiada lucha; de lo contrario, los antisociales, sin sanción y sin alma, les harían la vida imposible.
Aclaremos que los pecados mencionados se han observado en todas las sociedades, sin excepciones notables, lo que demuestra que son universales humanos. Aclaremos, así mismo, que hay virtudes, también de carácter universal, y que también hay personas verdaderamente virtuosas. La moralidad humana se da en todos los grados, desde las peores alimañas que han ocupado este planeta, hasta personas que han servido de ejemplo por sus virtudes. El ser humano promedio cae en el justo medio. Ni muy bueno ni muy malo, ni ángel ni demonio.
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