Curiosidades Y...
Museo de ideas
23 de Agosto de 2013
Antonio Vélez |
El mundo de la cultura evoluciona dejando a su paso ideas descartadas, teorías que en su momento se creyó que podían explicar ciertas facetas del mundo, pero que luego, al descubrírseles fallas, fueron eliminadas o remplazadas por otras. Sin embargo, todavía perduran algunas, residuos culturales arcaicos, defendidos por mentes ingenuas o muy conservadoras, a pesar de que hay razones suficientes para pasarlas al museo de antigüedades culturales.
Durante siglos, la autoridad científica de la Biblia nunca se puso en discusión. Sus teorías sobre el origen del mundo fueron, hasta fines del siglo pasado, las únicas admitidas en el mundo cristiano. Hoy conocemos muchas cosas que contradicen la versión bíblica, pero de nada les sirve a ciertos creyentes ciegos, que siguen tomando la Biblia como un manual de cosmología, y hasta de biología, pues nos enseña cómo ocurrió la génesis del universo y de las especies vivas, en franca contradicción con los descubrimientos de la cosmología moderna y con las enseñanzas de Darwin. De regreso a la Edad Media. Se olvida que hay tres dificultades insalvables para darle crédito al relato del Génesis: la inmensa antigüedad del Universo conocido; la evidencia fósil, que demuestra el paso creador de la evolución darwiniana; y las estructuras biológicas compartidas por numerosas especies, huellas indelebles de la continuidad evolutiva de la vida, no explicable si el drama de la creación hubiese tenido un solo acto, como lo propone el libro sagrado.
En 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli observó por primera vez extraños canales en Marte. Obnubilado por un descubrimiento que implicaba la posible existencia de marcianos inteligentes en el planeta vecino, los siguió observando, pero con los miopes ojos del deseo. Algunos colegas suyos, influenciados por el gran descubrimiento, y enceguecidos también por el deseo, confesaron haberlos visto. Hoy ya nadie los ve; y con la desaparición de los canales desaparecieron los marcianos, más no la creencia en extraterrestres. La situación de Schiaparelli se ha repetido multitud de veces en la historia de la ciencia: el supuesto descubridor del fenómeno, con la mente y los sentidos nublados por la emoción y los deseos, le informa al mundo científico su hallazgo, lo defiende con todas sus fuerzas a pesar de no obtener confirmaciones, y se va con su ilusión a la tumba, pero deja una herencia que perdura.
Más de una persona todavía cree que se puede comunicar con los muertos, y para ello acude a los llamados espiritistas, sujetos que sirven de intermediarios entre el alma del muerto y la del vivo que desea comunicarse con ella. Michael Faraday estudió con gran cuidado los movimientos que se ejecutan durante las sesiones de espiritismo, y no encontró ningún tipo de fuerza física que actuara sobre la ouija, objeto que a menudo sirve como receptor de los mensajes de ultratumba. Concluyó que todo lo que restaba como explicación era la presión ejercida por las manos tramposas de uno de los asistentes, con la ayuda inconsciente de los demás. Y de paso probó una vez más que donde quiera que haya humanos habrá fraudes.
Han sido numerosos los intentos de los sicólogos profesionales encaminados a comprobar la existencia de los fenómenos parasicológicos, e igualmente numerosos han sido los fracasos. Ha pasado ya más de un siglo de búsqueda infructuosa. Los sicólogos serios han realizado estudios rigurosos; los resultados no han mostrado ni un solo caso a favor de los anhelados fenómenos. Sin embargo, todos esos fracasos no llegan nunca al gran público, pues, o se publican en revistas especializadas, o no se publican por falta de interés general. Por otro lado, a nadie que esté experimentando a la búsqueda de fenómenos metasíquicos le interesa publicar sus fracasos. Esto significa que, por necesidad, los fracasos investigativos son silenciosos. Como ladrones a domicilio.
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