Curiosidades y…
Muchedumbres sicológicas e internet
18 de Mayo de 2011
Antonio Vélez
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Cuando los humanos nos agrupamos hasta formar una muchedumbre, independientemente de nuestro nivel cultural, sufrimos de inmediato una rara metamorfosis que nos dota de una especie de alma colectiva, capaz de hacernos pensar, sentir y obrar de un modo completamente diferente de como lo haríamos en solitario. La empatía nos sirve de puente. “Muchedumbre sicológica” la llamó Gustavo Le Bon, sicólogo del siglo XIX.
En tal situación, nuestra identidad se diluye en la del grupo y renunciamos a toda responsabilidad, mientras dejamos que el colectivo piense por nosotros. Al reducir la responsabilidad, se reducen los temores, y también los remordimientos que suelen resultar de las malas acciones. Vivimos la ilusión de ser tan fuertes como el grupo: es como si el poder fuese la suma de todos los poderes individuales, mientras que la responsabilidad se dividiese entre el número de personas que forman el colectivo, por lo que la capacidad de considerarse autor de las acciones se diluye y, en consecuencia, se desvanecen y anulan los impulsos naturales de compasión.
Al congregarnos en masas amorfas, las conductas de la mayoría se copian con fidelidad. El responsable principal lo encontramos en un conjunto especial de neuronas (neuronas espejo), que nos impulsan a hacer lo que vemos hacer a los demás. Nos volvemos cardúmenes humanos sin comando racional, sin voluntad individual. Los largos milenios de la evolución han creado mecanismos sicológicos (el patriotismo es uno de ellos) que nos ligan de un modo profundo e inconsciente. En la sicología social se describen esos mecanismos como aglutinantes sociales.
Las verdades pertenecen solo a “nosotros”, y desaparece el pensamiento crítico, siempre leales al grupo, censurando con intolerancia a todos los disidentes. La deslealtad se considera una traición y, por consiguiente, un pecado grave que debe castigarse.
No es raro, entonces, que las muchedumbres caigan en los peores abismos: terrorismo, linchamientos, vandalismo, violencia irracional… Eugène Ionesco escribía con agudeza: “Si matamos con el consentimiento colectivo, no nos remuerde la conciencia. Las guerras se han inventado para matar con la conciencia limpia”. Las religiones y sectas, que predican la paz y la bondad, inducen en sus fieles comportamientos colectivos impensables, agresivos, bárbaros en muchísimas ocasiones.
Y no hay sentimientos de culpa, porque las multitudes no tienen alma. Esto es evidente en los espectáculos deportivos, donde los aficionados de todos los estratos sociales se unen en uno solo. Cientos de desconocidos, de repente se convierten en un colectivo unido y organizado, monolítico. El partidario de un equipo de fútbol que acaba de ser derrotado, incapaz de darle una palmada a su mascota, al fusionarse con el grupo puede acabar cometiendo actos de vandalismo o asesinando a hinchas del equipo rival.
Y si hablamos de aglutinantes, nada se compara con internet, por su poder de convocar voluntades y crear alianzas. En unos pocos días se puede integrar una muchedumbre con un pensamiento común, sin importar que sus individuos no se conozcan. Es una especie de dios, pues habla todas las lenguas, es enciclopédico su conocimiento, se comunica al instante con todos los humanos y goza del don de la ubicuidad; esto es, ocupa todas las coordenadas del planeta. El poder de este nuevo instrumento es aterrador. Apenas ahora comenzamos a descubrir el engendro cibernético que ha brotado de la inteligencia humana. Su poder creador es inimaginable, e igualmente poderoso es su poder destructor, diabólico: se pueden ahora convocar y formar muchedumbres virtuales, separadas por la distancia y, sin embargo, unidas en la pantalla de un computador, listas, si es necesario, a salir armadas a la calle.
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