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Actualizado hace 6 minutes | ISSN: 2805-6396

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Et cetera / Verbo y Gracia


Mi amigo Pacho

09 de Marzo de 2016

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Fernando Ávila

feravila@cable.net.co

 

 

Juan Gabriel Vásquez incluye en su novela La forma de las ruinas, actualmente en circulación, un episodio que me ha gustado de manera especial. Su protagonista es Pacho Herrera, a quien conocí y traté antes de que fuera profesor del Rosario. Vásquez lo pinta maravillosamente bien, como imitador de la voz de Jorge Eliécer Gaitán: “…llenaba cada una de las frases que pronunciaba con una precisión que parecía de médium en una sesión de espiritismo: Gaitán volviendo a la vida por su boca. Una vez le dije eso: que cuando pronunciaba sus discursos, parecía que Gaitán lo hubiera poseído”.

 

Así era. Tal cual. Su afición por la imitación de voces comenzó en el Gimnasio Moderno, donde estudió. Su habilidad confundía a los padres de familia del Moderno, que recibían llamadas del rector informándoles que su hijo quedaba con matrícula condicional por alguna grave falta de disciplina. El que hablaba en realidad era Pacho Herrera, desde el teléfono de su casa, con su impecable imitación de la voz del rector.

 

Antes de La luciérnaga y de todos sus copias radiales, antes de que Guillermo Díaz Salamanca se consagrara como el mejor imitador del mundo, Pacho Herrera ya había perfeccionado las voces de Álvaro Gómez, de los Lleras, de Alfonso López, de Belisario…, y su preferida, la de Jorge Eliécer Gaitán. Era tal su maestría imitadora, que después de repetir el discurso de Alberto Lleras Camargo instando a que cesara el ruido de sables, imitaba también al imitador, el actor Humberto Martínez Salcedo, de quien dice la leyenda que completó un pedazo perdido del discurso de Lleras, para que quedara completa la grabación oficial de la Radiodifusora Nacional. Ahora bien, la imitación de Gaitán era especial, porque se llegó a identificar con él de la misma manera que el actor Pedro Montoya se identificó con Bolívar, como lo recreó después la película de Jorge Alí Triana Bolívar soy yo.

 

Ayudé a Pacho Herrera a editar su libro Siete huellas de Gaitán, que imprimió Editorial Bochica, con portada diseñada por mí. Fuimos muy amigos durante la época de estudiantes, coincidimos en la Universidad de Navarra, donde él se doctoró en Filosofía y yo me especialicé en Redacción Periodística, y también, en los años siguientes, como profesores de la Universidad de la Sabana, él en la Facultad de Derecho y yo en la de Comunicación Social. Y lamenté mucho su muerte, que llegó de manera inesperada, a pesar de que su insomnio crónico le había permitido vivir a gran velocidad la vida, y hacer el doble o el triple de lo que hicimos sus contemporáneos en esos años.

Gracias, Juan Gabriel.

 

Eco

 

Y para seguir hablando de libros, quiero decir algunas palabras sobre Umberto Eco, fallecido hace unas semanas.

 

Yo estudiaba comunicación en los años setenta, y fue gracias al profesor Gabriel Cantor Zabala, titular de semiología, que me encontré por primera vez con Eco. Sus estudios sobre los símbolos y las letras, junto a los de Ferdinand de Saussure, eran fundamentales para quienes pretendíamos hacer carrera en los medios informativos. Una década después apareció su novela El nombre de la rosa, que leí con la misma fascinación con que vi después la versión cinematográfica de Annaud. Como a todos, me sorprendió de manera especial Jorge de Burgos, el monje ciego que había estado muchos años a cargo de la biblioteca de la abadía benedictina, escenario de la novela. Mi mayor sorpresa, sin embargo, fue descubrir por boca del mismo Eco, que su personaje era una caricatura de Jorge Luis Borges. ¡Cómo no lo supe antes! Para él era muy claro, bibliotecario + ciego = Borges.

 

Homenaje o crítica del italiano al argentino, no importa. Fue el insólito encuentro de dos pesos pesados en el cuadrilátero de las ideas, un filósofo que trascendió por su literatura y un literato que trascendió por su filosófica comprensión del ser.  

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