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Curiosidades y…


Menudos problemas de redondeo

31 de Agosto de 2016

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Antonio Vélez M.

 

Es común que las autoridades fijen las tarifas y otros valores con el mayor número de cifras significativas, sin importar la incomodidad que producen en el que recibe y manipula la información. Y peor cuando se deben memorizar. Los ingenieros acostumbran redondear las cifras: aumentarlas o disminuirlas hasta obtener un valor “redondo”, muy parecido al original, pero más cómodo.

 

Si, por ejemplo, estoy midiendo un terreno, los metros me pueden bastar, así que el ingeniero redondea las cifras y elimina los centímetros. En la vida corriente sucede esto con frecuencia: si al pagar en un restaurante el valor que corresponde a cada comensal fuese de 87.865 pesos, obtenido al hacer la división en la calculadora (el lápiz está obsoleto), redondeamos a 87.900 pesos. Más aún, para facilitar el pago por persona, cada uno de los amigos le añade 2.100 pesos, para un total de 90.000 pesos. Los sobrantes pasan a engrosar la propina. Cuesta poco la aproximación y resulta más cómodo el pago.

 

Curiosamente, en las facturas oficiales se siguen manejando cifras absurdas, muchísimas de ellas por la insignificancia de los valores que se emplean. Por ejemplo, el salario mínimo, a partir del cual se derivan muchísimas cuentas, es de 689.454 pesos. Se destaca que para los cuatro centavos que aparecen al final no existe en circulación de moneda para pagarlos, es un valor virtual que obligatoriamente debemos redondear. Se pregunta uno: ¿por qué no se aumentan 45 pesos y se decreta un salario mínimo de 689.500 pesos? Más de un ingeniero piensa muy mal de las personas que intervinieron en la determinación de dicha cifra. 

 

Y la lista de los problemas de redondeo sigue, y es bien larga, y nos ocupa durante los 365 días del año. Un comparendo por pico y placa, por ejemplo, es de 344.727 pesos y el de otras infracciones, 689.455 pesos. ¿De dónde saco 27 pesos para el primero y 55 para el segundo? Y un impuesto predial unificado, que tengo a la mano, muestra un valor de 576.956 pesos. ¿Habrase visto una tontería mayor, un valor terminado en 6 pesos? Y los bancos no se quedan atrás: el mío me mostró, recientemente, un saldo disponible de 1.374.522,42 pesos. ¿Cuarenta y dos centavos? La contribución a valorización me acaba de llegar por un valor de 1.282.231 pesos, la última cuenta de servicios públicos es de 323.444 pesos y de telefonía debo pagar 44.895,24 pesos. ¿De dónde diablos voy a sacar 24 centavos?

 

Las notarías son un buen ejemplo de semejantes absurdos generalizados: el reconocimiento de firma y huella cuesta 3.320 pesos; una declaración extraproceso, 12.064 pesos; mientras que para autenticar una firma, y otras cosas más, debemos sacar del bolsillo la suma de 1.624 pesos. Esto es, debemos disponer de cuatro pesos, para lo cual no hay en circulación moneda que corresponda a ese valor. Hablando con rigor: ese valor no lo podemos pagar en efectivo, luego me obliga a pagar un poco más, para beneficio del notario. Es una tarifa mentirosa.

 

Y ocurre con tantos otros pagos oficiales. En el sacramento del matrimonio, el arancel eclesiástico, firmado por el cardenal Pedro Rubiano a finales del 2013, establece que las iglesias en Bogotá deben cobrar por dicha celebración 115.000 pesos. Suena económico, pero más caro y cómodo sería pagar 120.000 pesos.

 

Manejar cifras sin redondear cuesta un dineral. Piénsese en el número de digitaciones por día que representan esas últimas cifras, que bien podrían ser sustituidas por ceros, fáciles de escribir en serie y de memorizar. La profusión de dígitos variados entorpece el funcionamiento, nubla la memoria e incómoda el fluir de la vida con el permanente manejo de cifras significativas insignificantes.

 

Que lo digan los sufridos contadores. Y, ¿qué decir de los precios engañosos, como 9.999 pesos, herencia del mercado gringo, que parece de cuatro dígitos, pero que, en la caja, al pagar se convierten en 10.000 pesos, de cinco dígitos? Se entiende que es una estrategia de venta: crear en la mente del comprador la idea de que debe pagar menos, es decir, que se pretende engañarle el cerebro. Y aunque para la mayoría de los humanos normales ya es una estrategia inocente, gastada con el uso, sigue ahí, estorbando. 

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