Crítica literaria
Memorias de Hernán Darío Correa
13 de Octubre de 2016
Juan Gustavo Cobo Borda
Hijo de una familia de 10 hermanos, Hernán Darío Correa (1951) ha decidido publicar en 360 páginas sus memorias. Una apuesta atrevida, titulada con un verso de Álvaro Mutis, que rescata esa historia de vida donde la familia católica – todas las noches se reza el rosario- nos trae a un padre trabajador, ya sea en Aerocóndor o en comestibles La Rosa, y una madre de 95 años hoy en día, lúcida aún.
Hitos de esa vida han sido el suicidio de su hermano, pintor y dibujante, y su trashumancia por tres ciudades colombianas – Barranquilla, Medellín y Cali – para arraigarse finalmente en Bogotá, donde se vivirá, en el primer capítulo, la obsesión fascinada por los libros y el circuito de librerías en el centro de la capital.
Se va configurando así un mapa de grupúsculos, sectas, centros de estudio que de Mario Arrubla y Estanislao Zuleta hasta Marx y los intérpretes también tan variados de Marx, como fue el caso de Althusser, y editoriales tan divulgadas entonces como Siglo XXI intentaron comprender y cambiar la áspera realidad colombiana. Tal el volumen colectivo Colombia hoy (1978), libro emblemático de aquellos años cuyas pruebas corregiría Correa y cuyas varias colaboraciones cita con frecuencia.
Muy diciente también es su compenetración vital con la poesía (Vallejo, Rimbaud, Ungaretti, Neruda, León de Greiff, Barba Jacob) que recitará cuando joven en actos públicos. Pero el apoyo entusiasta a huelgas, paros y marchas políticas, casos de Riopaila, Inravisión, Conalvidrios, sindicatos de maestros y discordias pugnaces entre comunistas, moiristas y trotskistas (Moscú y Pekín) y activistas y guerrilleros que refluían sobre las ciudades, trátese del ELN como más tarde del M-19, van perfilando figuras. Es el caso del poeta Raúl Gómez Jattin, quien, desde la Universidad Externado, el grupo de teatro que dirigiera y la edípica relación con su madre, nos trae un perfil más completo, rico y fraternal de su posterior y trágica peripecia, a partir de su ombligo vital en Cereté y esa cultura árabe-costeña que Correa saboreó con tanto gusto en sus visitas al amigo en los inicios de su trayectoria como poeta en busca de la difícil palabra para revelar el deseo homosexual en una sociedad tan machista. Pero subsiste el gozo de disfrutar, siempre bajo el amparo de la madre, la niña o Lola Jattin, en camaradería de hedonismo y valores gastronómicos (p. 138-139)
Poco a poco, la escritura nos devela un país y una vocación: el editor que se inicia en las colecciones de Colcultura, en épocas de Gloria Zea, y su emblemática librería La Alegría de Leer y la posterior destrucción de ese proyecto cultural por la misma gente de izquierda que, vinculados al Grupo Norma, contribuyeron al fracaso del mismo. Novela, ensayo y poesía sustituidos por libros de autoayuda y mercadeo en otro país signado por el consumo ostentoso, la sociedad del espectáculo y del narcotráfico permeando toda la geografía y todos los estratos sociales. La última utopía cancelada por el cinismo pragmático y el oportunismo coyuntural.
“Nosotros de rumba mientras el mundo se derrumba”, se escribió en el baño del bar-discoteca El Goce Pagano. Pero el afán de formarse y trabajar por el país se concretará en sus 25 años como editor del Cerec e involucrarse en el movimiento Wayú en La Guajira. En esos cuartos alquilados por tantos muchachos de provincia, con sus cajas de cartón llenas de libros debajo de la cama y encima la toalla estirada para el baño, se dio un verdadero cambio en el sentir y el pensar, en la música, el cine y la política, que Correa ha sabido reflejar en su experiencia individual y colectiva. En su zona íntima y en su preocupación social que estas páginas claras y detalladas nos llevan a reconocer y compartir.
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