Curiosidades y...
Memoria y bases de datos
22 de Septiembre de 2011
Antonio Vélez
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No es atrevido conjeturar que nuestro cerebro almacena recuerdos estructuradamente, de manera semejante a una base de datos. Recordemos que en estos programas (software), diseñados para manejar eficientemente los grandes archivos de las empresas y, probablemente, los de internet, más grandes aún, se llega con rapidez a cualquier registro de memoria deseado después de invocar una clave de acceso, información breve que el programa utiliza para tal fin. La idea es sencilla: las claves de acceso son una colección de archivos menores que actúan como satélites del principal, y cuyo oficio es abreviar las consultas.
De alguna manera que nadie conoce aún, el cerebro humano, al memorizar, va creando sus propias bases de datos, con una estructura que, mirada desde el punto de vista funcional, se asemeja bastante a las utilizadas por los ingenieros de sistemas. Así, en el momento de memorizar algo nuevo, esta información se enlaza casi al instante con una parte de nuestro banco de memoria por medio de una tupida red de relaciones, “flechas” que apuntan en las dos direcciones. Se forman así constelaciones mnémicas que luego podemos visitar con el pensamiento. Una constelación, a su vez, puede solaparse con otras o establecer enlaces con ellas para formar redes de segundo orden, y estas otras de tercer orden, y así… Entonces, cuando pensamos en algo que tenemos ya en la memoria, de manera inconsciente nuestro cerebro comienza a desplazarse siguiendo los enlaces disponibles para convocar la constelación o halo asociado a dicho recuerdo. Este halo salta a la mente consciente sin esfuerzo aparente, espontáneamente, y veloz como un rayo. Los sicólogos la llaman memoria funcional.
Gracias a la memoria funcional podemos pensar, hilvanar recuerdos, cantar, tocar piano o manejar carro. Hablar con fluidez es uno de sus principales subproductos: no puede concebirse la existencia de un lenguaje como el humano sin el auxilio de una memoria estructurada y de consulta inmediata. Por eso un conferencista es capaz de hablar continuamente sin esfuerzo, puede en un instante traer al pensamiento presente un inmenso volumen de datos relacionados con el tema. Y también un traductor simultáneo traslada milagrosamente un texto de un idioma a otro a la velocidad del discurso.
La memoria estructurada a la manera de las bases de datos explica por qué, a veces, cuando se le pide a alguien que cuente un chiste, es poco lo que encuentra en su memoria inmediata. Pero si alguno de los presentes cuenta uno, inmediatamente en los oyentes se abren sus bases de humor y van surgiendo espontáneamente otros, en sucesión inagotable. La polisemia o pluralidad de significados de una palabra o expresión es también consecuencia natural de la memoria estructurada. Al oír la palabra “papa” podemos pensar en el pontífice católico o en el tubérculo. Todo depende de la flecha o camino mnémico que se nos “ilumine” o se active en ese instante.
Pero ya bien sabemos que no hay almuerzos gratis: la alta velocidad de consulta se paga con fallas. Los lapsus linguae o transposiciones y errores (se me lengua la traba), que ocurren cuando las ideas se atropellan para salir al aire, es una de ellas. Otro precio que debemos pagar es lo que se llama “irse por las ramas”. Caemos en este pecado cuando nos dejamos tentar por la multitud de flechas que llevan a otros recuerdos contiguos, y de un recuerdo se pasa a otro, y de este a otro….
Pero hay más: dado que la memoria humana posee un número casi ilimitado de claves, es, en consecuencia, propensa al olvido transitorio. En estas fallas, muy frecuentes en la tercera edad, no se pierde el recuerdo, sino que se pierde por un momento el acceso al registro de memoria. Se esconden de repente los vínculos que conducen al recuerdo buscado. Y maldecimos en mitad del desespero.
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