Curiosidades y…
Medicina celestial (II)
26 de Octubre de 2016
Antonio Vélez M.
La remisión espontánea de enfermedades con apariencia de incurables constituye uno de los fenómenos más interesantes y asombrosos de toda la Medicina, y un motivo adicional para creer en milagros. Pero lo más sorprendente es que ocurre con una frecuencia nada despreciable. El Institute of Noetic Sciences presentó hace unos años una colección de 1.385 remisiones espontáneas, entre las cuales fueron muy comunes los casos de tumores cancerosos en estado avanzado que, sin tratamiento médico, desaparecieron por completo. Debe anotarse que en algunos casos especiales la curación ocurrió en el momento más crítico, ya cuando el paciente parecía estar cruzando las puertas del más allá.
Parece que el sistema inmunitario, sin entenderse por qué, comienza un día a considerar como extrañas las células cancerosas y, en consecuencia, empieza a atacarlas hasta destruir todo el tejido enfermo. Nada hay en el mundo que se parezca más a un milagro, por tratarse de una enfermedad tan agresiva y mortal; sin embargo, parece ser un proceso natural, no explicado aún por la ciencia.
En todos aquellos casos de curaciones portentosas estudiados con algún detalle ha sido común denominador encontrar personas sometidas a situaciones de gran estrés emocional. Lo fundamental parece ser que el interesado crea en la posibilidad de una intervención terapéutica divina. El acto de creer en algo, no importa que sea una divinidad, una oración o un cuarzo, parece ser suficiente para desencadenar, en determinadas ocasiones, el mecanismo de autosanación del organismo.
Otro fenómeno que linda con el milagro es la sanación por intermedio de la oración suplicatoria; esto es, cuando las oraciones por la salud del enfermo no provienen del interesado. Muchos creyentes aseguran que cualquier enfermedad, tratada con oraciones prestadas, puede curarse en un santiamén. Pues bien, no hay duda de que se han producido curaciones después de que alguien rece por la salud de un enfermo; pero es arriesgado atribuírselas a la oración, existiendo tantas otras razones. Hay, también, otros argumentos de valor que desvirtúan la posible intervención divina en ese tipo de curaciones: de ser Dios la causa eficiente de la curación de un enfermo, movido por los rezos de otra persona, estaríamos ante una enorme injusticia: sin hacer méritos, el enfermo goza de un auxilio celestial que sin la oración del amigo no habría conseguido. Aceptar que Dios participa en estos hechos es impío, pues son injustos, y se parte de un supuesto: la infinita perfección del Creador.
Es conveniente destacar que no todas las curaciones llamadas milagrosas se han logrado con la ayuda de los santos, ni se ha requerido ser creyente para obtener la salud en forma aparentemente sobrenatural. A Tiberio, el romano (poco santo, según cuenta Suetonio), se le atribuyen varias curaciones milagrosas. Dicen que Carlos II de Inglaterra también poseía el toque prodigioso: el médico de la familia real publicó una relación de sesenta curaciones atribuidas al rey. Los poderes terapéuticos de Carlos se transfirieron más tarde, y en sucesión, a Jacobo II, Guillermo III y la reina Ana, tal como si la capacidad de curación hubiese estado programada en los genes reales. El conquistador español Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, en su recorrido por tierras de América, se hizo pasar por curandero. Un padrenuestro, dos avemarías y una bendición, según él, bastaban para alejar los malos espíritus causantes de la enfermedad. Con esa pócima al alcance de todos los bolsillos pudo aliviar a muchos de los enfermos que en largas y fatigadas caravanas lo seguían en busca de salud.
En América también hemos tenido importantes personajes públicos dotados de la gracia divina de curar por medios sobrenaturales. Maximiliano Hernández, dictador de la República de El Salvador en la década de 1930, fue célebre por su extrema crueldad y por curar un sinnúmero de males mediante brebajes especiales, sustancias que él mismo preparaba, y que sus devotos creyentes ingerían con la fe del carbonero. La propia mano de Dios en un frasquito. Y en EE UU se narran algunas curaciones milagrosas atribuidas al difunto John F. Kennedy, que no tienen nada que envidiarle a las del muy vivo John Travolta.
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