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Matrimonio homosexual, pereza intelectual y soberbia moral

09 de Abril de 2014

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Leonardo García Jaramillo

Universidad EAFIT, Medellín-Ciencias Políticas

 

A quienes defendemos que en una sociedad genuinamente democrática se deben reivindicar las provisiones que en forma de derechos y principios consagra la Constitución y ha desarrollado prolijamente la jurisprudencia nos parece –me atrevo a generalizar– que además de profundos y malintencionados prejuicios, la discusión sobre el matrimonio homosexual ha sido dominada por cierta pereza intelectual y soberbia moral.

 

Basta recordar los “argumentos” que esgrimió el senador Gerlein contra el proyecto de ley que legalizaba el matrimonio entre parejas del mismo sexo. “Qué horror, Dios mío, qué horror un catre compartido por dos varones. A mí nunca me ha preocupado mucho el catre compartido por dos mujeres porque ese homosexualismo no es nada, esa es una cosa inane, sin trascendencia, sin importancia. Pero compartido por dos varones, ese es un sexo sucio, asqueroso, un sexo que merece repudio. Un sexo excremental”. Luego citó el Génesis, en el aparte sobre el deber de las personas de crecer y multiplicarse. Llamó a este tipo de progresismo “funerario”.

 

No solo no aporta a la discusión, sino que tiene el efecto peor de exacerbar prejuicios y polarizar más las posiciones encontradas. Este caso ejemplifica la soberbia moral a la que se llega por pereza intelectual. Quien no reconstruye adecuadamente una posición conforme a los derechos y principios constitucionales, para dar una discusión genuina, es presa fácil de las posiciones fundamentalistas y autoritarias. Resulta más cómodo aferrarse a prejuicios que reflexionar tomándose el trabajo de entender lo que otros reclaman y sus razones. Como decía el filósofo inglés Francis Bacon: “Una vez que se ha adoptado una opinión acerca de algo, la mente del ser humano recoge cualquier caso que la confirme y rechaza o ignora la demostración de casos contrarios, ya sean más numerosos y de más peso, con tal de que su parecer permanezca inalterado”.

 

La discusión en Colombia también ha exhibido, además de pobreza argumentativa, la “soberbia moral” a la que se refiriera John Stuart Mill, influyente filósofo político inglés, precisamente porque cuando la sociedad interviene en cuestiones que tienen que ver con la vida privada de los individuos, tal como con quién se casa uno y por qué, tiende en la mayoría de los casos a motivar sus posiciones en inaceptables prejuicios o actitudes egoístas que reflejan un tipo particular de soberbia. La libertad básica más importante es, a su juicio, la libertad de pensamiento y emoción, así como la libertad de actuar conforme a ellas.

 

Son muchas las razones que hacen imperativo que los seres humanos seamos libres para formar opiniones y expresarlas sin reserva, y son también muchas las funestas consecuencias que sufrimos cuando tal libertad no es concedida o afirmada, sostenía Mill. Señaló (On Liberty, 1859) buenas razones por las cuales no es correcto ni deseable que la sociedad intervenga más de lo debido en asuntos de la vida privada que, además, constituyen acciones que no afectan a terceros.

 

Reconociendo que las sociedades no deben ser indiferentes sobre las cuestiones de virtud personal, las virtudes deben inculcarse por persuasión y no por coacción; es valioso que la gente experimente en materia moral, explore y ensaye diversas formas de vida antes de elegir la propia; y los individuos son los mejores jueces de sus propios intereses. Sobre las posibles penalizaciones de una elección personal, en virtud de “ideales sociales”, sostuvo que mientras un individuo no afecte a terceros solo se daña a sí mismo, por lo que merece más la piedad que la sanción de otros.

 

Al libre albedrío solo se le pueden oponer los límites propios del poder del Estado, o es legítimo negar determinadas pretensiones si en ejercicio de tal libertad se vulneran o afectan derechos y libertades ajenas. Las únicas objeciones admisibles a la protección de derechos, en este caso sobre todo la igualdad y la dignidad, son las imposibilidades jurídicas (carencia de sustento normativo) o fácticas (quien reclama educación o vivienda al Estado sin estar en situación de necesidad y a falta de una política pública).

 

El paternalismo implica arrebatar la autonomía, el derecho a realizar con nuestras propias vidas todos aquellos actos que la hagan, a juicio de cada uno, merecedora de ser vivida, conforme a las  escalas de valores propias y no según lo que otros crean mejor; otros que asumen que valoran mejor la vida de cada uno que uno mismo. El paternalismo es una cruel forma de ejercer un fundamentalismo por parte de quien cree que tiene una mejor forma de vida que incluso es legítimo imponer a otros por todos los medios.

 

Los judíos no comen carne de cerdo, pero hasta donde sé, cuando ha habido judíos en cargos públicos, no la han prohibido para el resto de personas. 

 

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