Et cetera
Malvinas o Falklands: la guerra en el terreno
02 de Septiembre de 2015
Andrés Mejía Vergnaud andresmejiav@gmail.com / @AndresMejiaV
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Muchos lectores me han escrito después de que, en mi pasada columna (Lea también: Malvinas o Falklands) conté de manera un poco rápida aquella guerra peculiar que se produjo donde nadie lo esperaba, cuando nadie lo esperaba y por la razón que menos se habría previsto: la guerra que enfrentó al Reino Unido y a Argentina entre abril y junio de 1982, por la posesión de unas muy pequeñas islas, frías, alejadas y sin mayor importancia económica, a las que los argentinos llaman Malvinas y los británicos Falklands.
Entre las muchas inquietudes de los lectores, han sobresalido dos que se repiten: cómo transcurrieron en el terreno las hostilidades militares, y cuáles fueron los cálculos estratégicos y políticos que enmarcaron el conflicto. Agradeciendo tanto interés, voy a dedicar esta y la siguiente columna a responder ambas preguntas.
Empecemos por los sucesos militares. La guerra de las Malvinas o Falklands se desarrolló principalmente a través del combate aéreo, aeronaval y terrestre. En menor medida hubo combate puramente naval, aunque uno de sus episodios fue tal vez el más dramático y controvertido de toda la guerra: el hundimiento del crucero General Belgrano de la Armada argentina, hecho en el cual fallecieron 323 argentinos, casi la mitad de todas las fatalidades argentinas de la guerra.
Ocurrió el 2 de mayo. Las hostilidades habían empezado hacía poco, con la llegada de la fuerza británica a las aguas próximas a las islas, y con una serie de ataques aéreos efectuados por los británicos desde la isla Ascensión, en el Atlántico central. La Armada argentina, por su parte, había desplegado dos grupos de tarea, que navegaban uno por el norte y otro por el sur de las islas. El grupo sur fue detectado y seguido por un submarino británico. La presencia en dicho grupo del crucero General Belgrano preocupó a los británicos, quienes vieron el peligro de que el buque atacara a sus portaaviones, sin los cuales la recuperación de las islas sería imposible. El dilema llegó hasta el gabinete de guerra, presidido por Margaret Thatcher, y se dio la orden de hundir el buque. Con este hecho, el mundo se dio cuenta de que se trataba de una guerra en serio.
Fue en el plano aeronaval donde los argentinos tuvieron un mejor desempeño. Con una estrategia inteligente, y aprovechando su bien dotada y entrenada fuerza aérea, lanzaron sucesivos ataques contra la flota británica desde aeródromos en tierra firme argentina. Dichos ataques produjeron los retrocesos más importantes sufridos por los británicos, a saber, el hundimiento del destructor Sheffield (4 de mayo) y, sobre todo, el hundimiento del buque de transporte Atlantic Conveyor (25 de mayo), el cual transportaba todo tipo de materiales para la campaña terrestre. Este último hecho obligó a los británicos a modificar sus planes para el avance en tierra.
Estas pérdidas, sumadas a las de otras cuatro embarcaciones, son objeto de estudio por cuanto ellas ejemplifican la llegada de un nuevo tipo de guerra naval, donde el arma más decisiva son los misiles aerotransportados. Los argentinos tenían solo cinco misiles Exocet aerotransportados: de haberse enfrentado la armada británica con una potencia poseedora de más misiles, los resultados habrían sido devastadores.
El escenario terrestre se inaugura con el desembarco británico en la bahía de San Carlos, el 21 de mayo. Tras soportar sucesivos ataques aéreos argentinos, los británicos se establecieron en tierra; días después iniciaron su avance hacia el punto conocido como Goose Green, y finalmente hacia Stanley, la pequeña capital de las islas.
Aun cuando todos los reportes británicos dan cuenta de que los argentinos combatieron bien, la superioridad de las fuerzas terrestres del Reino Unido era ostensible. Se trataba de tropas profesionales (a diferencia de los reclutas argentinos), entrenados en las mejores academias, y que habían participado en entrenamientos y ejercicios militares de la OTAN. De hecho, en sus gestiones diplomáticas, el secretario de Estado de EE UU, Alexander Haig, trató de advertir a los generales argentinos de esta realidad, pero, al parecer, según relato del propio Haig, la soberbia se había apoderado de los jefes militares argentinos.
Los británicos ordenaron el alto al fuego cuando las últimas tropas argentinas buscaron refugio en Stanley, el 13 de junio. El general Menéndez, comandante argentino de las islas, suplicó al presidente Galtieri que negociaran, pero este se negaba con obstinación, y ordenaba contraataques imposibles. El buen juicio de Menéndez prevaleció, y el 14 de junio finalizó la guerra. Galtieri renunció a la presidencia tres días después, y luego sería enjuiciado por los crímenes que cometió como dictador militar del país.
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